Capítulo 11: Caliente Como El Infierno.
ROSIE.
¿Crees en el amor?
¿Sí?
¿Seguro?
Yo no. Nunca he creído. Y nunca creeré en él.
Mi madre me enseñó todos los contras que tiene el amor; y básicamente puedo resumirlo todo en una sola palabra: sufrimiento. Sí. Sufrimiento del bueno. Sufrimiento constante. Sufrimiento eterno.
Suena del horror.
Por supuesto, también me enseñó sus pros; casi todos similares: mariposas danzarinas en el estomago, sonrisas imborrables, el vivo sentimiento de sentirse amado y amar… suena lindo.
El amor es una contradicción. Se pinta de rosa y termina coloreándose de negro.
¿Por qué demonios estás pensando en el amor? Ya. Ni la menor idea. Cero.
O tal vez es por… ¡No! ¡Imposible! Me rehúso a seguir actuando y cavilando como una idiota, casi pareciera que estuviese… enamorada. Iught. Escalofríos.
Introduzco los libros en el interior de la mochila al estilo cartera que me ha regalado papá en mi última semana en casa. Es tan linda, de color lila con florituras en relieve del mismo tono. Se parece a papá. Colorido y lleno de relieve. En cambio, mamá es… oscura y sombría en todos los sentidos.
Cierro tirando del cierre y coloco la mochila sobre mi hombro. Claire me acompaña, está aguardando por su hermana gemela, Blair. Tiene el cabello rubio ceniza atado en una coleta a la altura de la coronilla y dos libretillas adheridas a los brazos contra el pecho.
Ella ha estado mordiéndose las uñas durante los últimos minutos, está actuando como una persona preocupada y no tengo ni las más mínimas sospechas de a qué podría atribuirse.
—¿Todo en orden? —pregunto al cabo de unos minutos. Ella aferra sus dedos alrededor de las solapas de su mochila.
Claire pinta una sonrisa en sus labios. —Sí. Yo solo… —aparta su dedo de la boca al darse cuenta de su tic—. No es nada. Solo pensaba en un chico que conocí esta mañana… ¡Él era un idiota! ¡Casi me atropella con su bicicleta! —gruñe entre dientes.
Salimos por la puerta del aula y nos dirigimos a la cafetería en el exterior del campus para encontrarnos con Mecha. Ella me ha pedido reunirnos para la hora del almuerzo.
—¿Qué? ¿Cómo sucedió eso? —inquiero.
Claire empuja la puerta con el hombro y me indica que pase primero. Le dedico una sonrisa como agradecimiento.
—No lo sé. Yo venía con mis auriculares por la mañana y el chico casi me atropella con su bicicleta. Solo dijo ‹‹Ups. Mala mía›› ¿Desde cuándo decir algo así cuenta como disculpa? —dice indignada. El celeste de sus ojos se vuelve más intenso y nítido—. Sería como si quisiera decir ‹‹Lo he hecho a propósito. No esperes que me disculpe›› ¡Es un…! —refunfuña.
Coloco un dedo sobre sus labios antes de escucharle decir el improperio que soltará a continuación. Ella abre los ojos con fuerza y despega mi dedo de sus labios. Conozco a las gemelas por lo que puedo decir con propiedad que tienen unas lengüecitas bastante sucias.
Enseguida, recuerdo a mamá. Hablar improperios no es para señoritas. Ella se encargó toda mi vida de enseñarme a ser la Rosie en la que me he convertido. Ella se encargó de estructurar mi vida por completo. Decirme que debía o no de hacer. Decirme qué debía o no pensar. Decirme qué debía o no sentir.
El corazón se me hunde en el pecho pero me obligo a no derrumbarme ahora. Me obligo a mantener los muros levantados a mí alrededor como siempre ha sido.
Salimos del edificio de la facultad hacia el exterior en donde se encuentran los camiones de comida rápida. Localizo a Mecha sentada en una de las mesas en los rincones del sitio. Está con un libro entre las manos, el cabello castaño cayéndole como una cortina frente a la cara y el ceño ligeramente fruncido. Debe estar leyendo uno de los libros que obtuvo recién.
Claire me arrastra hasta su mesa tirándome de la muñeca. Le arrebata el libro a Mecha de las manos y le echa una ojeada al título. Mecha junta sus labios con fuerza evidentemente irritada ante el arrebato de la rubia.
—¡Claire! ¿Nunca has escuchado que el tiempo de lectura es sagrado? ¡Nunca interrumpas a una chica que se encuentra leyendo un libro si de veras consideras tu vida! —advierte la castaña antes de estirar el brazo hacia Claire y tomar el libro devuelta.
La rubia frunce los labios y se sienta. Retiro un mechón de cabello que me fastidia en el rostro y lo arrastro hacia el lóbulo de la oreja. Saco el contenedor de la ensalada de frutas que he comprado en la mañana antes de entrar a clases en la tienda y lo pongo sobre la mesa. Rasgo el plastiquillo para sacar el tenedor y pierdo una uña en el intento. Suerte la mía.
Comienzo a comer escuchando la suave y, en lo absoluto, solemne discusión que inician las chicas sentadas sobre las sillas contiguas a la mía. Tengo la cabeza más revuelta que la misma ensalada en frente de mí. He estado actuando así desde el fin de semana, y… no quiero pensar que se debe a una sola persona. No puedo evitar pensar en Micah y en los besos que nos dimos aquella noche. No he parado de pensar en ello. Pareciera que mi cerebro ha perdido la capacidad para asimilarlo y ha decidido almacenarlo en mi memoria para, probablemente, toda la eternidad. Hurra.