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**STEVE:**
El sonido de la alarma me saca de mis sueños, un ruido estridente que me resulta odioso cada mañana. Me cuesta abrir los ojos, y cuando finalmente lo logro, me encuentro con la realidad de un nuevo día. Miro el reloj y respiro hondo; la hora siempre parece llegar demasiado pronto, como si el tiempo se burlara de mí. Apoyo los pies en el suelo frío y me estiro languidamente, intentando despejar la pesadez que siento en todo mi cuerpo. Mi nombre es Steve Black Moon, y aunque lo diga mi nombre, soy el Alpha de la manada Black, una de las manadas más fuertes y respetadas en nuestra comunidad.
La vida de un Alpha no es un camino fácil de recorrer. Seriedad es mi lema, y no tengo tiempo para debilidades. La fortaleza y la determinación son mis guías, y rechazo a quienes considero débiles; su falta de voluntad me repugna. Siempre he creído que esa fragilidad es un cruel castigo de la diosa Luna. Si de mí dependiera, cada miembro de mi manada sería un guerrero fuerte y decidido, listo para enfrentar cualquier desafío que se les presentara.
Sin embargo, una parte de mí no puede evitar dudar un poco cuando pienso en encontrar a "mi mate". Mis pensamientos están ocupados en gran medida por Valeria, mi novia. Es hermosa, con una sonrisa que ilumina mis días, y desde que estamos juntos, he sentido una paz que no sabía que necesitaba. Su compañía me centra en mis metas y me inspiran a liderar con justicia y firmeza a mi manada. Por lo tanto, la idea de buscar a otra persona no me resulta más que un estorbo molesto en mi vida.
Me acerco al espejo y me observo detenidamente. Soy alto, mido 1.73 metros, y gracias a mi dedicación al deporte, me enorgullezco de tener un cuerpo bien definido. Esa disciplina me ha dado no solo orgullo, sino también respeto entre los miembros de la manada. Tengo el cabello rubio que cae en suaves mechones en mi frente y unos ojos color miel que, según me dicen, hipnotizan a quienes se cruzan en mi camino.
Mi mañana sigue su curso. La ducha es un alivio; el agua caliente resbala por mi piel, ayudándome a despejarme y a encontrarme de nuevo con mis pensamientos. Tras finalizar mis hábitos matutinos, me visto con unos pantalones negros que abrazan mis piernas y una camiseta crema que contrasta con la oscuridad de mis pantalones. Me calzo mis zapatos negros, siempre un acierto, pues el negro jamás falla y me regula la confianza.
Bajo al comedor, donde me espera un desayuno rápido y nutritivo, una mezcla de carbohidratos y proteínas que necesito para aguantar el duro día que tengo por delante. La rutina matutina puede parecer monótona, pero para mí es esencial. Tras devorar mi comida, salgo y me dirijo a mi coche, mi "bebé", como lo suelo llamar. Es un coche de última generación, un símbolo de mi estatus y testigo de mis esfuerzos en la vida. Con el motor rugiendo, me pongo en camino hacia la universidad, donde estudia la próxima generación de líderes, una responsabilidad que llevo con orgullo.
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**MARÍA:**
Hoy es mi primer día en la universidad y realmente hay una mezcla de nervios y desinterés que me persigue. La verdad, no estoy emocionada; más bien, ansiedad y resignación son mis compañeras de viaje. Siempre he sentido que hay personas que se creen superiores a otras; esa actitud arrogante desencadena un desagrado profundo en mí. A veces, esas actitudes son más notorias en lugares como este, donde la competencia y el ego se adueñan del ambiente.
Al cruzar la puerta de la universidad, me pierdo en mis pensamientos, cuando de repente, siento un suave toque en mi espalda que me saca de mis cavilaciones. Al girar, me encuentro con las caras alegres y familiares de mis mejores amigos, Ana y Cris. Ellos siempre saben cómo alegrar mi día, incluso cuando me siento perdida en mi propia mente.
Ana, con su personalidad vibrante y energía contagiosa, grita: - ¡¡Mari, qué tal estás, cariño!!
No puedo evitar sonreír ante su entusiasmo desbordante; esta chica parece ser capaz de iluminar hasta el día más nublado. Cris, más tranquilo pero igual de divertido, también se ríe y añade: - Hola, Mari, ¿qué tal? Te hemos asustado… Debes haber tenido una expresión de pánico en tu rostro, ¿no?
Río internamente; los amigos como ellos son un tipo raro y generoso. Es curioso como pueden comprender mis pensamientos antes de que yo los exprese en voz alta. - ¡¡Hola, chicos!! ¡Qué bien que estén aquí! ¿¿Cómo están?? Estoy bien, gracias.
Mientras caminamos hacia la clase, de repente mi atención se ve atrapada por un chico que destaca entre el bullicio de estudiantes. Es innegablemente guapo, con una presencia que roza lo imponente, pero me provoca una extraña mala espina. Me está mirando; su mirada, sin embargo, no transmite calor ni interés, sino desdén, como si le repugnara algo de lo que ve. Tal vez sea el típico chico popular que se cree superior solo por su apariencia, alguien que no merece ni un segundo de mi tiempo.
Decido no prestarle más atención y me concentro en mis amigos. Al llegar al aula, ya me siento un poco cansada, así que me despido de mis amigos con un gesto de la mano. Mis pies me duelen, y la verdad es que un poco de soledad no me vendría mal. Me encamino hacia casa, donde me espera la rutina habitual. Al entrar, veo una nota de mi madre pegada a la nevera:
**Nota para María:**
Cariño, te informo que llegaré muy tarde; me toca hacer horas extras y no podré llegar pronto a casa. Te dejé comida en el microondas.
Un beso, mamá.
Sonrío al leer la nota. Esas pequeñas cosas, esas palabras llenas de cariño, siempre logran alegrarme el día. Con tranquilidad, me dirijo a mi habitación. La ducha caliente se siente como un abrazo reconfortante que me envuelve entre vapores de calma. Tras cenar con la comida que dejó mi madre, decido entregarme a los brazos de Morfeo, dejando que el cansancio se disuelva en sueños. Mañana será un nuevo día, lleno de experiencias desconocidas y desafíos por enfrentarse, y necesito estar lista para lo que venga.
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Editado: 03.08.2024