La taberna donde Gareth solía comer y beber después de cumplir con sus encargos en Dunwirn estaba llena a rebosar. Comunidades aledañas al pueblo habían llegado y esperaban con ansias el festival. El ambiente era alegre y ameno, pero para alguien que siempre trataba de evitar las multitudes le resultaba un poco asfixiante.
—Disculpa la tardanza. Aquí tiene la jarra de hidromiel bien fresca que pidió, y un panecillo de harina con especias, cortesía de la casa —dijo la mujer, guiñandole un ojo al dejar el pedido sobre la mesa.
—Hay demasiadas personas aquí. ¿Cómo hacen para no olvidar o confundir los pedidos de las mesas?— preguntó, mirando hacia las demás camareras de la taberna que se mantenían atareadas sirviendo y llevando bebidas con mucha prisa.
—Con mucha práctica señor —le sonrió antes de retirarse y así atender otros pedidos.
El primer sorbo de la bebida suele empalagar el paladar si uno no está acostumbrado a ella, pero para Gareth era justo lo que quería. El dulzor lo envolvía por completo y le brindaba una sensación de bienestar y calma, perfecta para distraerse del bullicio del lugar. La bebía despacio, dando mordiscos al panecillo recién hecho, cuya calidez acentuaba el aroma de las especias.
No quitaba la vista de las escaleras que llevaban hacia las habitaciones de los huéspedes. Decidió darles privacidad a sus dos compañeras, para que se sintieran libres de vestirse y arreglarse sin que su presencia las perturbara. Seguramente tenían un montón de temas femeninos de qué hablar, especialmente ahora que Ana celebraba su cumpleaños número dieciocho.
Gareth tenía sus razones para mantenerse inquieto. Si bien era cierto que habían vivido de manera tranquila en los últimos años, siempre existía el riesgo de que se revelara la identidad de la princesa. Como él era quien más visitaba pueblos y comunidades, solía estar atento a las conversaciones ajenas, sobre todo a las historias y leyendas, que siempre eran el tema más recurrente.
Algunos tenían la creencia de que la maldición de la “Tierra Maldita”, lugar del antiguo epicentro del reino de Lemuria, acabaría el día en que la princesa tomara su lugar o que finalmente abandonará este mundo terrenal. Terminó ganándose esa fama debido a lo sucedido, en especial cuando se decide quedarse más tiempo allí de lo necesario.
El llanto de las banshees que recorren ese lugar, se hace más notorio durante las noches. Ellas lograron encontrar un refugio permanente en las calles vacías de Lemuria y lo único que hacen, es recordarte el peligro inminente de la pérdida de la cordura o inclusive, la muerte.
Para los usuarios de magia negra, este lugar se ha convertido en un santuario sagrado, perfecto para llevar a cabo rituales e invocaciones. Los brujos y nigromantes se sienten a gusto con la pesadez del ambiente, en especial durante la luna llena. Los hace sentir vivos, más fuertes, haciendo que sus poderes fluyan tal cual manantial luego de varios días de lluvia torrencial.
Cualquiera que fuese la verdad de tales historias, Gareth siempre procuraba no bajar la guardia.
Su bebida estaba a punto de terminarse y pensó en pedir otra ronda, pero entonces la vio.
Ana bajaba las escaleras, sonriendo y observando todo a su alrededor. El vestido le quedaba realmente hermoso, digno de una doncella de la realeza. El color resaltaba el tono de su cabello, y ahora se preguntaba si habría sido una buena idea, ya que llamaba bastante la atención.
De su pecho colgaba un collar con una gema brillante de color esmeralda. Lo llevaba consigo desde la noche en que escaparon, y desde entonces nunca se había separado de él. Después de todo, era el único recuerdo que tenía de su familia.
Pocas veces permitía que aquella elegante joya quedará expuesta a la vista. Por lo general, hacía todo lo posible por mantenerla oculta. Pero era su cumpleaños, y sin duda, era una ocasión especial y hacía juego con su vestido.
Detrás de ella la seguía Umi, vestida con uno de sus tantos sencillos vestidos en tonalidades claras, muy acorde con su personalidad calmada y serena. Gareth no recuerda haberla visto realmente enojada ni una sola vez.
Él se levantó dejando dos monedas de plata en el pequeño plato donde le sirvieron el panecillo y caminó hacia las damas. Extendió su mano para ayudar a Ana a bajar los últimos escalones y ella agradeció el gesto con una sonrisa colocando su mano sobre la de él. Muy notable era su felicidad y cómo se desbordaba a través de cada uno de sus poros. Gareth nunca lo admitiría en voz alta, pero él también estaba feliz de estar allí a su lado.
—Hay demasiada gente aquí adentro, no puedo imaginarme cómo está afuera — comentó Ana entusiasmada.
El sol ya se ponía en el horizonte cuando salieron. Los dueños de los puestos de comida, artilugios y otros entretenimientos encendían sus lámparas para alumbrar sus puestos. Se habían colocado varias fogatas por toda la plaza central del pueblo para iluminar y calentar la noche que empezaba a caer sobre ellos. La más grande que se encontraba en el centro, se encendía más tarde con los acordes de los músicos y un pequeño ritual precedido por los druidas para bendecir las futuras cosechas y alejar a los malos espíritus.
Ana y Umi caminaban juntas tomadas del brazo, mirando los puestos a su alrededor mientras que Gareth las seguía unos cuantos pasos atrás.
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Editado: 08.09.2025