Raíces en Ti

Capítulo 24

Luke

Nunca me imaginé cuidando a una niña. Ni tampoco imagine que en lugar de pasar una tarde besando a una mujer increíble, me aleje y simplemente me ofrecí a ayudar.

Sueno como un bastardo.

Y no porque no me gusten los niños, o me guste menos que su madre. Es solo que… no formaba parte del plan. Tampoco tener una mujer en mi porche con los ojos más sinceros que he visto en mi vida. Pero aquí estamos.

Y no sé cómo pasó, pero ahora hay una mochila rosa colgada en el perchero de la entrada del rancho y una pequeña vocecita que me pregunta si puede darle una zanahoria a Flame, aunque me haya visto hacerlo mil veces.

Emma llegó con Samantha esa mañana como si siempre hubiera formado parte de este lugar. Cuando la vi correr entre los perros, con su risa aguda y su trenza torcida, algo se me aflojó por dentro. Algo que no sabía que estaba tan apretado y entonces me ofreci a cuidarla mientras Sam cubría el turno de la tarde.

—¿Crees que pueda montar un día? —me pregunta, con la nariz manchada de chocolate de una galleta que le di sin permiso de su madre.

—Si tu mamá lo permite y te portas bien, podemos intentarlo.

Me miró como si acabara de prometerle el mundo.

—¿De verdad?

—De verdad, vaquerita.

Pasamos la tarde en los establos. Le mostré a Emma cómo cepillar a Flame con movimientos suaves, y ella me escuchó con una seriedad que me recordó a mi madre cuando me enseñaba a mí. Tenía los ojos brillantes y las manos pequeñas pero decididas. Mi hermano pensó que me estaba volviendo loco y se ofreció a llamar al doctor repetidas veces.

Después, nos sentamos en el porche con limonada y manzanas cortadas.

—¿Siempre has vivido aquí? —preguntó Emma mientras comía su manzana.

—Desde que era más pequeño que tú. Y eso ya fue hace mucho —le guiñé un ojo, y ella soltó una risita.

—¿No te aburres?

—Aquí nunca hay tiempo para aburrirse.

—¡Es verdad! Este sitio es tan divertido y hay tantos niños para jugar que nunca me iré. No se parece en nada a la ciudad.

Todo en mi interior se retuerce mientras pierdo la oportunidad de interrogar a la niña y descubrir hasta el último momento de sus vidas. Puedo ser desagradable en algunas ocasiones, pero nunca seré un entrometido. He llegado a odiar a quien intentó fisgonear sobre mi vida.

—¿Qué te parece si buscamos a Caleb?

Emma no se lo piensa dos veces y corre hacia mi camioneta, mi hermano dijo que estaría en el prado y ella sabe que no vamos a llegar a pie. Cuando mi hermano nos ve, no puede contener la sonrisa. Sabe que mi energía esta por los suelos y que la niña me está superando después de la mañana llena de problemas que tuvimos. Él, en lugar de darme toda la mierda que merezco, toma las riendas de la situación y me ayuda con Emma, que no para de hacer preguntas.

Ya entrada la noche, Samantha parece para buscar a Emma tras su turno, es mi hermano quien la recibe. Y nos encuentra a Emma y a mi sentado en el suelo del salón haciendo un dibujo sobre la mesa baja.

—Es para ti —dice la niña, extendiéndolo antes de correr hacia su madre.

Lo tomo. Era ella, Samantha… y yo. Los tres de pie frente al granero. El sol detrás. La letra torcida de "LUKE" escrita sobre el sombrero. Una sonrisa estúpida se plasma en mi cara y no la oculto.

—Gracias, vaquerita.

—¿Puedo venir otro día?

—Siempre que quieras.

Me mira con los ojos grandes y cansados. Pero con esa clase de confianza que no se compra ni se pide. Se gana. Y sin darme cuenta, me había empezado a ganarla.

Y eso, por algún motivo, me dio más miedo que cualquier tormenta. Un miedo terrible a decepcionar no solo a su madre, sino también a ella.




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