Habían pasado dos semanas desde que el cumpleaños de Amanda se celebrase con una majestuosa cena, por tanto tres desde que los cuerpos de Izan y Nico se hubieran intercambiado, y sin embargo, no habían encontrado solución alguna para volver a ser ellos mismos.
Aquel lunes, Nico protestó al escuchar la alarma del despertador de Izan, aceptando la llegada de un nuevo día dentro de aquella nueva vida que para él no tenía ni pies ni cabeza. Cada día sentía más repugnancia viviendo en aquella casa de locos, donde la superficialidad inundaba cada poro de la piel de sus principales habitantes. Sentía que comenzaría un nuevo día donde ni Izan ni él resolverían nada. Desde el día que Casandra les había dicho que utilizasen su inteligencia para dar con la solución a aquel problema apenas se habían dirigido la palabra, habían decidido que cada uno intentase descifrar aquellas palabras por su cuenta y cada vez que tuviesen una idea se lo comunicarían. Lo que Nico no sabía era que el distanciamiento había sido en realidad por la conversación que Izan había mantenido con Braulio, la cual había provocando que se alejase nuevamente de él.
Izan se despertó en la vieja cama de la fría habitación de Nico, sin embargo, últimamente había empezado a sentir aquella cama como cómoda y mullida pese a no serlo, y a sentir como el frío de la habitación se convertía en cálido. No era ningún efecto producido por un cambio climático en pleno invierno, y tampoco se debía al cambio corporal que semanas atrás había sufrido, simplemente, y pese a no ser aquel quien creían que era, sentía que formaba parte de algo por primera vez, sentía que la gente de aquella casa le veían como a uno más. Además, por no hablar de sentirse libre a la hora de poder cocinar pese a tener que fingir no cocinar tan bien como él realmente sabía, pese a que sus destrezas habían sido perdidas años atrás y a que su nivel había sido bastante básico. Por un momento, pese a todo, sentía que estaba vivo, algo que al mismo tiempo le hacía sentirse mal y odiarse a sí mismo aunque a veces se dejase llevar por la calidez y el cariño de Carmela, Braulio y el señor Nicolás. Sabía que ese cariño no se lo merecería, y todas las noches se lo repetía una y otra vez hasta convencerse de ello. Tan rápido sentía la calidez en el dormitorio como esta se iba y volvía a sentirse en la fría habitación. No se merecía estar allí, se decía continuamente, tenía que volver a ser el verdadero Izan, aquello no estaba bien y si seguía sintiéndose a gusto jamás se lo perdonaría a sí mismo.
Cuando escuchó que Braulio se marchaba al baño creyendo que estaba dormido, aclaró su mente razonando que debía de levantarse y preparase para cuando le tocara su turno entrar en el baño a darse una rápida ducha. Era curioso, pero con el paso de las semanas había aprendido a terminar sus duchas antes de que el agua caliente se acabara, un gran logro para él. Como imaginaba, Braulio había tardado tan poco que ni siquiera había elegido qué ropa ponerse estando aún tumbado.
―Vas a llegar tarde ―le espetó Braulio mientras sacaba unos pantalones vaqueros del armario que compartía con Nico.
Izan dio un bufido como respuesta mientras se incorporaba en busca de la ropa de Nico, escogió rápidamente una sudadera ancha color crema y unos vaqueros cómodos algo viejos pero bien cuidados.
―¿Esto te vas a poner? ―Preguntó sorprendido Braulio mientras de un cajón sacaba una camiseta beige tostado.
―Sí, ¿por qué? ―Preguntó extrañado, realmente había escogido aquella ropa al azar, así que no comprendía el motivo de la pegunta que le había hecho Braulio.
―Por nada, solo que me parece raro que cojas esa sudadera un día normal de clase ―se encogió de hombros― además, llevas años sin usarla.
Izan se maldijo así mismo, pese haberla escogido al azar, una parte de él la cogió al reconocerla al instante. Las dudas asaltaron su mente entre ponérsela y no hacerlo.
―No lo tomes a mal, me alegra que la uses y no la dejes perdida en el armario atrapada en el olvido ―le sonrío antes de marcharse a trabajar―. Nos vemos al medio día, hermanito.
―Adiós ―murmuró viendo como se cerraba la puerta, después volvió a fijar su mirada en la sudadera sin dejar de darle vueltas sobre que hacer.
Cuando llegó al baño colocó rápidamente la toalla que reposaba en el pasamanos, cubriendo el espejo. Suspiró aliviado cuando al elevar la mirada lo único que podía encontrarse era la toalla de color canela. No necesitaba mirarse al espejo para saber quien le devolvería la mirada, tampoco lo necesitaba para saber cómo estaban sus pelos a aquella hora de la mañana, los había visto durante muchos años como para poderse olvidar de aquellas imágenes recién levantado. Por eso mismo no quería mirarse en el espejo, no porque no quisiera ver aquel reflejo que iba a encontrarse, sino porque sabía que en cuanto lo mirarse no iba a poder evitar sonreír al espejo, haciendo que su reflejo le devolviera la sonrisa. Eso no podía permitírselo, sería como si Nico le devolviera esa sonrisa y no estaba dispuesto a ello, él no merecía una sonrisa de Nico, se decía siempre para sí mismo, y aquel día no iba a ser diferente.