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SIENNA
"Gírate." "Sabes que sigue allí." Eran las palabras que taladraban fuertemente mi cabeza ordenándome que hiciera algo antes de arrepentirme. Porque esa sería la primera y la última vez que vería al chico así que lo mínimo que podía hacer era presentarme. Así podría tener un recuerdo de esta noche. El conocer mi nombre.
Estaba llegando a la entrada del portal cuando la vocecita de mi conciencia intentaba persuadirme para ello y acabé cediendo –como con todo–. Hay que ver el poder que tiene la conciencia en todos y cada uno de nosotros. Pero bueno, la cuestión es que yo siempre le hacía caso.
No sé por qué lo hice. Pero lo hice.
Me di la vuelta y me di cuenta de que ahí seguía. Mirándome. Como si esperara algo de mí.
Sí. Era el momento.
—Por cierto, soy Sienna—grité desde la distancia.
No hizo falta más. Me sonrió y ya me pude ir feliz caminando a casa.
Era una sonrisa de verdad, no era de esas que se hacen por educación ni tampoco por compromiso o por fingir que has escuchado la conversación pero estabas en tu mundo –sí, yo lo hacía mucho–. No. Estaba segura de que no era de esas. Era de esas sinceras, como si se alegrara de lo que acababa de hacer.
Una sonrisa en una cara de la que no me olvidaría ni queriendo.
𓃰
A la mañana siguiente me desperté sin prisa, a eso de las diez de la mañana. Estaba muy cansada. Entre el estrés del trabajo y del máster apenas descansaba bien. Tenía que recuperar el sueño perdido.
Me hice un poco la remolona hasta que por fin me levanté de la cama. A pesar de pasar más horas de lo que estaba acostumbrada en la cama, no descansé lo suficiente ya que mi cabeza se pasó la noche deambulando en sus pensamientos sobre cierta persona que acababa de conocer. ¿Por qué tenía que pensar en él en lugar de dormir? ¿Por qué tenía que cruzármelo con la multitud de personas que hay en esta ciudad? ¿Por qué quería conocerlo? Joder. ¿Por qué él y no otro?
Supongo que nosotros no elegimos nada de lo que ocurre en nuestra vida, simplemente seguimos el cauce del río ya escrito que es nuestra vida.
Por eso yo no podía elegir nada respecto a él. Podría elegir no haberme cruzado con él o no volver a verlo en mi vida. Pero era la vida, quien había decidido que nuestro reencuentro fuera de tal modo.
Charly curraba todo el día así que lo vería luego cuando empezara el turno. Coincidiríamos de nuevo y me gritaría como un loco poseso que soy la persona más torpe que ha pasado por el local en todo lo que lleva trabajando allí.
Simplemente Charly.
Nos amábamos aunque no lo pareciera, de verdad que sí. Lo único que en el trabajo... digamos que no nos llevábamos tan bien. No por nada eh, yo era un amor. El problema era que él no sabía apreciar mi forma de trabajo derramando cocktails o haciendo añicos los vasos que se suicidaban de mis manos antes de llegar a las mesas.
Pero eh, nada de esto era mi culpa. Yo era así y había que quererme así porque no iba a cambiar. Y mira que quería hacerlo, pero no podía. Era una misión imposible. Ese trabajo no estaba hecho para mí. Llevaba trabajando en este sitio desde que llegué a la ciudad y no podía comprender cómo no me habían despedido el primer día. Yo ponía todo mi empeño en sacar todo bien pero ni las clases con Charly en casa sirvieron para aprender a mantener el equilibrio de mis pobres y torpes brazos. Bueno, servir, sirvieron para una cosa. Para dejarme un dineral comprando todos los vasos que había roto en los intentos fallidos.
Por el momento, tenía el día libre para mí así que haría planes. Sí. Tenía una cita. Una cita conmigo misma.
Tras mi hospitalización con una soledad asfixiante, mis padres insistieron en llevarme al psicólogo para reflexionar sobre lo que me había pasado. Sobre lo dura que había sido la vida para una niña. Una niña que había sido víctima de esa maldita enfermedad. Una niña que veía a sus padres pasar las noches en vela solo por acompañarla. Una niña que había vivido días infinitos llorando por los efectos del tratamiento.
Entonces, aprendí que la soledad también es buena y realmente reconfortante cuando aprendes a disfrutarla. Aprendí que los planes con una misma son increíbles. Liberadores. Tranquilizantes. Perfectos para recargar tu batería social.
Que ir al parque sola, sentarse en el césped, con un buen libro y un helado de chocolate es el mejor regalo que puedes hacerte a ti misma. Hoy, me lo regalaría. Me merecía un día para mí.
Así que me coloqué un vestido de seda blanco con un lazo en la cabeza a juego, recogiéndome el pelo en una coleta baja para dedicarme al maravilloso día que hacía.
Ah, y mi gorra blanca a juego, un gran detalle importante.
Paseé. Reí. Escuché mi playlist. Y me sentí libre.
Pero todo pensando en él. En ese chico que apenas había visto hace menos de veinticuatro horas. Ese chico del que no sabía su nombre y de alguna forma ya se había colado en mí.
Sonreí apenada de vuelta a casa. No lo volvería a ver.
O eso creí en aquel momento.