Leyla.
Me duele terriblemente la cabeza, siento como una luz invade mis ojos haciendo que los apriete, me pasan, quiero abrirlos y no puedo, escucho voces alrededor pero no, no logro entender lo que dicen, una pesadez me recorre todo el cuerpo haciendo que sea imposible moverlo, y de nuevo caigo en el vacío.
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Cuando era pequeña siempre fui muy inquieta y revoltosa, o eso me recordaban mis padres, decían que tendría problemas con eso en un futuro.
Ellos siempre fueron muy conservadores, manteniendo las apariencias ante sus familiares y amigos. Y criaron a sus hijas de esa manera, manipulandolas a sus antojos, aparentando no tener ningún conflicto, aparentando ser la familia perfecta, pero por supuesto que no era así.
Yo no era así, muchos años reprimidos, hasta que un día explotó todo, de adolecente me volví rebelde, saliendo a la luz las diferencias, hasta el punto de golpearme tanto que decidí huir tras una discusión, y no es que haya mejorado con nuestra distanciamiento, pero tampoco empeoró. Manteníamos una relación cordial, sin mucha comunicación y tomando distancia.
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Otra vez siento que me mueven pero mí cuerpo no quiere reaccionar, nuevamente una luz que se posa en mis ojos, quiero abrirlos pero otra vez no logro hacerlo. Está vez siento los labios resecos y la garganta apretada, me duele, dificultando el poder tragar. Y vuelvo a caer en la oscuridad.
No recuerdo cómo llegué aquí, no sé dónde estoy, ni lo que sucede a mí alrededor, tampoco lo que está sucediendo.
Otra vez soy movida por unas manos frías, la luz en mis ojos, murmullos, eso es nuevo, escucho ruidos de máquinas y pitidos pero no logro reconocer nada, hasta que de nuevo oscuridad.
Siento el ruido de máquinas, esos pitidos, sequedad en los labios, y dolor en la garganta. Abro los ojos por fin, parpadeo, fijo la vista, mis ojos solo ven un techo blanco, quiero moverme pero no puedo, quiero hablar pero no sale nada, parpadeo nuevamente y poco a poco logro mover las extremidades.
La habitación se encuentra un poco oscura, no reconozco esta habitación, poco a poco nuevo la cabeza y puedo notar que estoy sobre una cama, con sábanas blancas, y aparatos conectados por todos lados. Estoy en el hospital, que me pasó, comienzo a sentir dolor por el cuerpo. Intento moverme y un hombre de pronto se para a mí lado y me observa con una mueca de alivio. Me recorre con la mirada poniéndome un poco incómoda, pero seguro es el enfermero.
—Tranquila Leyla, iré por el doctor —el enfermero se va y lucho por no cerrar los ojos, es como si mucho tiempo los hubiese mantenidos cerrados, y quisiera seguir haciéndolo.
El doctor y el enfermero regresan juntos con otra enfermera y comienzan a revisarme.
—Hola Leyla —me saludo el señor con el estetoscopio —, nos has asustado mucho, hace rato no despertabas —trago grueso, he tenido un accidente.
—Que me pasó —logro articular con dificultad.
—Has tenido un accidente —habla el primer enfermero —, un borracho cruzó en rojo impactando contra tu auto —asiento como puedo.
El doctor comienza a revisarme, revisa mis reflejos, los pies y las rodillas, pasa una luz molesta por mis ojos y pide que la siga.
—Bueno, parece que todo está bien, además de tu brazo quebrado, por supuesto.
—Pero, cómo está todo bien y no recuerda lo del accidente, si ese día dicen que llegó conciente —dice el enfermero un poco confundido.
—Y después se desmayó y no despertó hasta hoy —aclara el doctor —, la mente no sé sabe cómo reaccionará, es impredecible, nada se puede decir con exactitud. Pondré en el expediente para realizar nuevamente estudios —explica el doctor anotando en una carpeta.
—¿Usted me recibió el día del accidente? Hubo más personas heridas? —el doctor que estaba anotando me mira fijamente, frunce el ceño, el primer enfermero hace un gesto raro, y lo mira al médico, se miran entre ellos, observo un gesto y el doctor vuelve a preguntarme.
—¿Sabes quién es él? —señala al enfermero, quién me mira de manera analítico.
—Por supuesto, es mí enfermero —aseguro, el enfermero da media vuelta y queda mirando a la pared —no entiendo su actitud.
—Leyla —llama mí atención él doctor —, él es tu esposo —expresa muy serio, siento un frío recorrerme, miro mí mano, y en el dedo anular tengo un anillo de casada.
¿Cómo puede ser, no conozco a este hombre? No lo vi en mí vida. Quizás sea mentira, y este señor se hace pasar por mí esposo tras el accidente. Quizás sea un acosador.
Empiezo a agitarme, los aparatos comienzan a sonar, mis oídos comienzan a pitar, estoy teniendo una crisis, el doctor le dice algo a la enfermera que no logro entender, ella corre, enseguida regresa y trae algo que coloca en el suero que poco a poco me calma, cerrando los ojos y volviendo a quedarme dormida.
Abro los ojos de nuevo, estoy en una habitación, seguro que es en un hospital porque hay aparatos monitoreando, mira mí alrededor y no se encuentra nadie, la habitación está más clara, no hay ningún hombre o enfermero entonces recuerdo la pesadilla, ese hombre que dijo que era mí esposo, siento un gran alivio al saber que solo fue una pesadilla. Ahora lo que me inquieta es saber que me pasó y qué hago aquí, me estiró en la cama encuentro el aparato y llamo a la enfermera, espero unos segundos, y ella llega con el mismo doctor que ví en mí pesadilla, seguro mí inconsciente lo recuerda, seguro que es el doctor que me atendió cuando ingrese y por eso lo recuerdo, viene con una gran sonrisa, —Leyla —dice mí nombre y yo asiento.
—Que me pasó doctor —el doctor hace un pequeño gesto, mira la planilla y me mira nuevamente.
—¿No recuerdas nada? —niego, él larga una pequeña exaltación y hace una pausa —. Tuviste un accidente, un conductor borracho cruzó en un semáforo en rojo e impacto contigo —igualito a mí pesadilla.
—¿Alguien más resultó herido?.
—No, solo tú.
—Doctor, como estoy, que secuelas me quedaron, me cortaron una extremidad, no puedo mover mí brazo derecho —me doy cuenta de ello.