—Él no es mi hijo —farfulló Fabián cayéndome encima y comenzando a llorar—. Eres una cualquiera —dijo haciéndome enojar.
Pero, más que estar enojada con él por su opinión, estaba furiosa conmigo. Odiaba que aún me doliera lo que él pensara de mí.
—Lárgate, Fabián —pedí conteniendo mis ganas de golpearlo hasta que su cuerpo se viera tan herido como estaba mi alma.
—¿Por qué me engañaste? —preguntó llorando cuan niño pequeño.
Lo miré dolida, lo que más me dolía era ver el dolor de ese hombre. Y me odiaba por eso. Con todo el daño que él me había hecho se merecía que yo le destrozara el alma, y me mataba hacerlo.
—Vete, Fabián —volví a pedir pretendiendo que no me dolía esa situación.
—Yo te amaba, Ali —dijo y me burlé de él.
—Tanto me amabas que te acostaste con mi mejor amiga —solté con ironía y mil lágrimas en la cara.
—Ali... —susurró desconcertado.
—Lo sé, Fabián, ella me lo dijo.
—Estaba borracho, Ali —quiso excusar—, te juro que no quería hacerte daño.
—No me importa, Fabián —aseguré limpiando mi cara con mis manos—. Hace años que nada de ti me importa. Lárgate.
—Maldita sea —bufó pateando mi sillón—. Sólo quería ser feliz a tu lado, sólo quería un futuro feliz contigo. ¿Por qué nos hicimos esto?, ¿por qué?
—Vete, Fabián —repetí abriendo la puerta para él.
—¡Deja de echarme! —gritó descolocado—, ¿no vez que me haces daño?
—Vete —volví a pedir y solo me miró destrozado.
Su cara era un fiasco, y la mía no era mejor que la de él.
—Maldita sea contigo, Alicia —dijo Fabián, pateó la puerta y salió de mí casa.
Yo cerré la puerta y subí a mi habitación. Eso me estaba matando, no podía creer que, después de todo lo que me hizo, yo lo siguiera amando al punto de que me doliera hacerle tanto daño.
—Sólo no puedo perdonarte —dije entre sollozos mientras solo mi almohada me hacía compañía en esa noche de dolor.
Algunos días después nos encontramos a Iliana y algunas de sus hermanas afuera de una pizzería donde Diego y yo comeríamos. Diego las invitó a comer y entramos todos juntos. Ellos parecían disfrutar lo que ocurría, pero yo tenía una duda taladrando mi tranquilidad.
Mientras comíamos recibí una llamada. Era Rocío que tenía la información que yo había solicitado y que ya no estaba segura de querer saber.
—Sobre la niña —dijo Chío—, ella es hija de Victoria Vega, del padre no se sabe nada. Victoria murió en el parto en el dispensario del orfanato en que la niña vive...
—Iliana es hija de Fabián —dije interrumpiendo su reporte.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella y mi respuesta se ahogó un poco entre mis lágrimas.
—Porque Vicky era mi mejor amiga —informé—, después de que Fabián se fuera ella me confesó que ellos me fueron infieles, pero yo no le creí. Amiga, no quería creerle. Ese imbécil idiota, lo odio tanto.
—Tranquilízate, nena —pidió mi amiga que probablemente no me entendía demasiado, mis sollozos eran lo único entendible—, ya quedó atrás.
—Iliana está comiendo con nosotros —informé refutando sus palabras.
El doloroso pasado no había quedado atrás, estaba corriendo justo a mi lado.
—¿Qué?, ¿por qué? —preguntó contrariada.
Entendía su confusión. ¿Qué clase de suerte debía tener yo para tener a la hija del amor de mi vida y mi mejor amiga en mi mesa, aun cuando mi hija no estaba a mi lado?
—Diego es su amigo —expliqué—, y de Liliana —sollocé—. Chío, mi hijo es amigo de mi hija y de la hermana de mi hija.
—Lici, lo lamento tanto —dijo y me escuchó llorar un poco más.
—Sí, yo también —aseguré terminando la llamada.
Todo parecía malditamente complicado de sobrellevar.
Llegué a la mesa y miré a la ventana intentando que los que me acompañaban no vieran mis lágrimas. Pero era jodidamente difícil, esa niña me llenaba de dolor.
—Terminen de comer —dije a nuestras acompañantes—, las llevaré a su casa.
—¿Al orfanato? —preguntó Iliana y asintiendo me tragué todas mis lágrima.
Esa niña me dolía demasiado. Ella era la prueba de la traición del hombre que yo amaba y de mi mejor amiga, era la hermana de mi hija y también lo había perdido todo. Ella también había quedado completamente sola. Su mamá estaba muerta. Mi mejor amiga estaba muerta.
Llevé las niñas al orfanato y fui a casa de mi abuelo. Yo necesitaba desahogar tantas cosas que me estaban ahogando, pero no podía llevar a Diego conmigo, no quería que él me viera tan destrozada como me sentía.
—¿Puede quedarse Diego un rato contigo? —pregunté a mi abuelo que abría la puerta. Al escuchar mi voz quebrada y ver mis ojos llenos de lágrimas asintió sin decirme ni preguntar nada—. Diego, quédate un rato aquí —pedí poniéndome a su altura—. Necesito volver al hospital, regresaré pronto. Pórtate bien, ¿sí?
Diego me abrazó fuerte.
—Me portaré muy bien mami —prometió—. No estés triste. Te amo mucho.
Buscando un poco de consuelo, proveniente de los brazos de uno que yo tanto amaba, lo abracé fuerte y aseguré que lo amaba mucho también, regresando a mi auto para ir a la tumba de esa que fue mi amiga.
* *
—¿Cuánto daño permitimos que ese hombre nos hiciera por amor? —pregunté para la que ya no me escuchaba una vez que estuve frente a su tumba—... Nuestras hijas están sin sus madres... yo no tengo a mi hija y tú... tú estás muerta... moriste sin saber que no te odiaba, eras como mi hermana, Vicky.
Recordando todo lo que habíamos pasado, recordando cómo me animó a estar con Fabián aun cuando todo el mundo se oponía, recordando cuánto la quería y cómo me había dolido separarme de ella cuando confesó haberse acostado con mi novio, lloré desconsolada y dolida.
Después de un rato caminé a la salida del cementerio, y a lo lejos pude ver unas flores realmente conocidas. Los más hermosos belenes que había visto en mi vida adornaban una tumba, esos belenes que solo estaban en el jardín de mi abuelo, esos belenes que mi abuela siempre adoró.