Supongo que mi carácter, es un reflejo de la vida que he llevado, una vida que tiene más sombras que luces, si, como Christian Grey, pero sin la suerte de ser una millonaria atractiva que tiene gustos particulares en la cama. Mis gustos en lo que se refiere al sexo, son más bien clásicos. Respecto a lo otro, en mi vida no han habido nunca lujos.
En los años sesenta, embarazarse fuera del matrimonio, era un escándalo, por lo que a toda prisa se organizó la boda, pues por "accidente" venía en camino quién suscribe estas líneas. Mi madre apenas tenía 21 años cuando se casó con mi padre y además... embarazada de tres meses ¡Que vergüenza! ¿Qué dirían los vecinos? Por aquel entonces, se estilaban los noviazgos laaaargos, no se vivía en pecado, había que hacer las cosas como DIOS manda.
Recuerdo como una vez soñé que estaba frente a mi madre el día de su boda. La veía caminar hacia el altar con ese precioso vestido de corte princesa, sujetando el brazo de mi abuelo, dirigiéndose hacia mi padre. Se la veía tan inocente, tan joven... Soy espectadora, me veo en la ceremonia como si de una invitada más se tratase, con la diferencia de que yo puedo verlos, pero ellos a mi no. Sigo con detenimiento el discurso del párroco, ese en el que se promete fidelidad, estar para todo en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separe. Justo antes de que se pronuncie el esperado "Si, quiero" empiezo a gritar a todo pulmón tratando de impedir la unión de la pareja. Me dejo la voz, llamando a mi madre, pidiéndole que no se case. Intento acercarme a ella, pero hay un cristal que nos separa. No se percata de que estoy al otro lado, no puede oírme, no puedo hacer nada. Sin quererlo, sin saber como, fui espectadora del primer día de la condena que supuso para ella casarse con mi padre. A día de hoy, casi cuarenta y dos años después, sigue pagando.
Soy hija de padre alcohólico, desde siempre lo que ganaba trabajando era para mantener su adicción y pagar las cuentas pendientes que dejaba semanalmente en los bares de la zona. En mi casa, no éramos especialmente afectuosos, la infancia de mi madre tampoco fue fácil, mi abuela la educó a base de golpes. Mordiscos, tirones de pelo o incluso golpes con el palo de la escoba... Cualquier cosa, servía como arma arrojadiza contra aquella niña pequeña, una niña que resguardaba a su hermano de los golpes, anteponiendo su cuerpo. Mi madre no fue cariñosa conmigo, mi padre tampoco lo era, no obstante ella estaba presente. Él estaba en cualquier bar y cuando llegaba a casa o estaba a punto de ir a dormir o ya dormía. En otras ocasiones, si los veía a los dos. Los veía discutir, despedazarse el uno al otro con reproches, con palabras punzantes que duelen con solo oírlas. Mi madre gritaba mientras él... dormía la mona.
Yo no tengo recuerdos de vacaciones, ni de un salón repleto de juguetes en navidad. No recuerdo a mi padre llevándome al colegio, ni en una reunión con mi profesor o en una función escolar. Tampoco hay baños en la playa, ni fiestas de cumpleaños, ni... ¿Sabéis que recuerdos tengo con mi padre? Recuerdo como los sábados por la tarde, me aparcaba en la puerta del bar. Mientras él veía el partido de fútbol y comentaba las jugadas, yo esperaba sentada a ver si ese sábado me caía un zumo o una bolsa de patatas, pues habían sábados en los que no tomaba nada en toda la tarde, a no ser que uno de los "amigos" de mi padre, me invitase. Era tan solo una niña, rondaba los siete u ocho años de edad. Poco después pasé a ser la hermana mayor que cuida de su hermana pequeña en la puerta del bar, yo tendría nueve o diez años, mientras que ella, tan solo cuatro o cinco años. Los "amigos" de mi padre ya no me trataban de la misma manera, no me miraban igual... Estaba cambiando. Pasaba mucho tiempo en casa de mi prima, ella era tres años mayor que yo, admitamos que todos hemos tenido de referente a nuestros primos, probablemente sean nuestros primeros mejores amigos.
Mi padre, en su abuso constante del alcohol desarrolló una pancreatitis, provocando su ingreso hospitalario de urgencia. Mi prima, su hermano y yo, recibíamos clase en diferentes cursos pero todos compartíamos colegio. Por lo que, quedarme en casa de mi prima durante la estancia de mi padre en el hospital era la mejor opción. Supongo que en aquél momento me pareció una idea genial, aunque no lo fue en realidad y hasta hace poco no fui consciente de ello. Dormía con mi prima, en la misma cama, compartíamos risas, momentos y posteriormente secretos. Supongo que empezó como un juego, morboso y sucio. Ahora que puedo hablar de ello sin tapujos, me veo cerrando los ojos con fuerza mientras mis dedos se deslizaban entre su sexo. Ella ya tenía vello y yo aún dientes de leche pendientes de caer. Se aprovechó de mi inocencia, abusó de mi confianza... rompió algo que nadie pudo arreglar después. No hubo una noche, hubieron varias noches de besos con lengua, tocamientos y susurros en la oscuridad.
-No se lo digas a nadie.- me decía.
Estuvo un par de semanas en el hospital, hasta que pudieron estabilizarlo. Dos semanas de juego enfermizo que trastornó mi percepción de la sexualidad. Nos os imagináis lo poderosa que puede llegar a ser una vagina.
He estado toda la vida de aquí para allá. Nos mudamos muchas veces de piso, mi padre no colaboraba económicamente en casa, apenas podíamos pagar el alquiler. Mis abuelos nos ayudaban todo lo que podían, pero nunca parecía suficiente. Hubo una época en la que nosotros nos mudábamos en el tiempo que tú preparabas una paella. Por suerte, no cambié de ciudad, ni de colegio, solo de barrio. Mi madre empezó a trabajar limpiando colegios en horario nocturno, por lo que pasaba días sin verla. Cuando ella llegaba yo me iba al colegio, cuando yo llegaba del colegio, ella ya no estaba. Un día, tras otro... Era necesario, no se lo puedo reprochar, pero me hacía falta, la necesitaba, aunque nunca se lo dije. Hay muchas cosas que no le dije, que no le he dicho aún.