—¿Alguien me puede leer el párrafo siguiente? —preguntó Laura.
Había pasado una semana desde que me había enterado que el doctor Anthony trabaja como el nuevo encargado de la enfermería. Detestaba tener accidentes en la escuela, pero muchas veces sopesé la idea de tener alguno sólo para poder verlo.
Demasiado patética, lo sé.
Pero nunca lo hice, sería demasiado obvio y la noche anterior me había propuesto no darle más cabida a mi enamoramiento unilateral. Debía guardar mis distancias, no encontrármelo más, ser más precavida y seguro así no tendría que encontrármelo más.
Evitar que me peguen un balón a la cabeza parecía una tarea fácil, para mí no tanto.
—¿Nadie quiere leer? —Laura enarcó una ceja.
Habíamos comenzado a leer uno de los libros más conocidos de William Shakespeare; Romeo y Julieta, definitivamente mi libro menos preferido. El final de su historia nunca me pareció poético, sentía que era como una burla hacia mí.
Romeo y Julieta sólo era una historia fantasiosa, en la vida real nadie daba la vida por el otro.
—Tendrá puntos extras quien pase a leer—canturreó Laura, sonriendo traviesamente.
Fue impresionante la cantidad de alumnos que iban mal en la clase de Laura.
Más tarde, cuando terminó la clase de literatura, las chicas y yo nos quedamos un rato más con Laura, como era de costumbre. Porque la semana pasada no pudimos verla demasiado, el festival mantenía a todos ocupados.
—¿Cómo pasaste tu cumpleaños, Beth? —me preguntó Laura.
—Bien… gracias a las chicas—sonreí tímidamente.
—Debimos llevarla a una discoteca o algo así—Karol rodó los ojos—. En tus 18 años se supone que tienes que hacer algo temerario.
—¿Qué más temerario que vencer la muerte? —bufó Estefany—. Aunque, sí deberíamos salir un día.
Laura enarcó una ceja y les lanzó una inexorable mirada negativa a las chicas.
—Mejor continúan con las pijamadas—sugirió Laura—. Creo que es más sano.
—Profesora Laura, no se preocupe—dijo Estefany, con una sonrisita traviesa—. Nosotras nunca haríamos algo tan loco como salir a un lugar de esos.
—Más les vale que no, porque ya tengo su confesión—repuso Laura.
Karol y Estefany se rieron.
—¿Cómo le va con el bombón cítrico? —preguntó Estefany, seguramente refiriéndose al profesor Desmond.
—¿Bombón cítrico? —Laura frunció el ceño.
—Ya sabe, el profesor Desmond—Karol enarcó las cejas sugestivamente—. Finalmente terminó cediendo.
—Niñas…
—¡Ay por favor, profesora! —chilló Estefany—. Díganos, ¿cómo fue que se enamoraron?
—A mí también me da…curiosidad—admití.
Laura me miró por un momento, parecía preocupada por algo más complicado que sólo tener que admitir sus sentimientos frente a sus estudiantes.
—No fue nada fácil—contestó finalmente Laura—. Pero supongo que no es tan malo.
—Con malo, ¿se refiere a la cama no? —atajó Estefany, enarcando una ceja, ese brillo travieso siempre la precedía tanto como a Karol.
Laura se sonrojó.
—¡Niñas, dejen de hablar estas cosas conmigo!
Me reí con las demás.
—¿Y en donde viven ahora? —inquirió Karol—. Nos gustaría tener su dirección, ya sabe, por si le apetece tener otro accidente.
—Se mudó con el profesor, ¿verdad? —Estefany entrecerró los ojos con diversión.
—Sí—admitió Laura, rodando los ojos—. A ustedes no se les escapa nada.
—Es nuestro trabajo—Estefany sonrió abiertamente—. La consideramos como una hermana mayor.
Laura nos miró a todas por un momento, y sonrió levemente.
Más tarde, luego de salir de matemáticas avanzadas con el profesor Desmond, salí al jardín central para tomar algunas fotos del cielo y las flores. También me gustaba tomarle fotos al bosque, y alguno que otro estudiante o profesor que caminara por ahí en su estado natural.
Últimamente me gustaba estar en el jardín porque estaba lejos de la enfermería.
Al enfocar el lente de la cámara para tomarle foto a unas flores de hortensias, creí ver a una chica inclinada cerca de ellas, cuando acerqué más el enfoque de la cámara vi que se trataba de Karol, las estaba regando con agua.
Se veía tan linda que no pude evitar tomarle una foto.
—¿Karol? —la llamé cuando estuve cerca de ella.
Karol volvió el rostro sobre su hombro y me miró. Por un momento me impresionó el vacío que vi en sus ojos.
—¿Estás bien? —pregunté, inclinándome para estar a su altura.
—Hola Beth—su débil voz fue un contraste entre su sonrisa, por un momento me recordó a mí, por eso supe que algo no andaba bien—. ¿Qué haces por aquí?
—Yo vengo a tomar fotos acá.
—Creí que preferías el jardín cercano a la enfermería por su…
—Es que—intervine—, me gustan las hortensias y siento que ya tengo suficiente de rosas.
Karol se limitó a asentir en silencio.
—¿También te gustan las hortensias? —le pregunté.
—Bueno… a veces—sonrió levemente—. Hay días en que detesto las flores y otros en los que no puedo evitar verme atraída por su belleza y su delicadeza… a veces quisiera ser como ellas.
La observé atentamente en silencio. Pero entonces frunció el ceño duramente.
—Luego recuerdo que no debo—masculló y se levantó bruscamente.
Me levanté también e intenté seguirle el paso mientras caminaba de vuelta al lugar donde yo no quería ir.
—¿Por qué?
—Porque no es bueno ser débil Beth—cortó Karol secamente, sin detenerse—. Porque es señal de que no sirves y de…
De pronto se detuvo, y se volvió hacia mí con una repentina expresión de angustia y culpabilidad.
—Beth, lo siento, yo no quise decir que tú… que tú eres…
—Está bien—intenté sonreír, pero evité mirarla a los ojos porque mentir sobre lo que me dolía no se me daba bien con mis amigas—. Ser débil nunca es bueno.
Hubo un corto silencio, nos quedamos de pie a mitad del camino. Entonces la miré, con un nudo en la garganta, sabiendo que su tristeza debe ser a causa de sus padres. Debía ser difícil ser hija única y que nunca te prestaran atención.
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Editado: 08.07.2022