Luke
La noche cae tan rápido en el rancho, que apenas la vi venir. Cuando quise ser consciente, Sam ya estaba de vuelta.
Emma está haciendo un concurso de dibujos con Caleb, mi hermano no es mucho mejor que la niña para ser sinceros. Por otro lado, permanezco con Samantha en el sofá, uno en cada extremo. No se ofreció a irse. Y yo no se lo pedí. Solo la vi sentarse en silencio, quitarse los zapatos, soltarse el cabello y dejar salir el suspiro más largo que he oído en semanas.
—¿Quieres que prepare algo de cenar? —pregunté, rompiendo el momento.
—Me sirve con una manzanilla. ¿Tienes?
—Claro que sí… — me quedo mirándola. — ¿Te encuentras bien?
Asiente y me mira con la cabeza pegada a la parte alta del sofá.
—Solo estoy cansada y necesito relajarme.
—Tengo algo mejor, te calentaré lo que sobró de la cena— nunca reconoceré en voz alta que hice más cantidad para que quedase para ella. — Después te preparare la manzanilla y cuando quieras volver a casa, te llevare para que no tengas que conducir.
—No es necesario que me des la cena.
— Eso seria una vergüenza para mi madre, donde quiera que esté. Según ella todos deben tener una cena caliente, es ley o algo así.
Samantha ríe. Esa risa cansada que no hace ruido, pero que me resulta adorable. La cocina se llenó de ese aroma cálido y familiar, como si algo dentro de mí también empezara a aflojarse por la necesidad de cuidarla.
Hice mi mal intento de ser una buena compañía, acompañándola mientras cena y yo solamente escucho. Cuando termina, le paso la taza caliente y me siento a su lado, lo suficientemente cerca como para tocarla… pero sin hacerlo.
—Gracias —murmura.
—¿Por qué?
—Por dejarme quedarme. Por escucharme. Por… esto.
Se lleva la taza a los labios y sus dedos tiemblan un poco. Finjo no notarlo. A veces lo más generoso que uno puede hacer es no mirar directo a las heridas.
—No hay prisa, Sam —dije, con voz baja.
Ella necesita ser cuidada y escuchada, puedo ser un idiota, pero he visto eso y si esta en mi mano puedo hacerlo.
—Lo sé. Pero esta es la primera vez en mucho tiempo que no quiero salir corriendo. Y me da miedo
Apoya la cabeza en mi hombro. No pide permiso. No lo necesitaba. Ella eligió el espacio. Y yo lo cuidé como si fuera frágil.
Nos quedamos así un buen rato. Sin palabras. Con el sonido de los grillos afuera, el murmullo de su hija y mi hermano en el salon y el vaivén de su respiración marcando el ritmo de la mia.
—¿Te molesta si me quedo aquí esta noche? —preguntó, apenas un susurro.
—No. Quédate. Puedes hacerlo siempre que quieras.
—¿Y si me acostumbro?
La miré. Por fin me animé a tomar su mano.
—Entonces aprenderé a tenerte cerca. Si puedo con Caleb, puedo con dos chicas mas civilizadas.
Esta noche no huy besos. No habrá piel. Solo la presencia del otro en una vieja cocina, hasta que nos movimos al sofá donde ella se queda dormida. Me rompe el corazón despertarla y guiarla hacia la habitación que su hija ocupa desde hace casi mas de una hora.
No lo dije en voz alta. Pero esta fue la noche en que supe que no era una visita más.
Este es su lugar.