Erika y yo pasamos el rato cenado juntas y hablado sobre sus clases de pintura, su hobbie favorito y en el que destacaba con creces. Era realmente buena. Recuerdo el primer día que me enseñó uno de sus cuadros, se me saltaron las lágrimas al descubrir que mi amiga había retratado con pequeñas y coloridas pinceladas la calle donde nos sentamos a comer tarta de limón. Solo habían pasado un par de días desde que nos conocimos.
Fue el primer día de Universidad, cuando cientos de alumnos entramos en la sala Magna llenos de ilusión e incertidumbre por el nuevo comienzo. Me senté junto a ella y empezamos a hablar, no hemos dejado de hacerlo hasta ahora. Pero ese 13 de Septiembre marcó un antes y un después en nuestra relación.
Congeniamos tan bien que todo con ella fue siempre muy fácil, muy dinámico. Sentí que era mi alma gemela desde el primer momento que nos vimos, a pesar de nuestras muchas diferencias. En la primera semana encontrábamos paz en los momentos que compartíamos, no necesitábamos las palabras para ello, los silencios nunca fueron incómodos. Me parecía imposible ese tipo de amistad hasta que ella apareció, llenando mi vida de luz.
La miré, poniéndose de nuevo las botas. Su novio llegaría pronto para recogerla.
Erika y Lucas tenían una relación de ya siete años, me parecía imposible que una pareja forjada desde la adolescencia pudiese perdurar, pero ellos lo hacían ver muy fácil, aunque nunca fue tan sencillo como parecía. Atravesaron momentos duros, madurando y creciendo juntos. Las piedras en el camino siempre habían estado ahí, pero en vez de dejarse derribar por ellas consiguieron comprenderlas y apartarlas para seguir caminando juntos. Había, y hay, muchos momentos en los que me da envidia ver cómo se entienden, cómo superan los obstáculos y, sobre todo, la forma en que se quieren, sincera, sana y transparente. Me hacía plantearme si en algún momento yo viviría eso, y si sería con Colin Green porque dudaba que pudiese ser junto a otra persona.
Había estado pensando en él más tiempo del que me gustaría admitir, en el beso de ayer y en la manera en que me había mirado esta mañana, como si realmente no fuéramos conocidos desde hace ocho años. No negó que le era familiar, pero tampoco dejó ver cuánto. Seguía doliendo, y dudaba que dejara de hacerlo hasta que no hablase con él, pero no sabía cómo hacerlo, no me atrevía. Nuestros encuentros siempre eran casuales, no tenía su teléfono y no sabía cuál era su habitación.
-¿Alaia?- me llamó mi amiga, la miré. -¿Otra vez estabas pensando en él?
-No.
-Mientes fatal.
Puso los ojos en blanco y se levantó. Al parecer había estado hablándome, pero no la escuché.
-Te preguntaba si el sábado que viene querrías venir al piso de Lucas, van a hacer una pequeña fiesta- repitió. Puse una mueca.
-¿Cuánta gente irá?
-No mucha, quizá unas veinte personas.
Abrí los ojos, impresionada. Estaba segura de que en ese piso no entraba tanta gente.
-No empieces a buscar excusas tontas. A no ser que te estés muriendo, no voy a aceptar un no como respuesta- me advirtió apuntándome con un dedo.
-¿Puedo pensármelo al menos?
-Claro.
Se levantó, cogiendo su chaqueta y el bolso. La seguí mirándome los pies hasta que choqué contra su cuerpo. Erika se apoyó contra la puerta de mi cuarto, que cerró de un golpe. Estudié su rostro, la mandíbula tensa, los labios en una fina línea y los ojos alerta. Me asusté.
-¿Qué ocurre?- quise saber.
El cuerpo de mi amiga estaba totalmente rígido, como si hubiera visto un fantasma en el pasillo.
-Nada.
-Tú también mientes fatal- repuse. -¿Por qué no abres la puerta?
-He decidido quedarme un poco más.
-Erika- reforcé la voz.
-Se me ha olvidado coger...
-Erika- volví a llamarla, elevando la voz, enfatizando cada sílaba de su nombre.
Ella se mordió el labio, indecisa, insegura. Sus gestos solo aumentaban mi ansiedad. Caviló durante unos segundos qué hacer, podía ver como pensaba a toda velocidad, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
-Solo lo hago para protegerte...
Esa frase alteró todos mis sentidos.
-Déjame salir- le pedí, con la voz más dura de lo que pretendía.
-No es necesario.
-¿Qué ocurre fuera?
-¿Alguna vez has pensado en lo interesante que es el proceso de la fabricación del papel?
-¿Estás ganando tiempo?
Trató de disimular una mueca.
Intrigada y nerviosa, aparté su pequeño cuerpo con suavidad y toqué el pomo de la puerta con los dedos temblorosos. Me pregunté qué podía ser tan malo como para que mi amiga me protegiera. Tomé aire y accioné el mecanismo hasta que escuché un clic.
No estaba preparada para lo que encontré, nunca lo estaría, y a pesar de que debería haberme acostumbrado a este tipo de imagen después de tantos años, lo cierto es que tras los últimos acontecimientos me parecía improbable (por no decir totalmente imposible) lo que estaba presenciando.
Colin Green estaba frente al ascensor, y eso no significaría nada de no ser porque entre sus brazos estrechaba el cuerpo de una chica rubia, de piernas largas y delgadas y caderas anchas. Ambos se estaban enredando en un apasionado beso cargado de implicación sexual.
Esa grieta que esta mañana se había abierto en mi corazón, ahora sentía cómo se ensanchaba.
Me quedé totalmente paralizada, con la mano sobre la madera de la puerta, buscando algo a lo que sostenerme porque sentía que me fallaban las piernas. No supe en qué momento había dejado de respirar, pero estaba segura de que lo había hecho. Algo me presionó el pecho, pesado, consistente, punzante, una sensación de la que no me desharía fácilmente. Escuché el gruñido que él emitió, demostrando el deseo ferviente que quemaba sus venas. Se me cerró la garganta, yo no había escuchado tal cosa cuando nos besamos. Qué lejano había quedado ese beso ya, a pesar de que ni siquiera habían pasado veinticuatro horas. Ahora entendía porqué esta mañana fingió no conocerme desde hacía ocho años, comprendí su frialdad, su distanciamiento. Y aunque esperaba cualquier excusa, y me la creería, esto fue demasiado, más de lo que podía soportar.
Editado: 19.06.2025