No puedo describir el amor que le tengo a los libros. Desde chica me apasiona leer, antes creía querer ser escritora para poder transmitir a las personas que me leían las emociones que yo quisiera, crear conciencia con mis escritos, hacerlos olvidar de la realidad por un segundo y que pasarán un buen rato. Algunas personas veían la lectura como un escape a su realidad, y me parecía fantástico ser yo, lo que escribiera, su escape. Pero con el tiempo me di cuenta que no servía como escritora, así que me dedique a soñar con editar aquellos libros que lo necesitarán. Entonces acá estoy. Casi media noche y todavía no deje la editorial, tenia que haberme ido hace horas pero el libro que tenía frente a mi me entretuvo tanto que perdí la noción del tiempo.
El personaje masculino tenia tantas cosas idénticas a Dalton, que me afectaba. Me preguntaba cuando seria el día que pudiera decir su nombre en voz alta sin sentir una opresión en mi pecho, cuando seria que dejara de pensar en él cada minuto de mi vida, cuando dejaría de quererlo como lo quiero. Pero al no tener respuestas validas para aquello seguía en mi burbuja, donde decir su nombre no era aceptado, donde vivía ignorando lo que dentro en mi corazón sucedía y donde fingía que aquel individuo no existía. Pero últimamente la burbuja parecía querer explotar, no podía no pensar en el si cada cosa que hacia o decía me recordaba a el. ¡Hasta el lugar donde vivía me recordaba a el!, pensar que ambos estamos en la misma ciudad solo hacia que mi miedo a reencontrarnos creciera, solo me hacia dar dos pasos atrás. Y es que temía a volver a verlo, no sabia si tendría la fuerza para hacerlo, si mi corazón pudiera resistir contraer mis sentimientos.
Estaba aterrada, aterrada a sentir nuevamente y salir lastimada.
Así que lo único que me quedaba eran los recuerdo, el vivía en ellos y yo no pensaba borrarlo de ellos.
Arthur, el personaje literario del libro en mi computadora, es tan inocente y dulce que por un momento solo hace que recuerde la imagen que Dalton hace años me vendió, cuando nos conocimos. Un joven dulce, tímido e inocente. Quien diría que aquella cara de ángel eran la máscara que usaba para esconderse un demonio.
Tan dulce que dolía quererlo.
El harapiento no se había rendido con el simple rechazo que le había dado, había sido comprensiva y algo humilde al no humillarlo como me encantaba hacerlo con los demás. Imaginación para ponerlo en ridículo no me falta. Él comenzaba a colmar mi paciencia. Y es que luego de ser rechazado, parece que había tocado un nervio en su hombría, él no me dejo en paz por un largo rato. Me seguía a donde iba sin importar que yo lo echara sin nada de compasión como aquella vez en el hospital, cuando llegamos al lugar en cuestión con mi pierna rota, el harapiento se sentó en la sala de espera hasta tener alguna noticia de mi. Se quedo horas, incluso escucho cuando el medico ponía en su lugar mi hueso. He de decir que no fui ninguna señorita en su momento, cuando digo que mi boca era una cloaca es que; literalmente lo era. Maldije, llore y me lamente tanto que al salir de la habitación, ya con mi hueso en su lugar y un yeso con muletas, ver la cara pálida y asustada del harapiento me confirmó que de seguro todo el hospital me había escuchado.
Es ahora cuando noto que esclavice al harapiento sin si quiera intentarlo.
De todos modos lo eché. A pesar de que el había sido quien se quedo siempre a mi lado.
Irónico, todo últimamente es demasiado irónico en mi vida y comenzaba a acostumbrarme.
Entonces así fue. A cada clase que iba, durante dos meses; el harapiento estaba en la puerta para acompañarme a ir a otra o simplemente llevarme a la misma. Y es que a pesar de mis gruñidos, insultos e intentos de humillarlo el harapiento parecía un granadero; no hablaba, de vez en cuando para quejarse de lo molesta que era, y se dedicaba a llevar mis libros y mochila. Era como mi rescatista personal, ya saben, cuando sentía que iba a caer el me atrapaba.
Nunca me dejo caer. Literalmente.
Las cosas para mi en su momento no fueron fáciles, no tenia a esa figura que me enseñara a distinguir el bien del mal, yo era lo que otros querían que sea. Si querían que me pusiera tal cosa, me la ponía. Si querían que asistiera a tal lugar, asistía. Si querían que dijera tal cosa, lo decía. Porque así era, una niña obediente y educada, como mis padres querían. Me preguntó si las cosas hubieran sido diferente si hubiera tenido esa figura que marcara mi vida, ya sabes, esa que te aporta estabilidad emocional, da cariño, enseña y por sobre todo quiere. Porque claro esta que recibir cariño de alguien no confirma que esa persona sienta realmente cariño por ti, las personas pueden fingir darlo nunca sentirlo. Y es que uno a veces no sabe realmente notar pequeños detalles como aquellos. Las personas pueden darte cariño como un premio, hasta quizá sea su modo de que otras mantengan la esperanza en algo, pero no siempre es con buenas intenciones. Ojalá en mi vida hubiera estado esa figura, tal vez como en los libros cuando el personaje no recibe cariño de sus padres pero tiene a una niñera, cocinera, chofer o hasta jardinero que le aporte ese cariño.
Editado: 08.10.2018