Rebelión: La ciudad de los caídos

¿Eres tú?

—Al parecer ya te encuentras bien— dijo Khaler poniéndose de píe —Así que ya te puedes largar— grandes gotas de lluvia caían pesadas encima de nosotros, poco a poco estas fueron multiplicándose hasta que una fuerte tormenta se formó empapándonos con rapidez.

—Si— mascullé poniéndome de píe, pero justo en el momento que lo hice mi columna emitió un ruido demasiado extraño. Siendo así tan fuerte que fue audible a pesar del ruido de la lluvia. Un grito de dolor se escapó de mi garganta provocando que cayera de rodillas al suelo con la espalda encorvada hacia adelante.

— ¿Problemas con la edad? — preguntó con ironía ganándose de mi parte una mirada de odio — ¿Necesitas ayuda? — se acercó acuclillándose hasta mi altura observándome con curiosidad.

— No— mascullé cortante.

— Bien— se incorporó dando media vuelta dispuesto a irse.

«¡Deja tu maldito orgullo de lado!» dijo mi consciencia — ¡Espera! — grité. Era totalmente estúpido no aceptar su ayuda. En estas condiciones si alguien me atáquese dentro del bosque no podría sola, ni siquiera sabía dónde demonios me encontraba y la tormenta no iba a ayudarme en nada. Solo por un momento debía de dejar atrás mi insolente orgullo.

Khaler se acercó y sin mediar palabra alguna me alzó en sus brazos provocando que me sobresaltara por su brusquedad. Al entrar nuevamente a su casa pude observarla con mayor detenimiento, quien diría que un hombre mitad bestia tendría un hogar tan acogedor. Este me sacó de mis pensamientos cuando me dejo sobre su sofá.

—Solo deja que me quede un rato— cerré los ojos sintiendo un agudo dolor en mi columna al moverme —Mi cuerpo sana sus heridas rápidamente..., después de eso me iré— seguí moviéndome hasta que logré quitarme la sudadera la cual estaba completamente empapada.

— Da igual— dijo dándose vuelta para andar hacia los escalones. Les subió hasta que desapareció de mi vista.

Definitivamente su actitud era demasiado extraña y aún más extraño era saber que carajos estaba haciendo aquí con él después de lo que hizo conmigo ¡era un completo desconocido! Y lo peor de todo era estar totalmente calmada sabiendo que es un maldito hombre que se transforma en ¿lobo?, ¿Quién carajo era este hombre? mis ojos solo habían visto tan imponente belleza en los rostros de dioses. Su rostro cincelado, su blanca piel y su gran altura lo hacían parecer uno, pero lo más enigmático eran sus ojos bicolores, uno dorado y el otro celeste. Era sorpréndete ver como estos irradiaban cuando usaba sus habilidades. No parecía ser mucho más viejo que yo, supongo que rondábamos la misma edad.

Su silueta bajando nuevamente por las escaleras me sacó por completo de mis pensamientos. Al alzar mi mirada hacía él me percaté de que traía algo entre sus manos, el cual al acercarse lo lanzó directo a mi rostro. Pude sentir un sutil aroma fresco que embriagó mis fosas nasales.

— No sé si puedes enfermarte, pero de todas formas cambia tu ropa, estás mojando el sofá— dijo. Extendí lo que me había lanzado y para mi sorpresa era una sudadera que por obvias razones le pertenecía a él.

—Gracias— susurré poniéndome de píe viendo con vergüenza mi alrededor buscando donde poder quitar mi ropa.

— Entra ahí— señaló con su dedo índice una puerta negra que estaba a unos pasos de donde ahora nos encontrábamos.

Caminé hasta ahí y cerré la puerta con cuidado tras de mí. Comencé a quitarme la ropa la cual estaba empapada por la lluvia hasta quedar en ropa interior, me observé en el espejo y pude ver como algunas heridas ya estaban cerradas. Al darme la vuelta vi cómo había un gran moretón dibujado en mi espalda, pero este ya no dolía demasiado. Me puse rápidamente la sudadera que Khaler me había dado la cual me llegaba hasta la mitad de los muslos cubriéndome lo suficiente para salir así. Extendí mi ropa en el lavado esperando que esta se secara, aunque sea un poco. Salí del baño y vi la estancia vacía.

— ¿Khaler? — le llamé

— Arriba— escuché su voz. Subí por las escaleras hasta llegar a la única habitación que había. Abrí mis ojos con asombro al observar el desorden que ahí había.

— Oh por Dios— dije apenada viendo el enorme hueco que había en la pared —En verdad lo siento mucho— mascullé parada frente al enorme hueco. La tormenta rugía feroz afuera —No debí de hacerlo— tragué saliva.

—Solo cierra la boca— masculló de mala gana — En parte también fue mi culpa, no debí de entrometerme en tu mente— Kalher dijo viendo al mismo punto que yo —Creo que estamos a mano— reí.

—Voy a ayudarte a limpiar el desastre— dije caminando hacía un gran guardarropa que estaba tirado en el suelo dispuesta a ponerlo en su lugar.

—Déjalo, lo haré yo, es demasiado pesa-do... - dijo susurrando lo último. Volteé a verle mientras levantaba el guardarropa con una sola mano como si de una pluma se tratase.

— ¿Que sucede? — le pregunté ya que este me observaba con sorpresa — Oh, esto— dije colocando el objeto donde se supone que debería de estar — No es nada— susurré avergonzada demostrando lo poco femenina que podía ser.

— Mierda— lo escuche murmurar. Repentinamente un mareo se estampó en mi cabeza y segundos después mi estómago rugió. Mi rostro ardió en vergüenza, la pequeña batalla que habíamos tenido había quemado mi reserva de energía, llevaba dos días sin probar bocado alguno —¿Quieres comer algo? — preguntó sacudiendo su mano frente a mi despabilándome de mi ensimismamiento.

— ¡Claro! — dije con notoria emoción. Caminamos escaleras abajo. Él me guio hasta su cocina, donde sus pasos se dirigieron hacia el refrigerador y cuando este abrió la puerta pude percatarme que estaba totalmente repleto de botellas que contenían un líquido parecido a la miel en su color, él tomo una y la llevó a la mesa trayendo con él dos vasos de cristal.

—Siéntate— ordenó. Halé la pesada silla hacía mí y me senté acomodando mis manos sobre la mesa, él se sentó frente a mí y pude ver como se percató de la mirada curiosa que yo le daba a la botella — Lo siento— dijo sorprendiéndome.




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