Capítulo 6: Caperucitta.
ROSIE.
Mi respiración es errática, el aire abandona mis pulmones a medida que avanzo dando fuertes tumbos con ahínco; el sudor perla cada centímetro de mi rostro, pecho, axilas y se desliza a través del interior de mis muslos. El corazón me da golpetazos contra la pared de mi caja torácica y mis piernas tiemblan advirtiéndome que en algún instante van a dejar de responderme.
¿Alguien más odia los deportes o solo se trata de mí?
Freno mis pasos y me cierno sobre mi abdomen apoyando mis manos sobre las rodillas. Siento que el aire a mi alrededor se corta así como no puedo concentrarme en otra cosa que no sea el estrepito que causa mi corazón al tocar cual tambor. Trato de recuperar el aire que me ha arrebatado la cantidad de esfuerzo físico, pero las nauseas se arremolinan en la entrada de mi tripa.
—¡No he dicho que paren, Hamilton!
El grito de la profesora me suena aislado, o quizás, no estoy muy lejos de llegar a desmayarme frente a toda la clase.
Tomando una profunda respiración para llenar mis pulmones de oxigeno, aprieto mi cabello contra la goma elástica asegurándome de que no planea soltarse cuando retome el trote, y emprendo mi rumbo volviendo a trotar todo lo que mis piernas me lo permiten.
El viernes por la noche fue un autentico desastre; Mecha casi termina perdiendo la consciencia después de haberse marchado con Kevin, las gemelas estuvieron a un minúsculo paso de agarrarse por los pelos con otros gemelos que no he conocido todavía, y yo... aparte de que terminé con el vestido empapado de el hedor a cerveza, tuve que acceder a marcharme en bus con solo una camiseta. Sin mencionar, la discusión que tuve con Micah en su habitación.
Él es un idiota que representa cada letra de la palabra:
I: Imbécil.
D: Desastroso.
I: Inepto.
O: Odioso.
T: Terrible.
A: Arrogante.
Sin embargo, me prometí a mi misma seguir con las pautas de mi madre, debía mantenerme prudentemente distante de él.
Admito que lo que me dijo ese día me clavo un puñal en el pecho, pero tras horas y horas sin poder concentrarme en nada más que en la conversación que tuvimos, si es que así se podría llamar, me convencí a mi misma de que Micah Janssen nunca iba a dejar de sorprenderme con cada acción que se dispusiera a hacer.
Casi emito un chillido de alegría cuando la profesora Karla sopla el silbato para indicarnos que podemos detenernos. Echo un vistazo a mí alrededor, y hay por lo menos, cinco jóvenes expulsando el desayuno de esta mañana. Intento no mirar para evitar caer en lo mismo. Me llevo una mano al pecho y compruebo la humedad que destila mi piel debido a la transpiración.
Culebreo entre los estudiantes sin fuerzas de seguir viviendo hasta tropezarme con Mecha. Ella tiene los labios entre abiertos, y su piel cremosa de por sí, generalmente caucásica se ha tornado pálida. Temo que pueda querer vomitar encima de mí.
—Recuérdame por qué debemos seguir viendo gimnasia en la universidad —pide sin aliento.
Tal vez, si la situación fuese otra, inclusive me hubiese reído por la expresión nauseabunda que se adueña de las facciones de la castaña.
—Ni la menor idea —suelto.
Trato de secar la humedad que se adhiere a mi piel formando una delgada capa superficial de sudor. A mí alrededor el aire huele a inmundicia.
Mecha emite un graznido, y se desliza vehemente hacia que su trasero hace contacto con el suelo del gimnasio.
Por su parte, la profesora nos concede tan solo cinco minutos para recuperarnos. ¿Qué clase de receso de cinco minutos era ese? ¿Quién podría recomponer todas las energías en tan solo cinco minutos?
Sin darme cuenta, me paso los cinco minutos cavilando en mi cabeza sobre lo desalmada que me resulta la profesora Karla. Posee ese aspecto imperturbable que me recuerda a mi madre, pero su vestimenta lo arruina todo. Sobre sus largas piernas se ciñe un par de bermudas con cuadros similares a los que usan los hombres, y además, una corta camiseta que nos permite apreciar el sudor en su ombligo, sin poder omitir el piercing que tiene clavado alrededor de la aureola del ombligo.
El ruidito insoportable del silbato me trae devuelta al desastroso cauce al cual le conocemos como realidad durante clase de gimnasia. Junto a mí, Mecha emite un chillido agobiante que me revuelve el estomago.
A decir verdad, nunca he sido leal seguidora de ninguna actividad deportiva, aunque mis padres me forzaron a tomar lecciones de tenis durante lo que rodea a un año. Fue una pesadilla.
—¡Mátame, Rosie! ¡Mátame! —suplica Mecha templando mi camiseta deportiva. Entre cierra los labios en mi dirección—. ¡No creo poder soportar una hora más en este inmundo lugar atestado de demonios como ella!
Le atrapo las manos, y la fuerzo a soltarme. —¿Matarte y quedarme sola en este calvario? —considero la idea, y meneo la cabeza ganándome un graznido de su parte—. Creo que paso —ella refunfuña entre dientes, y aparta sus manos bruscamente de las mías tras dirigirme una mirada llena de acidez.