Recuperándolos

14. CONFESIONES, ENCUENTROS Y MÁS PLEITOS

Después de dejar a los niños en el colegio fui al hospital y, a la hora del almuerzo, esperé a Fabián recargada a su auto en el estacionamiento. Cuando al fin se apareció, hablé sin darle oportunidad a decir nada.

—Tenemos que hablar —dije y me miró fijo.

—Pensé que nosotros no teníamos nada de qué hablar.

—Pues si no quieres no hablaré contigo, pero luego no te quejes —dije amenazando con irme.

—No, Ali, espera —pidió sosteniendo una de mis muñecas—, hablemos, por favor.

—Vamos a mi casa —pedí y asintió abriendo la puerta de su coche para llevarnos a mi hogar. 

Cuando llegamos me quedé helada. Yo no quería compartir eso que recién había obtenido con la persona que más daño me había hecho en la vida. 

Pero ya lo había decidido, además, como mi abuelo había dicho, él había sido tan víctima como yo de lo que había pasado, aunque él no se enterara.

—Eres papá —anuncié y los ojos de Fabián se hicieron tan grandes que casi juraba se salían de sus cuencas.

—¿Diego? —preguntó una vez que asimiló mis palabras.

—Y Liliana e Iliana.

—Dijiste que no conocías a Liliana —reclamó.

—Mentí —confesé con cansancio.

—Pero la prueba de paternidad con Diego... —comenzó a hablar y lo interrumpí.

—Diego no es tu hijo, pero Iliana no es mi hija —expliqué.

—¿ Qué?

—Iliana es tu hija, y de Victoria. Yo la adopté

—¿Y Victoria? —preguntó y le miré mal. 

No podía creer que fuese tan cínico de preguntarme por ella. Quizá por eso me puse a la defensiva.

—¿Por qué preguntas? —cuestioné—, ¿quieres casarte con ella?

—Por supuesto que no —dijo—, yo te amo a ti. Pero Iliana ha vivido siempre en el orfanato.

—Victoria está muerta —declaré sintiendo una ligera punzada en la cabeza. Recordar a mi amiga muerta me hacía querer sentarme a llorar—. Murió en el parto —dije.

—Entiendo —dijo—. Lo lamento, Ali.

—No importa —aseguré.

—Y, sobre Diego, ¿cómo es que él no es mi hijo y tuyo sí? Son de la misma edad todos, ¿no?

—Hace años alguien lo dejó en la puerta de mi casa —expliqué—, es mi hijo desde entonces y lo amo demasiado. Tanto como amo a nuestra hija y tanto como amaré a tu hija, porque ahora los tres son míos; y, si quieres a tus hijas, aceptarás el paquete, aceptarás a Diego como yo acepté a Iliana. Aunque en tu caso no debería ser difícil, Diego no es el hijo de una traición.

—Lo lamento mucho, Ali —repitió Fabián intentando acercarse, pero lo rechacé.

—No, Fabián —dije—, el paquete son ellos tres, no me incluye. Tú me hiciste mucho daño, no esperes que seamos una pareja, solo seremos padres compartiendo hijos y responsabilidades, pero no techo, y mucho menos cama.

—Entiendo —dijo—, lo acepto, pero no me rendiré contigo porque yo te amo.

—Enterada —dije—, pero no deberías ser muy insistente, podría mandarte al demonio para siempre si me cansas —Nos miramos por algunos segundos con seriedad, con esa atmosfera incomoda rodeándonos—. Debo ir por los niños, ¿quieres venir?

—Claro que si —respondió aun un poco descolocado, así que la que conduciría sería yo. 

Ninguno de los dos quería morir antes de reencontrarnos con nuestros amados hijos.

Llegamos a la escuela y respiré profundo. Una parte de mí, la estúpida parte de mí, estaba demasiado feliz, parecía que estábamos logrando esa familia que siempre soñamos.

Vimos venir a nuestros hijos, ahora venían juntos, y cuando me vieron esperándolos en la puerta todos corrieron a mi encuentro.

—Hola mis amores —dije con gran sonrisa inclinándome hacia ellos, y quedando a su altura, viendo como se hacía un nudo en la garganta del que estaba recargado en la barda de la entrada de la escuela—. Les tengo una sorpresa —dije y miré a Fabián.

—¿Entonces si nos quieres? —preguntó Diego que siguió mis ojos al ver a su padre. 

Fabián hizo mala cara.

—Por supuesto que los quiero —dijo molesto—, a los cuatro—. ¿Les dijiste que no los quería? —preguntó volviendo la mirada a mí.

—No, yo dije que no sabía si los querrías, nunca dije que no los quisieras.

—Yo te amo, ellos son lo que siempre soñamos, ¿cómo es que no sabías que los querría? Te dije que buscaría la custodia de... —lo interrumpí antes de que excluyera a dos de los niños.

—Basta, Fabián. No es que no lo supiera, es solo que no te quería en mi vida. ¿Contento? Esto fue por mí, no por ellos.

—Eres una egoísta —dijo Fabián aún furioso, pero más calmado.

—¡Siempre lo he sido y lo sabes! —grité furiosa—, incluso dijiste que amabas eso de mí. ¿Ya no puedes con ello?

—¿Cómo podría cuando me haces tanto daño? —dijo Fabián intentando lastimarme. 

Una sonrisa irónica nació en mi rostro.

—Mira quién habla de hacer daño —bufé mordiéndome el labio para no decir nada más. 

Fabián me miró entre lacónico y furioso. 

—En serio que ustedes no se llevan bien —señaló Diego rompiendo el incómodo silencio que había en el entorno. 

Me apené al darme cuenta que el numerito que acabábamos de montar no era nada agradable, y que la mayoría de las personas nos miraban.

—Maldición —susurré. 

Ese hombre me hacía perder los estribos.

—Vamos a comer —pidió Fabian tras respirar profundo.

—No tengo hambre —dije y ahora fue Diego quien dijo algo.

—¿No tienes hambre? —preguntó asombrado—. Pero si tú siempre tienes hambre, mami. 

Fabián sonrió orgulloso.

—Ese es mi hijo —dijo haciéndome sonreír, pues recordé que esas fueron justo las palabras que días antes Fabián me dedicara.




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