La lluvia dejó de caer y el viento se calmó... Los caminos y los puentes no sufrieron demasiado daño.
Pero otra tormenta se desató.
Lucas desapareció.
—Muchacho imprudente, — dice molesto, el señor García, salió a buscarlo... En el camino vio una carreta.—¡Señor García, que bueno que lo encontré, el señor Johnson me envió a buscarlo!, dijo el cochero.
El hombre frunce el ceño. —No tengo tiempo para ese señor.
—Se trata de su hijo, por favor suba.
El señor García se quedó perplejo. Se preguntaba por qué su hijo hace cosas tan disparatadas. Primero verificará que está sano y salvo, luego pensará en un castigo.
Al llegar a la mansión, quiso rodear por la parte trasera, pero el señor Johnson lo esperaba en la puerta principal, le hace una seña para que se acerque, el señor García estaba con las botas llena de barro, lo cual no importó al dueño de la mansión... lo invitó a pasar a la sala, —¿bebe señor García?, no sea quisquilloso, este licor lo traje de Europa, le hará bien.
El señor García no lo escucha. —Quiero llevarme a mi hijo, dónde está, ¿tal vez en la cocina?, iré por él.
—Deténgase hombre, relájese...su hijo es un jovencito muy valiente, lo admiro, lo ha educado bien, —dijo el señor Johnson.
—Me llevaré a mi hijo.
—Cuál es la insistencia, hombre, beba algo, lo relajará.
—¡No quiero relajarme!
El señor, Johnson, respira profundamente, luego de beber el contenido del vaso. —Está con mi hija (sonríe) no ponga esa cara. Verá, señor García, Isabel enfermó...su salud es delicada. Lucas llegó aquí empapado, parecía un pajarillo, caído de un nido, sostenía una rama...(ríe) con tres hojas, supongo que las demás cayeron en la travesía.
—A donde quiere llegar, señor.
—No sé si fueron los medicamentos, o esas hojas, la cuestión es que la fiebre de mi hija, Isabel, bajó. Al parecer son buenos amigos y eso me agrada. Me alegra haberla enviado a la escuela.
El señor García hace una mueca. —No es correcto.
El señor Johnson lo mira.—A veces pequeños actos, generan grandes cambios y su hijo me ha dado una valiente lección.
Mientras tanto
Isabel mantiene unas preciosas mejillas coloradas, al escuchar el relato del caballero.
Lucas, carraspea, —tuve que cruzar el puente que se cimbreaba a cada paso, amenazando con dejarme caer a sus turbulentas aguas embravecidas. El viento rugía como un león hambriento...
—¿Tuviste miedo?
—Por supuesto que no, seguí camino a la colina, allí, un, dos... tres gigantes se cruzaron a mi paso, bramaron como toros y de sus ojos salían llamaradas de fuego...
—¡Oh, que miedo, eres muy valiente!, exclama la niña.
Lucas sonríe. —Eso no es todo, al llegar a la cima... y cuando pude tomar algunas plantas...
Una sirvienta interrumpe el relato.
—Lucas, tu padre te espera en la sala.
Isabel lo toma de la mano, le pide que no se vaya. El niño promete volver al otro día.
—Pero necesito saber, que pasó con los gigantes.
—No insista señorita, dice la sirvienta, ya es de madrugada.
El ángel caprichoso, bostezando, contesta que no tiene sueño. Al minuto siguiente se durmió.
La sirvienta sonríe, mientras retira los vasos de leche y el plato de galletitas que Lucas devoró hasta las migas.
Bajan las escaleras, el niño camina casi dormido, bosteza... ve al señor Johnson, ¿puedo venir mañana temprano?, pregunta algo temeroso.
El padre de Isabel sonríe y revuelve su cabello. —Eres nuestro invitado.
El niño sonríe ampliamente a la vez que vuelve a bostezar.
—El cochero los llevará... dijo el señor Johnson.
—No es necesario, se negó el señor García.
—No sea testarudo, hombre, no puede llevar a su hijo a pie a esta hora con este clima.
Al rato en la carreta
El cochero sonríe, —su hijo es muy valiente, debe sentirse orgulloso, aunque lo entiendo... Los niños son tan impulsivos, gracias a Dios, que no pasó nada malo. Ellos tienen una bonita amistad.
El señor García no dice nada, quizás para no dejar aflorar su mal carácter. La cara risueña del padre de Nino le molesta.
Mientras tanto en la mansión...
El señor Johnson subió al cuarto de Isabel. La miró un instante, para sentarse después al borde de la cama, tomo su mano y esbozó una sonrisa. —Te pareces tanto a ella.
Cuando amaneció, Isabel pestañea, su padre está allí a su lado, dormido. Bosteza, provocando la risa de la niña.
—Buenos días, papá, ¿dormiste bien?
El señor Johnson tocando su hombro. —No tan bien como tú.
Isabel sonríe.
Un poco más tarde.
Las sirvientas se miran unas a otras, si no lo estuvieran viendo no lo creerían.
El señor Johnson y su hija, preparan el desayuno.
—Esta receta me la enseñó tu abuela, y no es por presumir, pero yo la preparo mejor que nadie.
Isabel pestañea...
Su padre pellizca su nariz con suavidad. —Será nuestra receta secreta.
Isabel sonríe.
Más tarde la esperada visita llegó... Las sirvientas evitan reír, Lucas al parecer tuvo una batalla con su cabello aleonado, hueles a limón, dijo, Isabel.
El niño se encoge de hombros, había sacado el sumo de dos limones y los usó de fijador.
Isabel sonríe. —Me gusta el limón.
El caballero respira hondo y también sonríe.
—Cuéntame más sobre tu aventura en la colina, ¿qué sucedió con los gigantes?
—Son historia, los vencí con una sola mano.
El ángel siente admiración por su valiente caballero.
El señor Johnson salió esa mañana por asunto de su campaña política, antes saludó a Lucas, diciendo que se marcha tranquilo porque su hija quedará en buena compañía. El muchacho se sintió responsable de Isabel.
Fue una mañana llena de historias y risas. Manolo y Nino también llegaron.