Era la última noche del año 2015 y en pocas horas más todos los relojes del corazón de Europa alcanzarían esa hora mágica que marcaría la medianoche a lo largo de todo el noveno meridiano oriental, indicando el inexorable y eterno cambio de año.
Como sucede todos los años, incontables fiestas y celebraciones daban la vuelta al mundo entero, desde las más pequeñas y privadas hasta las más grandes y concurridas.
Entre tantos festejos, uno muy especial tenía lugar en el norte de Europa, específicamente en Dinamarca. Allí y para esta ocasión en particular, la Casa Real del Príncipe Edward había organizado una elegante fiesta, que era tan suntuosa como imponente.
En la celebración no se habían escatimado gastos de ningún tipo.
El lugar elegido era uno de los más bellos y grandes castillos de la región, el cuál, vestido con todas sus galas para la tertulia, lucía esplendoroso y era perfecto para una noche inolvidable.
A pesar de estar en invierno, la noche no era tan fría y, aunque nevaba ocasionalmente, este invierno en particular había sido bastante benigno en toda la zona; el cielo estaba despejado, con una bella luna menguante reinando entre las estrellas; por debajo se encontraban los hermosos y grandes Jardines Imperiales, siempre cuidados a la perfección y listos para deleitar a sus visitantes.
Todo había sido minuciosamente pensado. El Palacio Real estaba construido sobre el borde de un enorme y bello lago que lo rodeaba parcialmente, eso lo convertía en un lugar privilegiado esa noche, ya que brindaba una vista despejada de la bóveda celeste, lo cual le permitiría a los concurrentes el poder disfrutar en todo su esplendor de los grandiosos fuegos artificiales que esperaban con impaciencia el comienzo del nuevo año, justo a la medianoche, listos para iluminar el cielo durante su fugaz pero intensa vida.
La ubicación geográfica del castillo era asimismo inmejorable, el estar a pocos minutos de viaje y al norte de la capital danesa le facilitaba un rápido acceso a todos los invitados. Decenas de limusinas habían desfilado durante toda la noche trayendo a importantes personalidades nacionales y extranjeras que habían concurrido a la velada de gala.
El imponente salón principal del palacio era el epicentro de la noche. Había sido seleccionado especialmente no solo por su gran tamaño y estilo renacentista, repleto de obras de arte y detalles lujosos, sino también por estar dotado de una excelente acústica, ya que en él tendría lugar el evento principal de la noche: un gran concierto de música clásica.
En la cabecera del salón se había montado el escenario y una gran orquesta sinfónica había sido contratada especialmente para la ocasión.
Durante toda la velada se dio un hermoso concierto, con la interpretación de los fragmentos más conocidos de diversas obras clásicas de los principales compositores europeos.
A pesar de sus enormes dimensiones, el gran salón estaba lleno de asistentes por doquier.
Entre los invitados destacaban los pertenecientes a la Realeza, que habían concurrido de diversos países y entre ellos el anfitrión principal: el Príncipe Edward, quien vestía su uniforme militar de gala Real, con su banda cruzada, su gorra bajo el brazo, sus guantes blancos y todas las condecoraciones propias de su estatus.
La noche era perfecta y todos disfrutaban de un espectáculo que sería inolvidable.
Faltando ya pocos minutos para la medianoche y luego de haber tocado durante toda la tertulia, la orquesta finalizó la pieza musical de despedida del año. Los asistentes aplaudían efusivamente y el director agradecía exultante el reconocimiento, en nombre suyo y de la orquesta.
En medio de los aplausos, el Príncipe anfitrión tenía una charla privada y en voz baja con su única hermana:
—Espero que la cerebración sea de tu agrado, querida hermana.
—Es sin duda una noche memorable, Edward.
—Y aún no se acaba, falta el broche de oro... Si los rumores que han llegado hasta mis oídos son ciertos, tengo una sorpresa interesante esperando aún, es algo que quiero presenciar y estoy seguro de que te impresionará —le respondió él con una misteriosa sonrisa.
Los mozos habían salido ya con sus brillantes bandejas de plata llenas y recorrían el salón mezclándose entre los invitados, distribuyendo las copas con champagne para el acostumbrado brindis de medianoche. En ese momento, Edward levantó su copa y dirigiéndose a la principal violinista de la orquesta, la talentosa Armony Heart, le dijo delante de todo el mundo:
—¡Señorita Heart! Quisiera tener el placer de escuchar su interpretación de una de mis melodías favoritas: Ojos Negros. —El, en apariencia, inocente pedido de Edward, ocultaba algo que iba mucho más allá del simple deseo de oír una melodía en particular.
Armony había sido convocada esa noche para ser la violinista estrella de la velada a pedido especial del Príncipe anfitrión.
Con solo veinticinco años ha sido considerada como una de las más talentosas violinistas del mundo entero...
Era una bella joven de rostro angelical; su cabello enrulado y cortado hasta la altura de sus hombros, de un color dorado, entre rubio y castaño claro, le daba un aspecto aún más jovial a su hermosa figura; sus ojos celestes reflejaban su personalidad en su mirada, que era simpática y amable.
Esa noche estaba vestida con una discreta bisutería y un elegante traje de gala azul oscuro, de cuello alto, ceñido a su cuerpo, que cubría completamente sus piernas y dejaba sus brazos desnudos, para poder interpretar con más soltura su violín. Su hermoso vestido reflejaba incontables y pequeños destellos de luz que la hacían destacar en el escenario... Armony era, en sí misma, una bellísima joya que brillaba en medio de la imponente orquesta.
Ante la inesperada requisitoria del Príncipe, la nerviosa mirada de Armony buscó de inmediato los ojos del director de la orquesta, que le devolvió una expresión de confianza y una cálida sonrisa asintiendo discretamente con su cabeza, ya que, a pesar de no estar incluida en el repertorio de esa noche, toda la orquesta conocía muy bien esa popular canción rusa.
El salón quedó en silencio durante un eterno instante...
—Debo confesarle que soy uno de sus más grandes admiradores —le aclaró Edward al percibir el impasse de tensión que se había generado por su inesperado pedido.
Armony recorrió rápidamente con una nueva y fugaz mirada todo el salón, para terminar mirando nuevamente al Príncipe:
«No puedo negarme y mucho menos ante el pedido del anfitrión, pero no quiero volver a tocar esa canción en público; va a ocurrir de nuevo lo que pasa siempre, estoy segura... Y esta vez delante de toda esta selecta audiencia ¡Que vergüenza me da!». Este pensamiento se disparó inmediatamente en la cabeza de Armony agobiándola y abrumándola mientras sostenía su mirada en Edward, sin responder ni una sola palabra.
Pero ¿por qué Armony pensaba esto justo en ese momento?, ¿por qué una concertista consumada, como ella, titubeaba ante este sencillo pedido?, ¿qué era lo que tanto quería ocultar de todo el mundo?
Era un secreto a voces, aunque no muchas veces visto en público, que esa corta pieza musical que le había solicitado el Príncipe emocionaba profundamente a Armony, al grado de hacerle brotar lágrimas de sus ojos y que, además, la interpretaba con una exquisitez absoluta, inefable y que, según decían quienes la habían escuchado, podía conmover el alma de cualquier persona.
Con una discreta y mal fingida sonrisa, la ya resignada Armony finalmente respondió:
—Será un honor para mí, príncipe.
Acto seguido, puso en posición el arco sobre las cuerdas de su violín y se prometió internamente contener esta vez la tremenda e inexplicable emoción que la invadía cada vez que tocaba esa melodía:
«Esta vez no lloraré, no delante de toda esta audiencia», pensó tomando una firme decisión interna.
El brillo de su violín le daba seguridad y calma antes de ejecutar una obra; Armony hizo una pausa mientras lo contemplaba, inspiró profundamente, concentrándose y desvió su mirada suavemente hacia el director indicándole que estaba lista...
Tres golpes de la batuta del director sobre su atril bastaron como preámbulo y Armony comenzó su interpretación al recibir la orden.
Las notas comenzaron a fluir de su violín con una magia particular y que solo podían apreciar quienes la escuchaban en vivo, la orquesta la acompañaba en ciertos momentos, haciendo énfasis cuando el director así lo indicaba.
A medida que la ejecución de la obra avanzaba, Armony se dejaba llevar más y más por ella. Su cuerpo acompañaba cada compás y cada nota con suaves y rítmicos movimientos, al tiempo que sentía esa emoción creciendo desde el centro de su pecho, era como un calor inexplicable que la envolvía finalmente de pies a cabeza...
La obra proseguía y la emoción crecía, hasta que en un momento sucedió lo inevitable, lo que ella nunca pudo en toda su vida controlar, lo que ella tanto quería evitar; sus ojos se llenaron de lágrimas, esas inexplicables lágrimas que empezaron a recorrer su rostro una vez más sin poder ser contenidas. Inmutable por esto y aceptándolas una vez más, siguió tocando la melodía con una belleza sublime.
Los asistentes la observaban guardando un respetuoso silencio de admiración y sorpresa, con sus sentidos inmersos en la belleza de su interpretación que invadía todo el ambiente del salón, hasta el último rincón del mismo.
Quiso el destino que el acorde final, con el que concluyó la obra, coincidiera con la medianoche exactamente. En ese instante todos aplaudieron en una gran y potente ovación que brotó de lo más profundo de sus corazones; al mismo tiempo, el cielo se iluminó completamente con cientos de fuegos artificiales de todos colores que marcaron el fin del año anterior y el comienzo del siguiente.
Los enormes ventanales del castillo ofrecieron una vista perfecta de la ciudad y de los hermosos fuegos artificiales que, cual estrellas creadas por el hombre, brillarían sin cesar durante varios minutos en un gran desfile lleno de gracia y color por los cielos nórdicos.
El director de la orquesta le acercó a Armony un pañuelo blanco, para que secara las lágrimas de su rostro, mientras ambos agradecían con sonrisas y reverencias al público por sus aplausos.
Acto seguido, comenzó el tradicional brindis de año nuevo, donde todos intercambiaron sus buenos deseos para el año que acababa de comenzar. La orquesta hizo un receso para brindar con los asistentes, los músicos dejaron sus instrumentos en el escenario y se mezclaron con el público. Armony colocó con cariño y mucho cuidado su violín Stradivarius en su estuche y le agradeció con una tierna mirada llena de gratos recuerdos; su violín era el más valioso regalo que su padre le había hecho y esto era un ritual que ella acostumbraba a hacer siempre en los conciertos.
En cuanto Armony bajó del escenario, Edward se le acercó para expresarle su más sentida admiración y respeto por su talento:
—Señorita, es usted tan bella como la música que interpreta, quiero darle mi más profundo agradecimiento por hacer que esta noche brille aún más con su arte —dijo el Príncipe, que sabía elegir muy bien sus palabras, mientras la miraba directamente a los ojos.
—Gracias por sus palabras —dijo ella tímidamente y desviando su mirada. Armony no podía evitar sonrojarse cada vez que era felicitada, no importaba cuantas veces lo hubieran hecho ya; y esta vez viniendo de parte de un Príncipe, acostumbrado a deleitarse con la mejor música y los más talentosos artistas, el halago era aún mayor. La modestia de Armony era sincera y simplemente encantadora...
—Debo admitir que sabía de esta singular reacción que le produce a usted el interpretar esa pieza en particular que le solicité, le pido disculpas, pero era algo que quería experimentar en persona y de lo que no me arrepiento sinceramente, usted ha conmovido mi alma.
—No tiene por que disculparse conmigo, príncipe. Mi llanto no ha sido de dolor —le respondió ella amablemente—. Aún no sé a qué se debe, pero desde pequeña, cuando aprendí a tocar Ojos Negros, no he podido evitar que broten lágrimas de mis ojos al interpretarla... Cuando toco esa melodía, algo dentro de mi hace surgir una emoción que no puedo controlar por más que lo intente, me es imposible explicarlo con palabras y es algo que me pasa solo con esa melodía en especial.
—«El corazón guarda recuerdos a los que la mente nunca podrá llegar», esa frase me la decía mi abuela cuando yo era un niño y como todas sus frases, encierra mucha sabiduría —le comentó Edward.
En ese momento un invitado se acercó por detrás a Armony y la sorprendió.
Este hombre, a quien ella nunca había visto, era unos siete años mayor que Armony; su cabello era rubio, con un corte de pelo muy prolijo y un sesgo cuasi militar; era, además, muy bien parecido, de facciones regulares; vestía un traje a medida de color gris, con un chaleco haciendo juego y una corbata a rayas que lo hacía lucir muy elegante; su impoluta presencia era rematada por un par de zapatos tan bien lustrados que parecían ser dos espejos negros.
El hombre se presentó:
—Perdón por interrumpir, me llamo Steven y soy un gran admirador suyo, señorita Heart ¡Que talentosa violinista es usted! No se imagina que gran placer es para mí el presenciar una de sus actuaciones en vivo —le dijo mientras extendía sus manos hacia ella y agregó:
—Me haría muy feliz si me concediera el honor de dejarme tocar una de sus manos, con las que expresa el don de producir tan bella música.
Armony sonriente y continuamente sonrojada por esas palabras, al sentirse tan halagada nuevamente, con inocencia y sin decir nada, extendió su mano derecha, la cual fue tomada por ambas manos de Steven, que en ese momento la miró fijamente a los ojos de un modo perturbador, casi como queriendo averiguar algo más profundo...
Steven buscaba una reacción en ella, su mirada iba más allá de una mirada normal, era inusual, especial, penetrante y muy atenta, casi expectante.
Armony lo miraba a los ojos también y desviaba por momentos su mirada a las manos de Steven, que eran más grandes que las de ella y la apretaban con firmeza, y cada vez con más fuerza. En ese momento advirtió que él tenía una alianza de compromiso, pero ubicada no en el clásico dedo anular de la mano, sino en el dedo meñique; meticulosa como era ella ante esos detalles, esto le resultó algo extraño de ver, ya que el anillo no estaba suelto, sino que encajaba bien en su dedo; le pareció algo fuera de lugar, pero no le dio mayor importancia, ya que empezaba a sentirse incómoda por la efusividad de Steven.
Pasados unos pocos segundos, que le parecieron eternos, él finalmente soltó su mano, liberándola.
—Muchas gracias por todo, señorita Heart. Espero poder verla nuevamente algún día —dijo Steven sonriente y se retiró, perdiéndose entre los asistentes; Armony se quedó sin palabras, simplemente siguiéndolo con su mirada.
—Que agradable debe ser el sentirse tan admirada por todos —le dijo Edward haciéndola reaccionar, a lo cual, entre confundida y aliviada, ella respondió:
—Aún no me acostumbro, príncipe y, sinceramente, creo que nunca podré hacerlo. —El misterioso admirador había dejado a Armony un tanto inquieta y sorprendida.
Por su lado, Steven, que se había apartado unos cuantos metros ya de Armony, se puso a conversar en voz baja con una mujer joven y con quien había venido a la fiesta.
Ella era un poco más baja que él; su cabello era de color castaño claro, largo hasta sus pechos y ondulado; de sus ojos, color café, proyectaba una mirada aguda e inquietante, que concordaba con la fingida sonrisa de sus labios... Claramente era una mujer manipuladora y mentirosa, experta en engañar a cualquiera; parecía ser otra simple invitada a la fiesta, pero, al igual que Steven, no lo era.
En cuanto se sintieron libres de cualquier mirada indiscreta, el cariz de la conversación entre ellos adoptó un semblante especial y muy serio:
—¿Y que pasó, Steven, es ella o no lo es? —le preguntó la mujer.
—No pasó absolutamente nada, ni la más mínima reacción —le respondió él visiblemente molesto— y estoy seguro de que tuvo contacto físico con el anillo, lo sujeté muy firme contra su mano y la miré bien a los ojos, pero no pasó nada, ni siquiera se dilataron sus pupilas... No puedo creer que nos hayamos vuelto a equivocar, estaba seguro de que la habíamos encontrado esta vez.
—Hay muchas posibilidades: ¿será el anillo correcto el que nos dieron?, ¿significaba algo tan importante para ella como suponemos?, ¿se aseguraron bien de esos datos los expertos de la Central acaso? —preguntó ella de manera un tanto retórica y con un claro tono despectivo—. En estos dos años que llevo trabajando en el área de inteligencia he visto tantas fallas que ya he perdido la cuenta.
—Mira, Valery, por más equivocaciones que hayas visto, la Corporación no comete esa clase de errores y mucho menos en una operación de esta magnitud e importancia. Este anillo fue recuperado directamente del cuerpo de ella; la inscripción del interior, además, lo confirma claramente: «Nada nos separará jamás, Gabriel» —respondió él irritado y con frustración.
—Entonces, simplemente, no es ella y punto. No sería la primera vez que nos equivocamos de objetivo a pesar de todo —replicó Valery respondiendo a la irritación de él del mismo modo.
—La edad proyectada es compatible con un retorno inmediato, su talento es evidente y el resto de las características personales son adecuadas; ella tiene una aproximación del 90 por ciento y, que sepamos, nadie más en el mundo reúne esas características en este momento ¡Tiene que ser ella, sí o sí! Además, casi no nos quedan otras opciones viables —sentenció Steven.
—¡Tal vez se equivocaron y ella aún no ha vuelto! —dijo Valery enojada y sosteniendo una mirada directa a los ojos de Steven, y ambos quedaron así, estáticos, durante unos segundos.
—¡Bueno, está bien, ya basta! Yo no pienso llenar el reporte final sin haberlo intentado todo. Nos enviaron especialmente para confirmar si se trata de ella o no y tenemos que ser concluyentes y definitivos; así que no vamos a regresar aún —dijo Valery y continuó con una media sonrisa que se dibujó en su rostro—. Tú ya lo intentaste, ahora me toca a mí ¡Vamos!
Valery y Steven entonces se acercaron nuevamente a Armony, que había quedado sola por un instante.
—¡Señorita Heart! Quisiera presentarle a una muy querida amiga mía y que la admira tanto como yo —dijo Steven, que fue interrumpido por Valery quien, con mucho entusiasmo, prosiguió diciendo:
—Mi nombre es Valery y admiro tanto su talento. Me encantaría si usted accediera a pasar una tarde con nosotros, invitarla a un recorrido, o a un paseo, o a realizar algo que sea de su agrado...
Armony, como consecuencia de su don para el violín, desde niña ha llevado una vida muy solitaria y aunque viaja mucho por su talento musical, siempre le ha costado poder conocer las ciudades que visita del modo en que a ella le gustaría hacerlo, apreciando los pequeños detalles y las sensaciones que transmiten a través de sus ciudadanos, comercios, construcciones y actividades recreativas. Sus viajes han pasado siempre entre hoteles y auditorios, sin darle la oportunidad de disfrutarlos como una turista más.
Aunque había mucha gente que la rodeaba y la cuidaba, organizando su hospedaje, transporte y presentaciones, tampoco tenía amigos; todo su tiempo siempre se lo había dedicado a las prácticas con el violín o a sus actuaciones.
El ver a dos admiradores tan amistosos, cordiales y efusivos, como lo eran Steven y Valery, fue para ella algo irresistible:
—¡Me encantaría! Hace años que no me tomo un descanso, realmente es algo que no suelo hacer y que siempre tengo ganas de poder disfrutar, va a ser un placer para mí —dijo Armony con una efusiva sonrisa mientras se iluminaba su rostro.
—Y, por favor, llámenme Armony, «señorita Heart» suena muy distante.
—No se diga más entonces, yo tengo la excursión perfecta para pasado mañana..., suponiendo que tengas el día libre, Armony —le dijo Valery.
—Sí, de hecho, la orquesta se toma vacaciones desde mañana mismo y no tengo proyectada ningún tipo de presentación privada tampoco, así que... Estoy completamente libre —aclaró Armony.
—¿Conoces la ciudad de Kiel?; es en Alemania y está a pocas horas de aquí en auto —preguntó Valery.
—No..., no la conozco y de verdad que me encantaría hacerlo —le respondió Armony; Valery, muy entusiasta, agregó sin hacer ni una pausa:
—Es una ciudad marítima, bellísima y con unas vistas que te van a enamorar ¡Hasta hay faros navales cerca! Yo adoro los faros, me causan una emoción única y quisiera que visitáramos uno de ellos.
En ese momento, y aunque no lo dijo, Armony sintió un escalofrío que le recorrió toda su espalda, desde la cintura hasta la nuca. Se trataba de un secreto que ella ocultaba muy bien de todo el mundo y es que, desde pequeña, siempre le tuvo un inexplicable miedo al agua, sobre todo al agua helada. De niña no podía ni acercarse a ella sin aterrarse... Fue entonces que sus padres le hicieron aprender a nadar para combatir ese temor. Con el tiempo y las repetidas prácticas y lecciones logró convertirse en una gran nadadora y hasta dominar varios estilos, pero a pesar de todo y aunque consiguió controlar esa fobia irracional al agua, aun hoy día y aunque haga calor, Armony prefería ducharse o bañarse con agua tibia y nunca fría, de hecho, en algunas noches el estar rodeada de agua helada formaba parte de sus peores pesadillas.
—Por supuesto que sí, Valery; nunca estuve en un faro, va a ser una experiencia nueva para mí y estoy segura de que la voy a disfrutar —respondió Armony con una nerviosa sonrisa muy bien disimulada.
—Entonces, el sábado por la mañana, a las nueve, Valery y yo pasaremos a buscarte por la puerta de tu hotel; si te parece bien, Armony, claro está —dijo Steven.
—De acuerdo, es perfecto, el lunes entonces nos encontraremos. Me estoy hospedando en el...
—Ya sabemos donde te hospedas, Armony —acotó Valery interrumpiéndola y prosiguió con una sonrisa y guiñándole un ojo—, cosas así las conocemos siempre los admiradores.
Steven y Valery se retiraron finalmente, dejándola sola. Aunque Armony estaba acostumbrada a los reconocimientos, la cercanía y el entusiasmo amistoso de estos dos fanáticos fue algo poco habitual y muy placentero para ella.
¿Qué era lo que planeaban hacer Steven y Valery en Kiel?, ¿por qué esa insistencia de Valery en visitar el faro?; eran incógnitas que solo se develarían dentro en un par de días...
Sin nadie más con quien hablar, Armony se acercó a uno de los grandes ventanales del salón, el cual daba a los grandes jardines y desde donde aún se veían algunos fuegos artificiales que, aunque solitarios, aún iluminaban el cielo nocturno por momentos.
—Los Jardines Reales son mucho más hermosos en primavera, pero aun así nuestros jardineros se esfuerzan para que en invierno muestren una belleza singular ¿Le gustaría recorrerlos, señorita Heart? —le preguntó Edward, que nuevamente se había acercado a ella.
—Por supuesto, esos jardines son de ensueño, me encantaría —respondió Armony sonriente y aceptando la propuesta del Príncipe, y se dirigieron al exterior del castillo prestos a realizar un recorrido nocturno por los hermosos Jardines Imperiales.
En cuanto salieron del palacio, el Príncipe, en un acto de galantería clásico, se quitó su capa y la colocó sobre los hombros de Armony para protegerla del frío exterior.
—Gracias —dijo ella esbozando una sonrisa y mirando al suelo, sonrojada.
Edward enlazó su brazo al de Armony y la empezó a guiar por el paseo más típico.
Los grandes jardines del castillo eran de libre acceso al público durante todo el año. Siempre estaban perfectamente cuidados y eran muy completos.
Ese año los jardineros habían tallado los setos formando un gran laberinto, un poco más alto que una persona promedio y que podía ser recorrido por quien quisiera hacerlo:
Había pasillos anchos y en algunos sectores tenían banquetas, donde los visitantes se sentaban a leer en el día; durante la noche, las luces de decenas de hermosos faroles los iluminaban muy bien. Puertas de reja muy ornamentadas daban un aire de misterio y descubrimiento al recorrido. En sectores especiales había árboles de diferentes especies que servían de hitos dentro del laberinto y hermosas estatuas clásicas complementaban el paseo.
—Que hermosos jardines tienen aquí, príncipe, parecen de cuento de hadas.
Edward sonrió y agregó:
—Sí, así es. Los jardineros hacen un trabajo excelente y los felicito a menudo, me hacen sentir orgulloso de ellos; siempre se nota cuando alguien pone amor y dedicación en sus labores, personalmente los considero artistas.
Edward condujo a Armony, en primer lugar, al enorme invernadero del jardín en donde, protegidas del frío y resguardadas de las inclemencias climáticas, esperaban a la primavera, listas para ser trasplantadas, las más variadas, bellas y delicadas flores de toda la región, como así también algunas especies exóticas, con sus hermosos colores y formas.
Dentro del invernadero el ambiente se percibía muy distinto, era cálido y la humedad agradable al tiempo que las fragancias de las flores inundaban todo el aire.
En cuanto las luces se encendieron Armony lo pudo ver en todo su esplendor. Quedó extasiada de inmediato, delante de ella hermosas y variadas plantas crecían por doquier. Sus ojos casi no podían dar abasto y no paraban de recorrer la gran cantidad de especies allí presentes.
—¡Este lugar es bellísimo! ¡Me encanta! Adoro las plantas, siempre me han gustado desde que era una niña; sus colores son tan vivos y sus perfumes, tan intensos. Siempre quise dedicarme a la jardinería como un pasatiempo, pero nunca tuve la oportunidad —comentó con tono de lamentación.
Edward, al verla tan fascinada y entusiasmada entre las plantas como al más dedicado de sus jardineros, no pudo evitar el buscar un motivo y le dijo:
—Tal vez usted fue jardinera profesional o estuvo muy relacionada con la botánica en alguna otra vida.
En ese instante, Armony, que estaba inclinada y oliendo la fragancia de una flor, esbozó una media sonrisa con escepticismo, ya que ella no tenía esas mismas creencias...
—No lo creo, príncipe —le respondió suavemente—, yo he sido criada en la fe católica y, como usted sabrá, la reencarnación no tiene lugar en ella. De hecho, personalmente no creo que volvamos a este mundo después de morir, aunque sí creo en la existencia de un alma inmortal dentro nuestro. ¿Usted cree en la reencarnación acaso?
Edward hizo una pausa buscando las mejores palabras para disentir con ella cordialmente y manifestarle su opinión al respecto...
—Yo creo que, para la humanidad, el que la reencarnación fuera algo cierto sería el más justo premio y castigo a la vez.
—¿Y cómo es eso? —preguntó Armony intrigada.
—Mi concepto es muy simple de entender: si hiciéramos de este mundo algo mejor en nuestra vida, volveríamos para disfrutarlo y si lo empeorásemos, retornaríamos para padecerlo; eso sería verdadera justicia y a nivel global... Al fin y al cabo, todos estamos conectados entre nosotros de un modo u otro y somos responsables en mayor o menor medida de la realidad que nos rodea.
—Nunca lo había pensado de ese modo. Siempre he considerado a la vida desde un punto de vista más individual y no tan colectivo.
—A veces el cambiar de perspectiva nos ayuda a ver mejor nuestras vidas y nuestro verdadero rol en el mundo, señorita Heart.
—Sinceramente, no me gusta meditar demasiado sobre mi vida. Por fortuna me siento cómoda y feliz evaluando mi presente, pero me angustia a veces pensar en mi futuro. Dicen que para considerar la vida de una persona como completa esta debería plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro... Yo aún no he hecho ninguna de esas tres cosas, el tiempo va pasando y no me imagino haciéndolas nunca.
Sin darse cuenta, Armony abría sus sentimientos más profundos y dejaba ver los temores que la torturaban secretamente en su perfecta y admirable vida.
Ambos se quedaron en silencio por un instante... Repentinamente la mirada de Armony se desvió hacia una flor en particular, que llamó su atención especialmente y se acercó para mirarla con más detenimiento.
—Esa es una de las especies más raras de orquídeas mariposa que existen en Europa; fue traída directamente de las islas Azores y es una de nuestras más nuevas incorporaciones, ¿le agrada?
—Sí, es hermosa, príncipe. Siempre me gustaron las orquídeas, son mis flores favoritas, tan variadas y vistosas... Aunque por algún motivo me hacen sentir melancólica, cada vez que las miro experimento el mismo y singular placer que se siente al escuchar una triste melodía. Que paradoja, ¿verdad?
Sin que pudiera aún saberlo, había un profundo dolor dentro de Armony. Esas emociones contradictorias y sin fundamento aparente, por las que se sentía tan atraída, eran en parte resabios de un pasado ya olvidado y también un anticipo de su propio porvenir; antiguas y futuras penas que, sin conocerlas a conciencia, las podía presentir y que, sin tener más opciones, las debía de sobrellevar.
Armony se quedó un instante con su mirada perdida en el enorme laberinto del jardín, que se encontraba a continuación del invernadero.
—Acompáñeme, visitemos el laberinto —le dijo Edward y salieron juntos a recorrerlo.
—Como en invierno los jardineros no pueden exhibir las hermosas plantas del invernadero en el exterior, trabajan en él todo lo que pueden y con mucha imaginación recortan algunos setos y arbustos con formas muy creativas; ¿le agradan este tipo de jardines?
—Sí, desde pequeña me fascinaron los grandes jardines en los que se hacen estos laberintos. Una vez cuando yo tendría unos ocho años de edad y durante unas vacaciones, mis padres me llevaron a conocer uno en Italia. Recuerdo que estuve jugando allí dentro por horas. En el centro tenía una pequeña torre que servía de mirador y desde donde se podía apreciar todo el laberinto; cuando llegamos a esa torre me subí hasta la cima y me sentía como una princesa de verdad —dijo ella recordando su infancia con una sincera y suave risa; Edward la escuchaba sin interrumpirla, ya que disfrutaba mucho de su encantadora expresión.
—Dígame, señorita Heart, ya que lo acaba de mencionar... ¿tiene usted acaso sangre Real de alguna familia nobiliaria?
La pregunta sorprendió a Armony, ya que ella realmente nunca había investigado mucho acerca de su genealogía.
—No que yo sepa, mis padres nunca me dijeron nada, así que no lo creo.
—Usted tiene un aire especial, un je ne sais quoi que parece encajar a la perfección con este ambiente que nos rodea.
Armony se sonrojó nuevamente y solo atinó a sonreír mientras dirigía su mirada hacia el suelo, avergonzada una vez más por las palabras de su compañero de paseo.
—Es usted muy amable conmigo, príncipe.
En ese momento llegaron a una de las salidas del laberinto que los dejó frente al lago.
Edward, que conocía el camino a la perfección, la había llevado intencionalmente hasta allí, donde la vista nocturna era esplendorosa: la hermosa luna menguante se reflejaba en la superficie de las calmadas aguas lacustres dando un espectáculo nocturno de esos que perduran por toda la vida.
—Es una vista hermosa, ¿no le parece?; tiene la misma magia que el ver una puesta de sol... uno nunca la olvida y la recuerda de por vida —le dijo Edward.
Armony, atónita, respondió asintiendo con su cabeza mientras caminaba hacia una muralla muy baja que delimitaba el borde del lago; Edward la seguía de cerca.
En ese instante, un grupo de grandes y bellos cisnes de cuello negro se acercaron a ella al verla.
—Están malacostumbrados a que los visitantes les den de comer y cada vez que alguien se acerca al borde ellos simplemente vienen, esperando algo de comida —le aclaró el Príncipe y agregó—. Mi hermana los adora y le encantan, viene muy seguido a verlos.
Fascinada con la belleza de los cisnes, Armony se agachó para ponerse a su altura y les dijo, lamentándose y disculpándose al mismo tiempo:
—No tengo nada para darles, me encantaría pero no... Lo siento cisnes.
Extendió delicadamente su mano y acarició a uno de los cisnes en su cabeza, el dócil animal la dejó hacerlo sin alejarse.
—Es tan hermoso —dijo mientras Edward, de pie y detrás de ella, miraba la tierna y bella escena sin decir nada para que perdurase todo lo posible.
Armony se puso de pie y girando hacia él le dijo:
—Gracias por todo esto, príncipe. Esta noche es mágica para mí.
—Es mágica para todos, señorita Heart, cada uno en su rol, todos hacemos que esto sea inolvidable para todos nosotros; yo también he disfrutado esta noche de su arte con el violín y ahora de su encantadora compañía...
Por cierto, tenemos unos pequeños barcos para recorrer el lago; permítame brindarle un paseo acuático.
«Entrar en el lago y quedar rodeada tan de cerca por toda esa masa de agua helada... No puedo ¡Me aterra! Creo que no debería de aceptar; no me gusta la idea de desairar al Príncipe, pero es preferible eso a que me note tensa e incómoda en el barco», pensó Armony...
Por suerte para ella, y a pesar de que su mente no dejaba de centrarse en su antiguo temor, pudo hilar rápidamente una excusa:
—Me encantaría aceptar su oferta, pero en pocos minutos comenzará la segunda parte del concierto y debo regresar con la orquesta.
—Entiendo —respondió Edward un poco decepcionado, pero respetando, como todo un caballero, los deseos de ella.
Inesperadamente, en ese instante una estrella fugaz cruzó el cielo y ambos la vieron.
—¡Vaya!... es la primera vez que observo una estrella fugaz ir directamente hacia la constelación de la Osa Menor —mencionó Edward demostrando su afición por la astronomía.
—Mi estrella favorita es la Estrella Polar —acotó Armony de inmediato y sin quedarse atrás.
—La mía también —dijo Edward sorprendido por la coincidencia en el comentario de ella—. La estrella del norte: Polaris, la estrella más brillante de la constelación Ursa Minor. De chico pasaba horas mirándola con el telescopio del observatorio astronómico del castillo, conocía todas las historias y leyendas asociadas a ella.
—Cuando uno ve una estrella fugaz, según reza la sabiduría popular, se dice que hay que pedir un deseo —agregó Armony.
—Así dicen, señorita Heart... Mi abuela me contaba esas cosas de chico. Aún recuerdo una vez que vimos una lluvia de estrellas; yo estaba encantado y le pregunté que eran esos destellos en el cielo que pasaban dejando fugaces líneas, ella me dijo que eran mensajeros que nos visitaban y que podían traer a veces buenos augurios y a veces malos. Pero lo que sí era seguro es que siempre anticipaban eventos importantes para quienes los veían... Supongo que este año que acaba de comenzar nos traerá eventos destacables a ambos.
—Mi abuela también tenía un interesante acervo de mitos y leyendas. Comenzar un año con una luna menguante como esta, augura que será un año propicio para la conclusión de cosas inacabadas; «es la mejor luna para terminar algo» recuerdo que me decía ella, cuando yo era niña —comentó Armony suspirando pensativa y sonriendo sin quitar la vista del cielo.
En ese mismo instante Edward se quedó un momento en silencio y también mirando al infinito agregó:
—Extraño las historias y la sabiduría de mis abuelos. De chico los escuchaba siempre y ahora de grande desearía tenerlos para que me contaran mucho más de lo que sabían. Me pregunto cuántas otras cosas conocerían y que ya no podré saberlas. Muchas veces pienso que la vida es muy injusta, uno de adulto debería de poder disfrutar de sus abuelos como lo hacía de pequeño; todo sería igual solo que los vería de otro modo en que un niño no puede, aprovecharía mucho mejor el tiempo en su compañía —comentó suspirando—. Me han quedado tantos recuerdos y tantas sensaciones hermosas; quisiera volver a vivir más momentos con mis seres queridos nuevamente... La muerte es muy cruel para quienes quedamos vivos en este mundo, extrañando a quienes se fueron.
El tono triste y melancólico de Edward era evidente y Armony lo respetó con un instante de silencio y atenta escucha... Luego, tomándolo del brazo le dijo:
—Es mejor que volvamos al castillo, príncipe; el concierto va a continuar en solo unos instantes más y tenemos que estar presentes.
—Tiene usted razón, señorita Heart, es nuestro deber y es mejor que volvamos sin más demora.
Y ambos regresaron al castillo, quedándose dentro por el resto de la velada.