No quería ir a esa fiesta, a ninguna, en realidad, pero siempre me arrastraba para que sus padres lo dejaran salir. No hizo más que tomar con sus amigos una cerveza tras otra mientras yo lo observaba desde el sillón de la estancia principal, preocupada, pues la última vez que se había puesto borracho sus padres no se lo habían tomado muy bien.
Mirian y Brenda reían de alguna cosa absurda que no me interesaba en absoluto, no tenía ánimos para fingir. Me puse de pie pese a sus quejas y me encaminé hacia William para pedirle que dejara de beber de ese modo. Sus amigos me recibieron con una sonrisa, él simplemente se me quedó mirando con seriedad.
—¿Qué? —preguntó al tiempo que se llevaba el vaso a la boca y le daba un trago—. ¿Quieres un poco de alcohol?
—No, Liam, ¿podríamos hablar por un segundo?
Alzó una ceja y giró los ojos, me imaginé su respuesta antes de que abriera la boca. Casi no podía reconocerlo, pero era él, el mismo de siempre.
Fue fácil enamorarme de Liam, me emocionaba cualquier cosa que viniera de él, aunque fuera la más tonta e insignificante. Si él decía «vamos», yo iba sin dudarlo ni un segundo; si decía «haz esto», yo lo hacía sin rechistar. Me dejé envolver por esa inocencia de niños, creyendo que los dos estábamos en el mismo canal, que queríamos lo mismo.
Un día salí de la escuela corriendo, buscándolo entre el gentío para que nos fuéramos juntos a casa como cada día. Lo encontré en medio de un tumulto de estudiantes, era fácil localizarlo debido a su estatura y su cabello claro. No tuve que acercarme demasiado para darme cuenta de lo que estaba pasando, y de por qué muchos lo observaban con curiosidad. William estaba besando a una chica, me detuve en seco y dejé escapar el aire de mis pulmones como si me hubieran dado un golpe en la boca del estómago. Ahí estaba él, besando a otra; y ahí estaba yo, observando, a pesar de que dolía.
Tragué saliva para aligerar el dolor lacerante que comenzaba a crecer en mi garganta, mis ojos se llenaron de lágrimas, quería correr y esconderme en el baño o gritarle para que la soltara, cualquier cosa menos eso, ¿por qué no se quitaba? Sin embargo, no hice nada, solo miré cómo se iba con ella sin preocuparse por mí, sin siquiera comprobar si yo estaba mirando.
Ese día me fui sola a casa, fue la primera vez que lloré por Liam; la primera de muchas. Cuando llegué, mi madre me recibió en la puerta con los brazos puestos en jarras, me señaló con el dedo índice y movió la cabeza en señal de desaprobación. Mis padres tenían una comida muy importante, los socios ya estaban en el comedor, me obligó a borrar los rastros de mis lágrimas y me dijo que tenía que parar, pues la gente no debía darse cuenta de que había llorado, nadie nunca podía verme derrotada. Terminé confesándole mis sentimientos por mi amigo, el hijo de los amigos de mis padres. Nunca me he arrepentido tanto de algo.
Por semanas William me ignoró, caminaba por los pasillos de la escuela con esa chica a su lado, no me saludó ni una sola vez, no me sonrió, era como si yo no existiera, como si fuera un fantasma, solo un recuerdo de lo que habíamos sido alguna vez. Me sentía tan triste que, cuando un día llegó y me pidió una cita, no me detuve a pensar qué estaba ocurriendo. Le dije que sí, mi madre me ayudó a peinarme el cabello y a aplicarme brillo labial, me dijo que usara el vestido azul a pesar de que yo quería usar uno negro.
Empezamos a salir, pronto lo hicimos formal, no me di cuenta o, más bien, no quise ver que a Liam le costaba tratarme como algo más que una amiga. Un día se derrumbó y me confesó que sus padres lo habían obligado a terminar con su novia porque querían que saliera conmigo, que me adoraba, pero no como yo lo hacía. Le pedí que me dejara porque yo no era capaz de hacerlo, me lastimaría más de lo que ya estaba.
—No puedo, ellos me lo han ordenado, Hannah —dijo él con el timbre ronco, aguantando las ganas de llorar.
Me dolió en el alma que no estuviera conmigo por amor, me sentí mal y le dije a mamá que lo dejaría. Aseguró que todo estaría bien, que a veces los chicos necesitaban hacer locuras antes de quedarse con la persona que de verdad amaban, mi madre me pidió que tuviera paciencia porque todas las mujeres debíamos ser constantes si queríamos enamorar a alguien. Vaya estupidez, pero en ese momento no lo comprendía. Tomé ese consejo porque creí que era bueno, después de todo, era una chiquilla que pensaba que su madre tenía la razón.
Dejé que los demás creyeran que era feliz, me aseguré de formar parte de los grupos más importantes de mi escuela, no me detuve hasta que conseguí las calificaciones más altas y vi mi nombre en el cuadro de honor, me rodeé de amigos que llenaran las expectativas de mis padres y fingí delante de todos que Liam y yo éramos felices, a pesar de que él jamás escondió el hecho de que no me amaba.
No había fiesta a la que no fuera, coqueteaba con otras sin importar si yo estaba ahí. Tiempo después fue más duro, pues el coqueteo se volvió otra cosa, muchas veces miré cómo tomaba la mano de una chica y subía las escaleras, en ocasiones salía y otras tenía que buscar a alguien que pudiera llevarme.
William se dio cuenta de que empezaba a cansarme, no lo sé, el punto es que apareció en la puerta de mi habitación con una florecilla. Me pregunté cómo había entrado si mis padres no estaban, igualmente dejé que pasara; pero no lo miré, quería dejarlo, solo tenía que encontrar las palabras. Se detuvo detrás de mí, sus brazos me rodearon, me dio un jalón para pegarme a él y hundió la cabeza en mi cuello. Qué bien se sentía.
—No soporto cuando te alejas de mí, Han, sé que me he portado como un patán últimamente, lo siento tanto, sabes que eres lo más importante para mí, aunque a veces no lo parezca. Eres la única que de verdad me conoce y me acepta, jamás podría alejarme del todo de ti, ¿es eso suficiente, cariño? —Lágrimas comenzaron a salir de mis ojos, ¿por qué el amor tenía que doler tanto? ¿Eso era lo único que conseguiría de él? Por tonto que sonara, estaba dispuesta a tomarlo—. Nunca te alejes de mí, Hannah, por favor.