UN NUEVO DÍA
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Al despertar, sus parpados adormecidos se toparon con una molesta luz que lo obligó a cerrar los ojos. Estaba tan soñoliento y desorientado que creyó que había muerto. Por suerte, los bombillos que se encontraban en el techo encima de su cabeza le confirmaron que estaba equivocado, calmando la ansiedad que le causaban sus pensamientos.
El siguiente paso tedioso fue tratar de mover su cuerpo, pues apenas giró la cabeza unos cuantos grados, se mareó y se enderezó sobre la almohada nuevamente. Algo pesado sujetaba su brazo derecho impidiéndole moverlo, pero ni siquiera poseía la fuerza requerida para elevar su cuello unos cuantos centímetros y mirar el estado en el que su cuerpo se encontraba.
Con los minutos pasando, el sueño desaparecía. Comenzó a sentir su piel helada por el intenso frío de la habitación, y un hormigueo en sus extremidades comenzó a incomodarlo. El profundo silencio hizo que su miedo se manifestara, agitando su respiración.
La puerta de su habitación se abrió, dejando ver a una joven que llevaba un porta papeles y un bolígrafo en su mano.
—Ah, veo que ya despertaste —dijo la enfermera con una pequeña sonrisa—. ¿Cómo te sientes?
Mert la miro sin poder pronunciar palabra, seguía abriendo y cerrando los ojos para tratar de permanecer despierto. Así que, se limitó a asentir con la mirada parpadeando lentamente dos veces.
—No te preocupes; no tienes que hablar—dijo mientras lo revisaba—. Estabas bastante herido cuando llegaste. Tu brazo este enyesado, no trates de moverlo.
Mert entendió la razón por la cual no podía mover su brazo.
La puerta volvió a abrirse, dejando ver a Onur. El pelinegro lucía cansado; con unas ojeras oscuras que resaltaban su tez blanca, llevaba la capucha del suéter tapando su cabello, y sostenía un café en la mano.
—¡Dios mío! —exclamó abriendo los ojos de par en par al ver que Mert estaba despierto—. ¡Despertaste! ¡Por fin, estás despierto! —se acercó entusiasmado a la camilla.
—Acaba de despertar, el sedante está dejando de hacer su efecto. Depende del dolor que sienta en las próximas horas —se dirigió a Onur—, se lo suministraremos nuevamente.
—¡Está bien! —dijo Onur sin borrar la sonrisa de su rostro—. Gracias, señorita.
La enfermera se retiró del lugar, dejando a los chicos solos en el cuarto. Onur arrastró rápidamente una silla que estaba a un lado de la camilla.
—Cuéntame, ¿cómo te sientes? —detalló a Mert.
El muchacho miró a Onur con una sonrisa que parecía más una mueca de dolor, pues apenas sonrió un poco sintió que su labio le dolió, exhaló con dificultad y tardó unos segundos en pronunciar sus primeras palabras.
—Como... la mierda.
—No esperaba menos—dijo Onur apresuradamente—. Estarás bien, pero es normal que te sientas débil algunos días.
Mert se tranquilizó un poco con Onur a su lado explicándole muchas dudas que estaban en su cabeza. Con los minutos su cuerpo comenzó a dar señales de conciencia, los dolores en sus músculos hicieron presencia, y las punzadas intermitentes en su costilla derecha estaban siendo una verdadera molestia.
La cara le ardía un poco, especialmente la frente, y mientras más pasaban los minutos, más dolores experimentaba.
Se quejó por lo bajo haciendo una mueca de dolor.
—¿Quieres que llame a la enfermera? —preguntó Onur, levantándose de la silla.
—¡No! —negó y cerró los ojos—. Puedo aguantarlo.
—Pasaron dos días—comentó—. ¿Lo sabias?
Negó con la cabeza levemente.
—Todos nos preocupamos por ti. Ayer mucha gente me preguntó. Tuve que abrir el taller y darle al señor su auto —bebió de su café—. Mamá Samira lloró mucho. Ah, y hubieras visto la cara de Zeynep cuando se enteró. Pensé que iba a llorar.
—¿Preguntó... por mí? —inquirió en un tono a penas audible.
—Sí, vino al taller y, como estaba cerrado, se preocupó—explicó sonriente—. Me dijo que le avisará cuando estuvieras mejor. Me dio su número, creo que quería disculparse contigo.
Mert estaba tan adolorido que no tenía fuerza para hablar sobre cuestiones del corazón, pues cada vez el dolor se intensificaba, y solo podía pensar en los hombres que lo habían dejado en este estado.
—¿Sabes algo de los tipos—gimió arrugando las cejas—... que me golpearon?
—No, hermano —se echó la capucha hacia atrás—. Esos malditos escaparon. Ni siquiera pude verlos, seguro que la policía del hospital te preguntará sobre lo que pasó. ¿Tú si los viste?
—No los conozco... me estaban esperando—trató de explicar.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó con asombro.
—No querían dinero, solo me golpearon —tosió—, cuando llegué me preguntaron si yo era Mert.
—¿En serio? —dejó su café en la mesita—. ¿Por qué? ¿Qué querían?