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**Aarón**
Al observar a mi luna, siento cómo la belleza de su ser hipnotiza cada rincón de mi alma. Me quedo embobado ante su presencia, preguntándome cómo he podido vivir tanto tiempo sin haberla descubierto antes. Me acerco a ella, la abrazo con ternura y, apenas alzo su rostro, me pierdo en la profundidad de sus ojos. Su hermosura es tal que dudo que merezca estar en su órbita; es una estrella, y yo, un simple mortal.
Las ganas de besarla son abrumadoras, de rozar esos carnosos labios rosados y morderlos suavemente hasta que el rubor los tiña como una fresa fresca. Lentamente, empiezo a acercar mi rostro al de mi luna, pero un sentimiento de incertidumbre me detiene. Me pregunto si, una vez que pruebe el néctar de sus labios, seré capaz de vivir sin él; si mi existencia sin su contacto sería una condena eterna. Tengo el deseo ardiente de arriesgarme, pero algo dentro de mí se resiste.
Esto no es solo un encuentro pasajero, como las noches locas que alguna vez disfruté en mi juventud. Soy un hombre con cinco siglos de vida a mis espaldas, he visto el paso de las eras, pero en mi juventud también tuve mis necesidades. Ahora que he encontrado a mi luna, estoy decidido a protegerla de cualquier necio que se atreva a acercarse, a que nadie le toque ni un solo pelo de su cabeza. Si alguien osara hacerlo, se las vería conmigo, y puedo ser un adversario formidable cuando algo que amo está en juego.
Me separo lentamente de ella y empiezo a desplazar mi atención hacia su cuello, un espacio que me atrae y fascina con su aroma embriagador. Mis ganas de despojarla de esas prendas que la cubren son casi incontrolables. La imagen de hacerla mía bajo la luna, de besar su cuello, sus pechos, explorando cada pulgada de su hermoso y brillante cuerpo, se enreda en mis pensamientos como un fuego inextinguible. La idea de tenerla debajo de mí, gimiendo mi nombre mientras ambos alcanzamos el clímax, despierta en mí una chispa de juventud perdida, una pulsión que creí olvidada.
—Ella con ese cuerpo hace que nuestras hormonas se alboroten —susurra Eros, mi intrépido amigo y compañero, con un tono que oscila entre lo juguetón y lo provocador—. Ya quisiera tenerla encima de nosotros... MMM...
—Eros, ya tengo suficiente con mis pensamientos —le respondo, intentando refrenar mis impulsos.
—Jajaja, nunca te imaginé en esta situación. ¿Será porque ella es nuestra única compañera y la que tiene todo el poder sobre nosotros?
—Tienes razón, Ads humano —digo, rindiéndome ante la lógica de sus palabras.
—Adiós, perro —bromeo, fastidiándolo un poco. Eros es un poco calenturiento, como yo, pero, de alguna manera, él es especial.
—Mía, mía, mía, y solo mía —clamo, reclamándola fervorosamente como una posesión. Pero al observarla de nuevo, un torrente de miedos comienza a invadirme. ¿Y si no me quiere como su compañero? ¿Y si me rechaza? La idea de perder su amor me encoge el corazón y me angustia.
Repito en voz baja: —Mío, mío, mío, solo mío —aunque, a pesar de la tristeza, esas palabras me dan un brillo nuevo en la oscuridad. La esperanza florece en mi pecho: ella me ha aceptado.
—Nuestra hermosa luna nos ha aceptado —afirma Eros, casi brincando de la emoción—. ¡¡¡Siiiiiii!!!
—Sí, mi luna, soy solo tuyo, pero tú eres mía.
Su sonrisa ilumina mis pensamientos y hace que mi corazón lata desenfrenadamente. La veo a ella y a su irradiante belleza, y aunque lamento repetirme al describirla —"hermosa", "brillante", "bella"— esas son las únicas palabras que actualmente tienen cabida en mi mente.
—Sí, mi lobito, soy solo tuya, pero tú eres mío —responde ella, sonriendo con dulzura. Su sonrisa es una melodía, una paz en este caótico universo que ha sido mi vida.
Cuando dirijo mi mirada al lago cercano, me maravillo de su belleza, pero de repente, una luz intensa aparece en la distancia. La fuente de aquella luz se torna difusa, dificultando nuestra percepción de quien se oculta tras su brillo deslumbrante.
Al acercarse la figura, un escalofrío recorre mi cuerpo. No puede ser... es la Diosa Luna. Su belleza es indescriptible, cada rasgo parece provenir de un sueño, pero no alcanzan a igualar la hermosura de mi luna.
—Hola, hijos míos. He venido a darles un mensaje —resuena su voz, suave y profunda, como el susurro de la brisa nocturna.
—Pasarán por muchas cosas, pero deben permanecer unidos para superarlas. No desconfíen del otro. Hijo mío, protege a tu luna; ella es vital, y querrán hacerte daño a través de ella. Cuídala de su pasado y reclama lo que es tuyo.
La intensidad de sus palabras me envuelve, asegurándome de que el vínculo entre mi luna y yo será puesto a prueba. Siento una oleada de determinación llenar mi ser.
—Hija, como he dicho, tu importancia en este mundo es inigualable. Eres la única capaz de traer paz en estos tiempos convulsos. Habrá momentos difíciles que te parecerán insuperables, pero para eso necesitarás contar con tu alma gemela.
—Sé que has descubierto recientemente tu naturaleza como licántropa, pero debes entrenarte para poder protegerte de aquellos que quieran hacerte daño.
La revelación me deja atónito. ¿Licántropa? Su historia es más compleja de lo que pensé. ¿Qué desafíos habrán marcado su pasado? La diosa continúa:
—Bueno, hijos míos, los dejo. Cuídense y protéjanse mutuamente. Adiós.
Me quedo en silencio observando a la Diosa Luna desvanecerse en la bruma de la noche, y las palabras que me ha dejado como un eco retumban en mi cabeza. Mi luna es importante, pero esta revelación ahonda mi preocupación. ¿Está realmente en peligro? ¿Qué sombras del pasado acechan sus pasos? Y lo más intranquilizador, ¿está recién descubriendo su naturaleza como licántropa?
Sentimientos de terror y amor colisionan en mi pecho. Lo único que sé con certeza es que no la dejaré sola ante las adversidades que se avecinan. Su felicidad y su vida serán mi misión. Estamos en esta batalla juntos, y pase lo que pase, estoy dispuesto a enfrentar lo que sea para proteger a la única estrella que ilumina mi existencia.
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rechazoporconfusion, hombres lobos desamor, desepcion y resurgir
Editado: 03.08.2024