Isabel lee la historia de un niño, que viene de otro planeta muy pequeño, donde vive con una rosa caprichosa y un gran árbol.
Lucas tiene un puchero pintado en la cara, su ángel le está dedicando mucho tiempo a un tal principito. Está tentado en arrebatarle el libro y arrojarlo al cauce del río.
Isabel mira a Lucas. —Sabes muchas cosas, ¿cierto?
Lucas orgulloso. —Claro, soy un caballero.
Isabel piensa y luego pregunta. —¿Qué es eso de ver con los ojos del corazón?
—Pues, no sé, es un libro tonto. (Imágenes graciosas pasaron por su mente)
—No es un libro tonto, tonto eres tú.
Ambos hacen un puchero y se dan la espalda... silencio.
Lucas arroja una piedra que rebota en el agua. —Si cierro mis ojos, puedo escuchar el arrullo del río, la brisa que desordena mi cabello, los grillos que cantan más allá... el canto de los pájaros haciendo sus nidos... un montón de ruidos, todos juntos, sin embargo... si pongo un poco más de atención, puedo escuchar los latidos de mi corazón, (se sonroja) también siento tu respiración, y el parloteo de tus pestañas que son como alas desplegándose. Entonces, nada más tiene sentido.
Isabel respira hondo. —Yo... escucho el caudal del río y como se forman pequeñas olas al saltar una piedra, el viento que mueve las hojas de los sauces llorones (ambos sonríen), el groac de una rana, los juncos doblándose, voces allá lejos... la brisa que suavemente acaricia mis mejillas, como las manos de mamá, y, tu voz... que hace latir más fuerte mi corazón.
Isabel se veía tan linda con las mejillas sonrojadas, tanto que Lucas se sintió completamente domesticado.