CAPITULO IX
Edrian
En la negrura absoluta comenzó a titilar una tenue luz a lo lejos. Parecía una especie de estrella opaca, me costaba un poco abrir los ojos completamente, podía ver un claro destello a través de las pestañas. Quería seguir durmiendo un rato más, no tenía idea de cuánto tiempo llevaba sin dormir, era un placer completamente negado ahora que no era humano. Cerré los ojos nuevamente, queriendo sumirme en la oscuridad, pero un rayo de luz, aun más fuerte, brilló tras mis parpados. Alcé la mirada al cielo. La solitaria estrella se hacía cada vez más grande, acercándose alarmantemente a la tierra.
Me puse de pie al instante sin apartar la mirada de aquella supernova fulminante. La estrella de fuego se precipitó velozmente y colisionó con fuerza contra la tierra a pocos metros de mí. El impacto me lanzó al suelo; cientos de otras estrellas cayeron a mí alrededor como lluvia de fuego. Me puse de pie nuevamente, sin dar crédito a lo que veía. Esquivaba a cada paso alguna de las estrellas, pero me encontraba en una especie de campo de batalla. Figuras aladas me sobrevolaban, batallando a muerte en el aire.
-¡Edrian!
Una voz me llamó entre el caos. Corrí siguiendo el sonido mientras esquivaba los impactos y las explosiones.
-¡Edrian! – Gritó nuevamente la voz de una mujer - ¡Es hora!
-¿Ana? – Grité corriendo hacía una figura entre las sombras - ¡Ana!
La mujer también corría hacía mí, su largo cabello envuelto en un mar de sangre.
-Edrian, se acercan.
La mujer llegó a mí y me tomó por el brazo. Estaba anonadado, no podía moverme.
-¿Qué haces? – Inquirió Amy halando de mí – Tienes que matarla, vamos.
-Amy – Espeté con odio, fue lo único capaz de pronunciar.
-Ana está aquí – Gritó halando nuevamente de mi brazo – Es hora.
A la mención de su nombre mi mente quedó en blanco, lo único que sabía era que ella estaba ahí, que por fin la vería. Corrí rápidamente en dirección a donde Amy había señalado, la demonia me seguía pisándome los talones.
Todo era un caos de fuego y sangre. Centenares de personas humanas, ángeles y demonios, luchaban en una guerra sin fin, los cuerpos destruidos cubrían el suelo. Corrí más rápidamente asustado por Ana, necesitaba saber que estaba bien, no sabía qué demonios estaba ocurriendo, ¿Cuánto tiempo había dormido?
Una legión de ángeles estuvo frente a mí en cuestión de minutos. No me tomó mucho tiempo descubrir la figura de Ana entre aquellos cuerpos. Estaba en el centro de aquel batallón, llevaba la ropa cubierta de mugre y algo plateado resplandeciente la cubría, akasha. Seis alas de plata rodeaban su cuerpo y un símbolo incandescente brillaba fuertemente tatuado en su frente.
-¡Ahora! – Gritó Amy sacándome de mi ensoñación – Estamos listos.
Volteé sin querer, alejando la mirada de Ana. Una horda enfurecida de demonios estaban parados detrás de mí, rugiendo y bramando toda clase de insultos. Me sentía a punto de desfallecer, qué estaba ocurriendo. Alcé la mirada nuevamente a Ana.
El odio que reflejaban sus ojos me congeló enseguida, nunca me había mirado de aquella manera, como si no me reconociera, como si no supiese quien era.
-¡Ana! – Grité sin poder evitarlo, dispuesto a demostrarle que era yo, que no sabía lo que estaba ocurriendo - ¡Ana, soy yo!
-¡BASTA! – Espetó con furia – No eres Edrian, él está muerto, y tú también lo estarás.
Una explosión de energía la rodeó por completo, mientras miles de gritos de furia estallaron a mí alrededor, y tanto ángeles como demonios, rompieron filas para precipitarse a la batalla.