Luke
No sé qué diablos pasa conmigo.
Desde que Samantha y Emma llegaron al pueblo, siento como si alguien hubiese sacudido el polvo de cada rincón de mi rutina. Y no porque hagan algo extraordinario. Es lo simple, lo jodidamente cotidiano: verla servir café en el local por las mañanas o a la cría reírse tímida cuando la saludo desde mi camioneta. Pequeñas cosas, pero se me quedan grabadas como si fueran marcas al rojo vivo.
Esta tarde me encontré cortando madera en el cobertizo del rancho. No por necesidad. Solo porque no podía estar quieto. Mi cabeza se ha vuelto como un plano secuencial de todas las veces que he visto a Samantha y me he quedado embobado como un idiota.
—¿Piensas dejar algún árbol en pie o vas a talar todo el condado? —la voz de Caleb me saca del trance.
Suelto el hacha, sacudo el polvo de mis pantalones y lo miro desde debajo de la visera del sombrero.
—Me ayuda a pensar.
Él asiente, como si entendiera. Tal vez sí. Caleb ha visto suficiente en este pueblo como para no necesitar explicaciones. Me limpio el sudor con el brazo, una costumbre asquerosa y pegajosa.
—¿Y en qué piensas tanto? —preguntó, pero ya se lo imaginaba.
En vez de responder, me paso la mano por la barba y recojo otro tronco. No estoy listo para decirlo en voz alta.
—Puedes contarme lo que sea, estoy aquí, Luke.
—Lo sé, solo que no entiendo lo que me pasa.
Caleb asiente y palmea mi espalda antes de marcharse. Me da mi espacio, lo respeta.
Más tarde, cuando el sol empieza a caer, monto en la camioneta y tomo el camino hacia el pueblo. No tenía una razón concreta. Solo… me pareció buena idea.
La encuentro sentada en la pequeña terraza del bar de Ruby, con Emma acurrucada a su lado, ambas viendo un libro.
—¿Puedo unirme o este espectáculo es solo por invitación? —pregunto cruzando la cerca improvisada en el lateral del bar.
Samantha sonríe, esa sonrisa lenta que me desarma un poco más cada vez.
—Solo si invitas a unas bebidas—dijo, haciéndose a un lado.
Emma me miró con sus ojos grandes y serenos, luego palmeó el hueco libre junto a ella. Me senté, sintiéndome un gigante al lado de ambas.
No dije mucho mientras me sentaba a oír como la niña y la madre leían el libro en voz alta. Agradezco en silencio a Ruby cuando trae una cerveza para mi sin ser pedida y me pierdo en la historia.
No fue nada, y a la vez fue todo.
Cuando terminan, Samantha recogió el libro, sacando otro con un gran estuche de colores para Emma.
—Gracias por quedarte.
—No tenía mejores planes —respondí, aunque ambos sabíamos que era mentira. No tenía ningún plan que superara estar ahí.
Cuando llega el momento de ir a casa, las llevo en mi camioneta. Hoy la niña no para de parlotear y me encanta escucharla, escuchar como su madre ríe con sus ocurrencias. Una vez frente a la casa, su madre la envía al interior. Emma me da buenas noches y desaparece dentro. Nos quedamos de pie un segundo más, bajo el cielo estrellado.
—Luke… —empieza ella, sin terminar.
Mis ojos no dejan de recorrer sus rasgos, sus bonitos ojos sus labios… La tomo la barbilla con dos dedos, suave. Con un cosquilleo subiendo por mis manos.
—No tienes que decir nada. No esta noche.
Baja la vista, pero la traigo más hacia a mi dejándola descansar sobre mi pecho. Sus pequeños brazos me rodean, y juro por todo, que ese gesto me golpeó más fuerte que cualquier beso que haya recibido nunca.
Estoy completamente loco.