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María
La mañana siguiente, desperté con una sonrisa en el rostro, aún con el recuerdo fresco del momento vivido con Aaron. El cielo estaba despejado y la luz del sol se colaba a través de las cortinas, iluminando mi habitación con una cálida calidez. Me incorporé en la cama y miré mi móvil; había un mensaje de Aaron.
“Buenos días, princesa. ¿Listos para hoy? Estoy muy emocionado por conocerte mejor. Te veo a las 4:30 en tu casa. Pásame la dirección. ¡Besitos, linda! 😊”
No pude evitar sonreír ante sus palabras. Me levanté de la cama y empecé a prepararme para el día. En mi mente, cada detalle del encuentro con Aaron despertaba mariposas en mi estómago, y sabía que, aunque ayer fue especial, hoy podría ser aún mejor.
Pasé la mañana tratando de distraerme. Hice algunas tareas en casa y conversé un poco con mamá, quien rápidamente notó mi alegría.
—Te veo muy contenta, María. ¿Hay alguien especial en tu vida? —me preguntó con una sonrisa traviesa.
Me sonrojé un poco, pero decidí no ocultarle nada.
—Sí, hay alguien. Su nombre es Aaron y quiero presentártelo hoy, mamá.
Mamá parecía estar realmente interesada.
—¿En serio? Por mí, sí. ¿A qué hora vendrá? ¿Y qué tal va todo? —preguntó, tomando un sorbo de su café.
—Va bien, es un chico encantador. La pasé muy bien con él en el lago anoche. Me hace sentir diferente, como si realmente importara. Vendrá a las 4:30 p.m.
—Eso es maravilloso, cariño. Recuerda que lo más importante es ser feliz y sentirte valorada. Entonces, ¿preparo galletas o algo para su visita?
—¡Sí, por favor, mamá! Aunque con un café de compañía ya estaría bien.
Su apoyo me dio confianza, y decidí que quería que esta relación creciera, sin importar los obstáculos del pasado que aún rondaban mis pensamientos.
A medida que el día avanzaba, la emoción se transformó en nerviosismo. Miré la hora y me di cuenta de que pronto sería la hora de la cita. Me vestí cuidadosamente, eligiendo un vestido que me hacía sentir bien y resaltaba mis mejores atributos. Me miré en el espejo, respiré hondo y recordé la promesa que le hice a Aaron: ir despacio y conocernos.
Con el corazón latiendo con fuerza, salí de casa. Caminar hacia el lugar donde nos encontraríamos parecía una eternidad, y sabía que esto era solo el comienzo de algo que quería explorar a fondo.
Al llegar, lo vi esperándome, sonriendo mientras se apoyaba en un árbol cercano. Se me aceleró el pulso a medida que me acercaba. Su mirada se iluminó al verme.
—Hola, preciosa —dijo, inclinándose para darme un suave beso en la mejilla—. Traigo algo para ti —agregó, ofreciéndome un ramo de flores.
—Son hermosas, gracias —respondí, sintiéndome cada vez más feliz mientras las olía—. ¿Listo para conocer a mi madre?
—¡Listo! Estoy un poco nervioso, pero haré lo mejor que pueda —dijo Aaron con una sonrisa nerviosa.
Ambos tomamos el camino hacia la casa de María, conversando y riendo, y cada paso que dábamos juntos hacía que María se sintiera más tranquila.
Al llegar, María se detuvo un instante antes de abrir la puerta. Se volvió hacia Aaron y le dijo:
—Recuerda, mi madre es muy amable, pero siempre le gusta saber dónde está el corazón de su hija.
—Lo tendré en cuenta. Solo seré yo mismo —me dijo, apretando suavemente mi mano.
Al abrir la puerta, el olor a comida casera invadió el aire. Su madre estaba en la cocina, preparando algo delicioso. Cuando escuchó el ruido de la puerta, salió y se sorprendió al ver a María con Aaron.
—¡Hola, cariño! ¿Quién es este joven tan guapo? —preguntó mi madre, sonriendo cálidamente.
—Hola, mamá. Este es Aaron —le dije, sintiendo que mi corazón latía con fuerza—. Aaron, ella es mi mamá.
—Un placer conocerte —dijo Aaron, extendiendo su mano para saludarla.
—El placer es mío, cariño —respondió mi madre, arrojando una mirada de complicidad a su hija.
La conversación fluyó naturalmente. Aaron contó algunas anécdotas divertidas sobre sus amigos y sus hobbies, y la madre de María lo escuchaba atentamente, sonriendo y riendo. María no podía evitar sentir un orgullo inmenso al ver cómo él se desenvolvía con su madre, mostrándole su verdadero yo.
Luego de un rato, su madre sugirió que se sentaran a la mesa para disfrutar de la cena. Mientras comían, María se sintió en paz.
La conexión entre Aaron y su madre era palpable, y ella no podía estar más feliz. Al final de la cena, su madre se retiró un momento para preparar el postre, dejando a María y Aaron a solas.
—Lo hiciste muy bien —le dije sonriendo—. Mi madre te adora.
—Qué bien, eso me hace sentir mejor. Ella es maravillosa, y tú también —respondió Aaron, mirándola a los ojos con ternura.
—Gracias —dije, sintiéndome aún más conectada a él—. Significa mucho para mí que le gustes. Ya sabes lo importante que es para mí.
El momento se volvió más serio y profundo, y Aaron tomó las manos de María entre las suyas.
—Quiero que sepas que estoy aquí para quedarme. Quiero conocerte mejor y construir algo duradero. Nunca querría que sufrieras por mi culpa.
Sentí cómo las palabras de Aaron me envolvían con calidez y seguridad.
—Y yo tampoco quiero sufrir. Quiero que esto funcione y que vivamos cada día como una oportunidad para conocernos más.
Su madre regresó con un delicioso pastel de chocolate, y la cena se convirtió en un momento de risa y dulzura.
Al final de la noche, cuando Aaron se despidió de ellas, se volvió hacia María y le dio un suave beso en la frente.
—Descansa bien, mi reina. Mañana tengo una sorpresa para ti —me dijo, mirándome con complicidad.
Me sonrojé, sintiendo que mi corazón se llenaba de alegría.
—No puedo esperar —respondí, despidiéndome con una sonrisa.
Esa noche, mientras me acomodaba en la cama, no pude evitar sonreír al pensar en lo que vendría. Había encontrado a alguien que me hacía sentir viva, y estaba lista para este nuevo capítulo en mi vida.
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Editado: 03.08.2024