—Creo que no nos hemos presentado. Soy Jacques Montalbán.
Por supuesto que sé quién eres… ¿Qué diablos te pasa?
—Apoline Pourtoi —le respondo y extiendo mi mano derecha para estrecharla con la de él—. Encantada de conocerte.
No puedo describir la sorpresa que brilló fugazmente en sus ojos al escuchar mi nombre. Toma la mano que he extendido y besa mis nudillos. Intercambiamos una sonrisa.
—¿Quieres sentarte?
Le señalo el sofá más grande y él avanza sin borrar su sonrisa.
—No te había visto antes —me dice—. ¿Trabajas para mi madre?
—Soy… su empleada… en el salón de belleza que tenemos en Le Village de Tulipes. Es un pueblo cerca de…
—Bordeaux… ¿Vienes del pueblo?
¿Cómo es que recuerda el pueblo, pero no a mí? Asiento. Llegan las bebidas, por cortesía de Alberta. Limonada fría.
—¿Cómo es que no te había visto antes? Viví en el pueblo desde que tenía diez años. Tuve que mudarme para ir a la universidad. En realidad… No tengo muchos recuerdos de esa época.
—Pero tú y yo nos conocemos desde los diez años —le digo con voz trémula e intento escudarme tras mi bebida.
—¿Del colegio? —me pregunta.
No es normal que alguien te olvide de la noche a la mañana.
¿Qué fue lo que pasó aquí?
—Me pareces conocida—me dice Jacques—. ¿De dónde habrá sido?
No sé si en realidad quiere una respuesta, o si se está burlando de mí. De pronto estoy balbuceando, intentando decirle quién soy yo. Pero algo me detiene. No logro entender nada. Desearía poder estar en el pueblo y no aquí en París.
Jacques fija su mirada en mi sortija de compromiso, y la sorpresa vuelve a brillar en sus ojos. Quisiera saber lo que está pensando.
—Está servido el desayuno —anuncia Alberta.
¿Qué se supone que debo hacer con él? ¿Hacerlo recordar? Pero si él parece no saber absolutamente nada de mí. No es como si se hubiera enamorado de alguien más y me haya superado. En realidad, es como si yo jamás hubiera existido. ¿Debería intentar acercarme a él de otra forma?
Llegamos al desayunador y tomamos asiento frente a los platos de omelette y las tazas de café recién preparado. Jacques estira un brazo para tomar una botella de salsa picante y rocía un par de gotas sobre el omelette para prepararla a su gusto. Sonrío con melancolía cuando lo veo buscar también la sal y la pimienta. Siempre le gustó comer cosas bien condimentadas. Toma el tenedor y corta un pequeño trozo para comprobar que su desayuno sabe bien. Esboza una sonrisa y se encarga de endulzar su café.
—Háblame de ti —me dice tras probar un segundo bocado.
Yo estoy revolviendo el omelette de mi plato sin dirigirle la mirada. No sé qué decirle. No puedo hacer nada si no entiendo lo que ocurre.
—Crecí en el pueblo… Mi padre era agricultor, y mi madre fabrica artesanías.
Eso debe funcionar. Jacques asiente lentamente como si intentara asimilarlo. ¿Habrá servido de algo?
—Creo que recuerdo algo de eso… Había una mujer que vendía artesanías frente a la iglesia, ¿cierto?
¿Recuerda a mi madre, pero no a mí? Tiene que ser una broma.
—En la verbena. Luego abrió una tienda.
—Como te dije, no recuerdo mucho… Sólo sé algunas cosas que me ha contado mi padre.
Eso lo explica todo. Pero, ¿cómo?
—¿Cómo te va en la universidad?
—Más que estudiar, es ir a actos de beneficencia, cenas elegantes y eventos de caridad en los que conozco a eminencias de la medicina —me dice. Suena más como una queja—. Son ideas estúpidas de mi padre. Él piensa que es mejor hacer amistades con médicos importantes, que graduarme con honores.
Las influencias y esas cosas… Sé que dice la verdad pues conozco demasiado bien a monsieur Montalbán. Sin duda preferiría que Jacques se volviera famoso en eventos de caridad para evitar enviarlo a hacer sus prácticas en cualquier hospital.
—Tan sólo hoy tengo tres reuniones importantes, y en tres días seré el anfitrión de un baile de caridad —sigue quejándose. Yo no puedo evitar sonreír al escucharlo—. ¿Por qué me miras así? —Me pregunta intentando reprimir una sonrisa—. ¿Te parece gracioso?
Asiento y ambos estallamos en una sonora carcajada. La situación me parece de lo más estúpida, pero lo acepto con tal de estar junto a él. Veo a Alberta esbozando una sonrisa y puedo adivinar que estoy haciendo lo que madame Marie Claire esperaba. Ahora que he logrado captar la atención de Jacques, recuerdo las órdenes que me dio Pauline antes de irse. Debo entregarle su cámara y hacer que me invite a salir. Una cita con Jacques en París. Mi sueño hecho realidad.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte en la ciudad?
—Dos semanas.