Nicole lleva algunos meses casada con Samuel, han sido los días más felices de su vida, encontrar el amor es cosa difícil.
Y el tiempo continúa su andar sin prisas pero sin detenerse.
Lucas se asoció con Manolo y Nino, en un proyecto que les aportará una buena suma de dinero en ganancias.
Hace algún tiempo, tiene entre cejas construir algo en el terreno de la casa abandonada. La adquirió a un buen precio, el antiguo dueño, un anciano, se fue a vivir sus últimos años al extranjero con sus nietos. La colina también sufrirá algunas transformaciones por la maquinaria pesada.
Ya es hora de vivir el presente. Un hombre que está próximo a cumplir los treinta no puede seguir viviendo de nostalgias y recuerdos de su niñez.
Aunque ese amor haya marcado su vida de forma permanente.
Lucas tuvo otros romances, otros encuentros con los cuales nunca se comprometió. Nunca vivió otro amor.
Una mañana...
Conduce hacia el pueblo, sus socios lo llamaron temprano, por teléfono... dijeron que hay un problema con las escrituras del terreno, que alguien reclama la propiedad como suya. Lucas frunce el ceño, han trabajado mucho en un proyecto que beneficiará al pueblo y al turismo.
Extrañamente, esa mañana todo parece resplandecer, hay algo en el ambiente.
Carraspea para no dejarse llevar con los recuerdos. Se regaña a sí mismo, a su estúpida cursilería.
Quizás sea la nostalgia del otoño.
Manolo y Nino lo esperan a un costado del camino.
—¿Cuál es el problema, acaso no presentaron los documentos legales?—reclamó a sus socios.
—Por supuesto que lo hicimos, pero hay una mujer que se niega rotundamente, —contesta Manolo.
Lucas parece maldecir.
—Dice que esa parte del terreno le pertenece, —agregó Nino.
Lucas alza las cejas.
—Quiero sus datos.
Manolo y Nino se miran.
—Pues, por aquí lo anotamos (buscan en algunas hojas)
Se encogen de hombros, seguro se quedaron en la oficina, dijeron.
Lucas respira hondo.
—Supongo que saben donde puedo encontrarla.
Nino indica.—Está en la casa abandonada.
Lucas resopló y sin decir más va decidido a expulsar a la intrusa.
A Manolo y Nino se les dibuja una pequeña sonrisa en la cara.
Definitivamente, hay algo especial en el ambiente, un presentimiento, un no sé qué.
Al llegar. Carraspea y habla con voz alta.
—¡Señorita, quien quiera que sea, salga ahora mismo!
—¡Mis socios le mostraron los documentos que acreditan que este terreno es de mi propiedad!
—¡Demonios, tendré que sacarla yo mismo!?
En ese momento la puerta cruje al abrirse... Fue cuando la expresión de Lucas cambió radicalmente. La mujer que apareció fue como una visión, una oleada de aromas exquisitos y caricias que llegan a su alma. Un beso en la mejilla y a la vez una cachetada, todo junto, todo a la vez. Esa piel tan blanca como la más reluciente luna, esos ojos tan profundos y oscuros, como la más oscura noche... aunque ninguna noche puede ser oscura si se mira en ellos.
—Un caballero no debe expresarse de esa manera, ya no hay gigantes ni trolls, pero tu cara sí que da miedo. Y te aclaro que esta colina también es mía. Que pasa, no soy un fantasma como los que solías atrapar en una botella.
Lucas sigue aturdido por la impresión, por la emoción... por el amor.
Su ángel se ha convertido en un hermoso arcángel y el caballero se siente desarmado ante su divina presencia.
—Que sucede, ¿no hay prosas que recitar?
—Yo... esto no está sucediendo, no me hagas esto (cerró los ojos) si no te vuelvo a ver, enloqueceré una vez más, —dijo, visiblemente consternado.
—Cuando te fuiste del pueblo, yo, enfermé... Mi padre me llevó con médicos y charlatanes, todos daban un diagnóstico distinto, y la verdad era tan simple, estaba enferma de nostalgia, de melancolía. La gente del pueblo sacó sus propias conclusiones, un trozo de mármol, con una figura a medio terminar, pensaron que era una lápida. Mi padre no les aclaró la verdad, ya para qué, nos iríamos para nunca volver.
Isabel lo mira de reojo, hace una mueca.
—Mi padre te encontró, a petición mía... Te vi en una calle de París con tu novia, compraban las argollas... Estuve aquí el día de tu compromiso. Supuse en ese momento que debía dejarte ir.
Lucas caminó con paso lento, quiere abrazarla, pero no se atreve, teme que sus sentimientos hayan cambiado.
—He vivido entre sombras, aunque estuviera con alguien más. Siempre lo supe, no amaría a nadie... nunca más, —dijo con inquietud. Luego, susurró una pregunta. —¿Hay alguien en tu vida?
Ella respira hondo.—¿Qué se supone que debía hacer? ¿Añorarte?, ¿mientras tú formabas una familia con otra mujer?
Lucas respira profundamente. —Supongo que la historia terminó para ti.
Isabel lo mira y se encoge de hombros.—Tuve uno que otro novio (dice con tono divertido) pero mi corazón es terco. No olvida. Entregué mi corazón a un caballero hace mucho tiempo.
Lucas sonrió, y un abrazo disipó todos sus temores.
La brisa comenzó a mover las hojas de los árboles en perfecta sincronía.
Isabel apoya su cabeza en el pecho de Lucas.
—Escucho música.
—Seguro es tu corazón...
Lucas la mira, perdido en sus ojos oscuros... tratando de entender los misterios estúpidos del destino.
Un silencio encantador los envolvió. Seguramente ambos recuerdan aquellos sueños infantiles. Manolo y Nino llegan aplaudiendo. Un abrazo grupal para luego beber algo en la única cafetería del pueblo. Y aunque la tecnología amenaza con llegar a pasos agigantados, siempre habrá un lugar para las nostalgias.
Manolo y Nino regresaron a la ciudad, mientras Lucas e Isabel se quedaron hablando hasta la madrugada, hay mucho que decir.
El otoño pasó, dando paso al invierno... Una chimenea y unas copas de vino hacen más alegres los recuerdos, aunque a ratos el llanto se deje caer.