Quiero Que Me Pertenezcas

DOCE: Susurros


Observa atentamente la bandeja que tenía al frente de ella con una nota que no quería llegar a leer.

Se sentía realmente mal por todo lo que le estaba pasando. Nunca espero a que Ancel la allá soltado así como así, para volver a ir por ella y tenerla amarrada como algo que ella no representaba.

Su garganta se sentía seca por tanto gritar, humedeció sus labios y al final decidió arrastrarse a donde estaba la bandeja y tomar la botella de agua que su garganta tanto anhelaba.

Al sentir el líquido pasar por su garganta sintió el vacío. Estaba sola. Ancel ni siquiera le visitaba desde la noche, y en la mañana ni se dio cuenta de que le había traído alimento.

Aun podía escuchar alguna que otra gota golpetear la madera y el olor a húmedo invadir la habitación, además de escuchar el aire soplar con fuerza. Ya era tarde.

Miro el alimento e hizo una mueca de asco cuando miro que las hormigas e insectos habían invadido su comida y ni loca pensaba probar esa cosa llena de bichos viscosos.

Así que solo por el momento se conformaba con el agua, tomo la nota en sus manos. La caligrafía no había cambiando, al abrirla también vio una pequeña FA dibujada con...¿sangre?

Ignoro el hecho de que sus dedos habían trazando por ella para leer la estúpida nota.

“He amado hasta llegar a la locura, y a eso que llamo locura,  para mi, es la única forma sensata de amarte (Françoise Sagan)... Excelente verso que me identifica contigo hermosa. -A”

Arrogo la nota lejos de ella y dio un suspiro de desánimos, para luego asentir en forma de afirmación. Estaba de acuerdo que la palabra «locura» le quedaba perfecta a Ancel. La persona que creía que era su ángel guardián, y tan solo término teniendo las alas negras de traición y su arma de sangre y nada de honor que la protegiera.

Bueno, ella no esperaba mucho para todo. Siempre eran las personas que mas confianza le ponían y le llegaban a traicionar con odio.

Una lágrima gruesa bajo por su mejilla, mordió su labio con enfado y dio un golpe a la madera donde se levantó poco polvo. Miro a donde estaba una ventana, o debería estar una. El muy idiota la había tapado con una especie de garra gruesa.

—Te odio —dice al aire, tratando de creer esas dos simples palabras. Ella no podía odiar de un día para otro. Ella no podía.

¡Diablos!

Ella amaba a Ancel, pero lo le podía perdonar eso que le estaba asiendo así como así. A eso se le llamaba secuestro: privación a la libertad.

—Quiero irme —dice en susurro. Siendo que nadie estaba en la casa para poderla ayudar a salir de ese lugar. En ese estúpido ático, donde la tenia encadenada y sin alimento apropiado.

Sintió la sangre correr por su mentón al apretar tan fuerte su labio inferior para no Llorar mas.

—Ni las lágrimas, ni la sangre me harán salir de aquí —se dice a si misma. Mientras con su camiseta limpia la sangre y con el dorso de su mano quita el rastro del líquido salado que salía de sus ojos.

A pesar de que buscaba con su mirada algún objeto para liberarse solo encontraba obscuridad y poca luz colándose por las rejas que dejaban las tablas, así como su esperanza de salir de ese lugar.

Agacho su mirada para apretar con fuerza la botella que traía en las mano.

Pasos.

Pasos fue lo que escuchó al otro lado de la puerta, por debajo de la puerta se miraba la sombra que recorría el pasillo. Pero el solo quería silencio.

Ella no iba a respetar su maldita petición.

—¡Ancel! —Grito. A lo que la sombra volvió a la puerta y solo se quedo aquí, de pie sin abrir la puerta. Escuchó la otro lado la respiración pesada y eso le hizo entrar en pánico. —¡Responde carajo!

—¿Qué necesitas? —escucha en susurro. Eso le llega a desconcertar.

Ahora le hablaba en susurro.

—Necesito mi libertad —responde con simpleza. Al otro lado de la puerta tan solo se escucha una carcajada.

—Jamás —susurra con frialdad para quitarse de la puerta.

—¡Ancel! Esto ya no me esta gustando, no quiero soportar esto —dice soltando un sollozo. Al otro lado los pasos se detiene y vuelven a la puerta. —No de nuevo.

—Esto es eterno —alcanza a escuchar el murmuro.

Eso le hizo abrir sus ojos con sorpresa y empezó a asustarle con fuerza, sentía escalofrío con ello.

—¡No! —Grita. Su corazón empieza a bombear con rapidez y su respiración a incrementar, la garganta sentía que se le cerraba.

Él no hablaba enserio. Él no hablaba enserio.

Se repetía una y otra vez en su cabeza para no hacerlas creer lo que escuchaba. No creía que Ancel fuera tan psicópata para tenerla encerrada como un animal en una jaula de madera y encadenada.

Eso si que no.

« ¿Qué quiero de ti? Que me pertenezcas. »

Sus palabras palpitaba como si un martillo le golpeara una y otra vez.

«   ¿Recuerdas nuestro beso de ángel? Es nuestra promesa, Milena. Tú hiciste hacerme jurarlo. »

No, no, no... El no podía estar tomando unas palabras como su poder.




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