El ego es nuestra increíble, insustituible y esencial herramienta para sobrevivir. Hasta que descubres que la felicidad no está en sobrevivir.
Esta pregunta te la estarás haciendo por bastante tiempo, cada vez que quieras concluir si estás siendo suficientemente espiritual o no. La verdad es que dejarás de preguntártelo al final, porque tu alma y el ego no son realmente incompatibles. Al principio oirás “ego” por todas partes, porque aparece muchísimo en todos los libros. Es complicado entender por qué supone un supuesto “riesgo” a nuestro crecimiento y por qué está presente tantas veces en nuestro proceso. El ego es nuestra mente y es asombrosamente útil en todas nuestras tareas. Nuestra mente nos ayuda para todo, desde nuestra infancia. De niño nos encargamos de desarrollar nuestras facultades mentales e intelectuales y somos recompensados por ello en la escuela y después en nuestro trabajo. La verdad es que es muy difícil no llegarse a creer todo lo que dice nuestra mente. Nuestro cerebro formula hipótesis, conclusiones y nos mantiene vivos y alejados del peligro. Se ha encargado desde que somos adolescentes de darnos pros y contras para tomar una decisión y nos ha ayudado con las ventajas y desventajas de iniciar una u otra relación con esta u otra persona, hasta convencernos de que una determinada persona es la idónea para nosotros o por qué deberíamos ya romper con ella. La verdad es que no puedes estar resentido con tu mente, ni mostrar desagradecimiento. Es tremendamente útil y lo tendrás toda la vida. Lo que ocurre es que todo lo que dice, con sus formulismos y conclusiones no nos hace feliz. Todos sus cálculos y mediciones terminan siendo insuficientes y quizás en algún momento de tu vida te encuentres en la situación que después haber seguido a pies juntillas todas sus instrucciones, la felicidad que prometía nunca llega. O llega pero solo para disfrutarla una temporada antes de desaparecer de nuevo. El ego es muy importante, pero donde ponemos nuestra atención lo es más.
Si estás en este camino es porque has decidido “forzarte” a cambiar. Ya has visto que tu manera de pensar de siempre no te está proporcionando la felicidad que buscas. Este punto es importante porque intuyes que algo te mantiene siempre en la misma rueda de hámster, dando vueltas sin avanzar. Si estás ahí, recuerda esta frase y piénsala siempre que llegues a una incoherencia entre lo que está ocurriendo y lo que deberías sentir: Tú no eres tu mente.
Vuelve a repetirlo. Tú no eres tu mente. Lo siento si creías que sí. No, no lo eres. La supuesta conciencia, tus remordimientos y tus culpas, o lo que deberías haber hecho y no hiciste, o lo que se esperaba que hicieras, o lo que sería mejor para ti, bla, bla, bla, no eres tú. Pon atención de dónde vienen todos estos pensamientos. Si vienen llenos de pros y contras, de ventajas o desventajas, de supuestos y de hechos, no eres tú. Es tu mente. El alma no se expresa así, con formulismos y construcciones intelectuales que buscan convencerte o exponer cómo deberías sentirte o actuar. No es su lenguaje. Este es el lenguaje del ego porque solo sabe hacerlo así. El ego es tu herramienta o tu supercomputadora. Lamentablemente para él, hay una forma de expresarse -de sentir, mejor dicho- a la que no puede acceder aunque quiera. Por eso te llegan razones y motivos desde todos los ángulos para convencerte de que es una obviedad sentirse como él cree que deberías sentirte. Pero el alma no habla así. Piensa que si el alma te hablara con este lenguaje, podría ocurrir algo que te desconcentrara y perderías el hilo de su argumento lógico o su cadena de importantísimas deducciones y podría no llegar a ti. ¿Ves qué absurdo? Al alma nunca le pasará esto porque su comunicación contigo lo trasciende todo. Su comunicación es inmediata y poderosa por encima de todas las cosas. El alma te habla porque la sientes, sientes lo que susurra a tu corazón. Por eso sabes si alguien intenta hacerte daño, si alguien intenta engañarte o si esa persona es la correcta para ti. Te lo ha dicho, te lo dice y te lo dirá. Simplemente dependerá de ti prestarle atención o no. Seguramente te ha ocurrido que después de un desengaño, sabías que algo dentro de ti te decía que no era la persona correcta, aunque no lo quisiste ver en ese momento. Pero sabías que una pequeña voz te lo decía. Y esa voz es a la que debes prestar atención. Como ves, esta voz no te llena la cabeza de cuadros y tablas sobre los beneficios o pérdidas de una decisión. A esta voz la sientes con solo cerrar los ojos y poner las manos en tu corazón.
El ego es importante, pero no nos importa cuánto ni el porqué. Tu no eres tu mente. Eres esa pequeña voz que pide que le prestes atención. Solo depende de ti concentrarte, cerrar los ojos y oírla por encima del ruido.