CONEXIONES
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Inhaló y exhaló muchas veces. ¿Qué más podía hacer? Ya se había enojado, ya había gritado, llorado y reprochado en palabras todo lo que le enojaba por dentro.
Ahora solo quedaban las dudas.
Las mismas que se resistió a escuchar cuando trataban de ser explicadas.
En medio de las miradas de sus vecinos, indecisos entre acercarse o mantenerse al margen, una mano acarició su espalda, haciéndolo levantar su cabeza bruscamente.
A su lado, en el frío asfalto, Zeynep le hacía compañía.
—¿Zeynep? —pronunció con la voz ronca y limpió sus lágrimas rápidamente.
—¿Estás bien? —inquirió preocupada.
Negó con su cabeza y las lágrimas retornaron a sus ojos. Zeynep acarició su espalda tratando de consolarlo; luego tomó la helada mano del muchacho y la sujetó dulcemente, dedicándole caricias.
—Llorar está bien, nos hace sentir mejor.
—¿Por qué nada sale como quiero? —se quejó entre sollozos.
—No digas eso—acarició su mano intentando calentarla—. Todo sucede por una razón, quizá en el futuro esto tenga sentido.
Él no dijo más nada, permaneció disfrutando de las caricias, hasta que sus ojos se secaron. La chica respeto el silencio, y todos los pensamientos que Mert no quería decir en voz alta.
Miró hacía adentro del taller y observó el desastre que había a sus espaldas.
—Es que... cuando...—trató de explicar al ver que la chica se sorprendió.
—¡Está bien! —interrumpió con una sonrisa y Mert se sintió aliviado de no tener que explicar nada.
—¿No tienes frío? —preguntó al mirar las mejillas de Zeynep enrojecidas.
—Un poco.
—¡Vamos, levántate! —se puso de píe y sin soltar su mano la ayudo a levantarse.
—¿Qué harás? Puedo acompañarte a tu casa, si no te quedarás en el taller.
Él accedió. Buscó las llaves entre el desastre, las tomó y cerró el taller. Solo quería dormir.
Caminaron juntos hacia su casa, pero durante el camino no dijeron nada.
—Descansa un poco—dijo al llegar a su puerta.
—¿Puedes quedarte un rato? —suplicó, sin dejar de mirarla.
—¡Claro! —sonrió pacíficamente—. Pensé que deseabas estar solo.
—Es lo que menos quiero.
Cuando él estaba abriendo la puerta, Samira salió de su casa. Su rostro emanaba preocupación y decepción, miraba a Mert con cierta culpa.
Zeynep la saludó apenas la vio, pero Mert permaneció serio y no intercambió miradas con ella ni contestó el saludo, hecho que sorprendió bastante a Zeynep.
La mujer, destrozada y decepcionada, se devolvió nuevamente a su casa al notar que Mert no deseaba verla.
Al entrar, Zeynep se quedó detallando la situación.
—¿Por qué no le contestaste a mamá Samira? —inquirió finalmente, entrando a la sala—. La pobre se veía muy triste, y preocupada.
—Es que—suspiró y se sentó en el mueble con pesadez—, hoy apareció una mujer...
—Lo sé—interrumpió—. Me encontré con Onur antes de ir al taller, estaba triste, así que le insistí y me contó lo que sucedió.
—Ahora sí habla— musitó, poniendo los ojos en blanco.
—Mert, si sabes que solo estás descargando todo tu enojo con Onur, ¿cierto?
Mert desvió la mirada y no dijo palabra.
—Pero no entiendo—retomó la conversación—. ¿Por qué también estás enojado con mamá Samira?
—Ella también lo sabía, ¡y quién sabe desde cuándo!
Se levantó y encendió la estufa eléctrica que se encontraba junto al mueble.
—Prepararé el té.
La chica fue detrás de él a la cocina.
—¿Por qué te enoja tanto lo que sucedió?
—¿Lo preguntas en serio? —dejó la tetera de agua calentando y miró a Zeynep—. ¿Ves esta casa, Zeynep? Es pequeña para ti; pero cuando yo era un niño, era demasiado grande y solitaria para mí.
Zeynep se cruzó de brazos y lo miró, intentando comprender su perspectiva.
—Y ahora que no necesito a nadie—buscó el té del cajón—. Esa mujer se dignó a venir y decirme que es mi tía.
—¿No crees que tenga alguna buena excusa por no haber venido antes?
—Zeynep... no fue un año, ni dos. Estamos hablando de trece años. Ni una carta, ni una llamada—echó el té en el agua hirviendo—. Esa mujer venía a lavar su auto y le daba propinas a su sobrino, todo mientras me miraba a los ojos.
Se produjo un silencio.
Ella observaba como lavaba los vasos que estaban en el fregadero.
—De todas formas, Onur te dijo que lo supo ayer; y Samira tendrá sus razones para no decírtelo—secó los vasos que Mert fregó para acompañarle—. Imagina que tú eres quien debe darle una noticia así a un amigo... a quien consideras tu hermano, sabiendo que puede afectarle tanto, ¿sería sencillo para ti?
—No, pero lo haría de todos modos.
—Eso dices ahora, porque no estás en esa situación.
—Zeynep—miró a la chica finalmente—. ¿Qué determina una amistad?
—Pues no lo sé, Mert—rechistó—. La amistad se determina por muchas cosas. No eres un mal amigo por cometer un error, creo que te tomas las cosas muy personales.
—¿Tú me lo habrías ocultado?
La muchacha abrió los ojos de par en par y mordió su labio, nerviosa. De repente sintió que estaba haciéndole una prueba de amistad y temía reprobar.
—¡Ay! ¡No lo sé, Mert! —soltó el trapo—. ¡Deja de verme así!
Mert la tomó delicadamente del brazo y se acercó a ella con intención de captar su atención. Entonces, tomó su mentón con un delicado apretón e inclinó su cabeza hacia arriba, obligándola a conectar ambas miradas.
—No me mientas nunca, no lo hagas. No importa qué tan difícil sea la verdad; yo decido cuánto me dolerá.
Ella estaba nerviosa y temblorosa, ni siquiera escuchaba lo que Mert decía. Y sus ojos verdes la habían acorralado sin permiso; sus dedos, helados producto del frío, tocando su mentón con tal ternura, causaban que su corazón latiera como el segundero de un reloj.