—No era la primera vez que veía a ese hombre —dije a los policías—, creí que era el padre de algún niño.
Ellos pidieron una descripción del hombre, y que estuviéramos atentos a los teléfonos, por si era un secuestro y llamaban por un rescaté.
Lloré de nuevo, un secuestro era lo peor que podía pasar.
«¿Y si les hacían daño?, ¿y si no querían dinero?, ¿y si jamás los volvía a ver?»
Tantas posibilidades estremecieron mi alma empujándome a llorar aún más.
Un par de horas después mi teléfono sonó, pero no era un secuestrador, era Chío con tremendas noticias.
—Amiga, alguien ha estado investigando sobre Diego —dijo y me quedé helada—. Vino un hombre, dijo llamarse Damián Belmonte, y preguntó por un niño con las señas de Diego, que desapareció por las fechas cuando Diego apareció. Amiga, creo que puede ser pariente de Diego, tal vez él se lo llevó.
—Diego es mío —aseguré—. No puede sólo llevárselo, ¿o sí?
—Claro que no —concordó conmigo—, legalmente Diego es tu hijo, eso sería un secuestro.
—Pero, ¿por qué se los llevó a los tres? —pregunté.
—Amiga, aun no estamos seguros de que es él —dijo Chío—, voy a investigarlo ¿sí?
—Por favor, amiga, por favor... —pedí sin poder parar de llorar.
—¿Qué pasó Ali? —preguntó Fabián.
—Creo que el papá de Diego se los llevó —dije con un nudo en la garganta que debí tragarme.
—¿Por qué?
—No lo sé, no lo sé.
—¿Quién es él?
—Yo no lo conozco, cuando registré a Diego habían pasado unos meses de que lo tenía conmigo y nadie nunca lo reportó desaparecido... No había indicios de que él existiera, así que no fue difícil hacerlo mío.
—¿Y, en todos estos años, nadie se apreció a preguntar por él?
—Nadie... ¿Por qué ahora, Fabián?, ¿por qué a mi hijo?, ¿por qué a mí? Creí que ya todo estaría bien... creí que al fin podría ser feliz... ¿Por qué me pasa esto?
—Vamos a recuperarlos, te lo prometo.
—¿Y si es el papá de Diego?, ¿y si quiere quitármelo?
—No puede, Diego es nuestro, él no va a llevárselo, nadie va a hacerlo —aseguró Fabián.
—Alguien ya se lo llevó —le recordé— y a las niñas con él.
Fabián me abrazó, su cuerpo temblaba de impotencia, de rabia y de miedo.
—Maldición —dijo llorando a mi lado.
Cerca de la una de la mañana recibí la llamada de Rocío, informado que tenía la dirección de Damián Belmonte. Vivía en Santa Clara.
—Voy para allá, tengo que verlo, amiga... (Claro que sí, avísame cuando llegues. Te mandaré la dirección por mensaje y te veo allí, ¿de acuerdo?)... Sí, muchas gracias, amiga —dije y colgué—. Iré a Santa Clara, Rocío tiene la dirección del señor Belmonte.
Fabián pidió ir conmigo, pero yo no creía que fuera buena idea.
» No, tienes que quedarte por cualquier cosa que pueda pasar —expliqué—, por si el tal Damián Belmonte no los tiene y el secuestrador se comunica.
Fabián movió la cabeza diciendo con cierto aire de frustración en la voz que me cuidara.
Acercándome a él besé sus labios haciéndonos llorar. Desde que nos habíamos vuelto a ver, nuestros labios se unieron por primera vez, haciendo explotar nuestro corazón.
Cuando el beso terminó quise separarme, pero él sostuvo mi cabeza y, mirando mis ojos, dijo mientras mantenía su frente en la mía:
—Todo va a estar bien, seremos una familia que viva feliz para siempre.
Suspiré.
—Ojalá así sea —dije—, porque, si no los recupero, yo no quiero vivir para siempre.
—Todo estará bien —repitió Fabián que me abrazó tan fuerte como podía.
Quise creerle, pero eso era algo muy difícil hacer.