CAPITULO XI
Edrian
Las imágenes se mezclaron en mi mente hasta desvanecerse por completo. Me sentía despertar de un largo y profundo letargo, me costó abrir los ojos, quería dormir por siempre, no despertar jamás. Se estaba tan plácido y tranquilo en aquel estado; ya no existía nada, no había dolor, muerte, tristeza; solo paz y tranquilidad. Deseaba continuar durmiendo, sin sueños, sin pesadillas.
—¿Sin pesadillas, Edrian? —inquirió una voz en la oscuridad.
Era apenas audible y por mucho que buscase no podía distinguir de dónde procedía.
—¿Qué sería del mundo sin pesadillas? —preguntó con sorna.
—¿Quién está ahí? —espeté buscando entre la oscuridad.
Busqué sin cesar, pero lo único que veía era una gama de sombras.
—Aquí...
Me volteé enseguida al escuchar la voz a mi espalda. Unos gélidos ojos grises aparecieron frente a mí erizando mi piel por completo.
—Hola, Edrian...
El rostro ensombrecido de Lucifer brilló en la oscuridad.
—Estás muerto—repliqué sin dar crédito a lo que veía.
—No por mucho tiempo—dijo con una media sonrisa, y unos brazos salidos de la nada me atraparon por los hombros.
Las garras se incrustaron en mi piel haciéndome aullar de dolor hasta perder el conocimiento.