Cabeza gacha, cuerpo encorvado, pelo enmarañado. Mochila al hombre, carpeta en mano, paso entorpecido. Su andar inconfundible le delataba a kilómetros. Izan sonrió con complicidad a Andrés y Esteban, era hora de pasar a la acción, si no fuera por aquello los lunes serían aburridos, sin embargo empezar la semana de esa manera era un total privilegio para ellos.
Cuando Nico estaba a pocos metros de ellos empezó a acelerar el paso y su cabeza estaba más agachada, sus pasos cada vez eran más entorpecidos. Esteban ejecutó la señal contando con los dedos: 3, 2, 1. Era hora de comenzar el juego. Se miraron entre ellos fingiendo cuchichear entre pequeñas risas mientras de vez en cuando alguno le señalaba poco disimulado con su dedo índice. Aquello le ponía más nervioso y su paso se aceleraba por momentos haciendo que su entorpecimiento aumentara de forma directamente proporcional. Aquel día llevaba unos vaqueros azul marino desgastados por el paso del tiempo, acompañados de una vieja y ancha sudadera verde oscura heredada de su hermano mayor.
―Enano ―murmuró Andrés por lo bajini pero lo suficientemente alto para que Nico le escuchase.
―Escorioso ―tocaba el turno de Izan, el chico por el que la mayoría de las chicas suspiraban al verle.
―Mariquita ―escuchó Izan decir a una voz familiar cerca de él. Miró hacia su derecha y allí estaba ella como si un ángel se hubiera aparecido ante ellos. Besó sus labios con pasión y luego miró hacia Nico riendo ―ninguna tía te querrá, eres un mariquita ―volvió a decir elevando un poco su tono de voz haciendo que los cuatro riesen a la par como si aquello fuese el chiste más divertido que les hubieran contado en lo que llevaban de día.
―Me habrás hecho mis deberes, ¿verdad? ―Preguntó Andrés acorralándole contra la pared de los pasillos del instituto.
―Sí..., sí ―titubeó el chico sin levantar la cabeza y empezando a temblar conforme hablaba.
Andrés extendió su mano esperando a que Nico sacase su libreta de la mochila.
―Vamos escorioso, no creerás que tengo toda la mañana para esperar, ¿verdad? ―Una carcajada intencionada se escapó de su boca haciendo que Izan se uniera también.
―Enanucho, te recuerdo que mañana me tienes que traer el resumen del libro para clase ―Izan le miró amenazante haciendo que Nico asintiera enérgicamente a causa de los nervios que aquella situación le producía.
―Sí, mañana lo tendrás ―murmuró a sus deterioradas zapatillas de deporte.
―¿No te han enseñado a mirar a la cara cuando otra persona te está hablando? ―Preguntó Estela tocándole la barbilla con sus largas uñas recién pintadas de rosa chicle―. Míranos a la cara, escorioso ―le obligó a mirarles y puso una sonrisa de satisfacción―. Así mucho mejor, pajillero, porque con esa cara seguro que es lo máximo que puedes llegar, a satisfacerte a ti mismo.
―Yo creo que ni eso ―intervino Andrés entre risas―. Cuando se mira al espejo debe de espantarse así mismo haciéndole impotente.
La segunda alarma interrumpió el momento haciendo que se marchasen rápidamente a clase antes de que la profesora de matemáticas apareciera por el pasillo y les pillara. Izan posó su brazo sobre la cintura de Estela y antes de entrar a clase echó un último vistazo a Nico quien caminaba unos metros atrás a pesar de ir al mismo aula.
Izan se acomodó en la primera fila, no por gusto ya que la tutora les había obligado a ponerse de aquella forma desde principios de curso. Nico se sentó en el asiento de al lado intentando ponerse lo más alejado de él, sentado lo más cercano al filo lateral de su silla. En el transcurso en el que Izan se había sentado y él llegaba, había escrito con su lápiz en la mesa de su compañero: Soy un escorioso nenaza. Esbozó una sonrisa cuando por el rabillo del ojo observó que lo había descubierto y empezaba a hacerlo desaparecer rápidamente con su goma de borrar. La profesora de matemáticas llegó haciendo que se acabara la diversión, al menos en aquel momento. Sin embargo las cosas se torcieron cuando en clase de Lengua y Literatura les obligaron a hacer un trabajo por parejas con la persona con la que estuvieran sentados. Pese a las quejas que muchos propiciaron abiertamente, don Alfonso, un profesor bastante severo con quien no se podía apenas dialogar, se opuso al berrinche colectivo como él lo llamaba y tuvieron que acatar las órdenes de realizar el trabajo anual de aquella forma. Para Izan aquello sería pan comido, tenía claro que le echaría todo el trabajo a Nico, obligándole a que lo hiciese. Simplemente tendría que fingir en algunas ocasiones que lo estaba haciendo los días que en clase tuvieran que trabajar en ello.
Cuando el recreo a media mañana finalizó, Izan se adelantó a sus amigos para adentrarse al baño antes de que la gente se aglomerase allí antes de volver a dar comienzo las últimas clases. Sacó del bolsillo delantero de sus vaqueros un pastillero color azul. Lo abrió con delicadeza para que su contenido no se intentase escapar, no podía permitir que se perdiera, era la penúltima pastilla y el precio había sido demasiado elevado como para desperdiciarla. Además las instrucciones lo decían claramente bien, no podías alterar sus dosis ni tampoco el tiempo de administración. Abrió el grifo de un lavabo mientras introducía la pastilla en el interior de su boca. Después bebió abundante agua hasta tragarse la pastilla y se marchó a clases con ganas de que acabase aquella jornada de comienzos de semana.