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El escritor

La casa era la de siempre. La misma en la que había vivido durante toda mi vida, pero esta vez había algo diferente en ella. Aunque debo cambiar el término "algo" y decir "alguien". Al entrar a ahí, vi a un hombre de aproximadamente sesenta años. Este tenía un aire de intelectual y su gesto era sereno. Estaba sentado frente a la mesa de la cocina. Encima de esta tenía un cuaderno. El hombre llevaba en la mano un bolígrafo. Eso, y sus gruesas gafas me hicieron comprender que se trataba de un escritor. Vi como se llevaba el bolígrafo a la boca de manera despreocupada, para después, con una sonrisa que denotaba haber tenido una buena idea, escribir algo.

No se trataba de ningún familiar o conocido mío. Tan sólo era un extraño que había entrado en mi casa. A pesar de reparar en mi presencia, el anciano no le tomó la menor importancia y continuó escribiendo. Yo tampoco sientí la más mínima incomodidad al verlo ahí.

Sin más, me dirigí a la puerta que llevaba a la sala, al final del pasillo. Y mientras caminaba, vi de reojo al anciano escribiendo en su cuaderno.

 

Al entrar a la sala vi a mis padres sentados en los sillones. Mi madre se encontraba tejiendo mientras mi padre leía un libro. Se trataba de una historia creada por una escritora venezolana. “Muerte, locura y letras” era el título del libro. Mi padre era aficionado a lo que esa escritora hacía. Al escucharme entrar, mis padres dejaron sus ocupaciones para levantar la vista hacia mí.

 

  • ¿Quién es ese hombre que se encuentra sentado a la mesa de la cocina? Pregunté.

     

  • Es sólo un tipo loco, respondió mi padre. Tocó a la puerta y nos pidió descansar un poco. Decía que tenía varios días caminando o mejor dicho, huyendo.

     

  • ¿Huyendo? ¿De qué? Pregunté.

 

    • No lo sé, respondió mi padre. Pero no podía negarme. Es un escritor, dijo, al tiempo que apretaba el libro de la chica venezolana que estaba leyendo.

 

Me quedé un momento pensativo. Movido por un simple instinto, me dirigí a la cocina donde el loco-escritor se encontraba haciendo lo suyo.

Pero al entrar ahí vi que aquel anciano se había ido. Pese a toda lógica, el hombre había dejado su cuaderno sobre la mesa. Lo tomé y comencé a leerlo. Lo escrito por ese sujeto era casi tan bueno como el libro que se encontraba leyendo mi padre. “Muerte, locura y letras” era un relato excelente. El cuento escrito por aquel anciano no tenía nombre; pero describía ahí un sin número de cosas aberrantes. Mundos extraños habitados por criaturas grotescas que su sola imagen podía causar la locura de quien tuviese la mala suerte de contemplarles. Bueno, pero se trataba tan sólo de la loca imaginación de un anciano. Nada importante en sí. Y aunque no debería haberme preocupado, me pregunté a dónde se había ido ese escritor demente. Y si algunas cosas estúpidas he hecho en mi vida, una de esas fue querer buscarlo.

 

Al abrir la puerta de mi casa me topé con un mundo desolado y siniestro. Estaba cubierto por una extraña arena rojiza y la poca vegetación que había ahí estaba seca. Vi, un poco a lo lejos, unas rocas y asomándose entre estas, a aquellos seres que el escritor describió en su cuaderno.

 

Todo lo que ese sujeto había escrito estaba ahí, frente a mis ojos.

 

Fin.



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En el texto hay: un escritor raro

Editado: 03.02.2019

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