CAPITULO XII
Ana
—¿Te encuentras bien? —preguntó la voz de Cristian desde la puerta.
Me levanté y me senté en la orilla de la cama.
—¿Dónde estamos? —inquirí mirando a mi alrededor.
Parecía ser una especie de cuarto de hotel de carretera, las paredes a mi alrededor estabas desconchadas, la pintura azul que las recubría estaba toda caída y sucia; parecía una habitación abandonada, aunque no debía sorprenderme tanto, después de todo, la ciudad entera había sido deshabitada.
—Estamos en un hotel —replicó Cristian aún sin moverse de la puerta—, tuve que traerte hasta aquí después de que destruyes casi toda la calle. ¿Qué demonios te sucedió?
Las imágenes venían a mí confusas. No recordaba muy bien lo que había sucedido, la única vaga idea que tenía era la de haber dejado mi cuerpo por lo que parecía una eternidad.
—No lo sé —respondí negando con la cabeza—. No tengo ni idea de lo que pasó. Fue como si... Como si perdiese el control de todo.
Cristian comenzó a pasearse de un lado a otro en la habitación haciendo que me pusiera aún más nerviosa.
—Eso no está bien—dijo preocupado—. Nunca había visto algo como eso antes; destruiste a los rastreadores en cuestión de segundos, y no solo a ellos, estuviste a punto de destruirme a mí también.
Aquello me trajo un recuerdo a la memoria; el cuerpo de Cristian lacerándose poco a poco. Alcé la vista y lo miré fijamente buscando las cicatrices, pero su cuerpo humano estaba intacto, casi como si nada hubiese pasado, a excepción de su ropa, que aun tenía los jirones allí donde su piel se había cuarteado.
—Tu piel... —dije sin entender lo que había ocurrido.
—Se regeneró. Por poco y no lo logro. No sé cómo lo hiciste, era un poder demasiado fuerte, jamás había visto algo así.
Traté de recordar lo que había sucedido, lo que había sentido cuando todo aquello comenzó. Fue como salir de mi cuerpo, perder el control completo; dejé de ser yo por un momento, una persona completamente distinta a mí se había apoderado de mi cuerpo y por mucho que lo intentara me costaba demasiado volver a controlarlo.
—No era yo —comenté aún sumergida en mis pensamientos—. Era alguien más, alguien más poderoso que yo.
No me di cuenta cuando Cristian se acercó a mí.
—La Sefirat... —murmuró casi para sí mismo.
—¿La Sefirat?
Cristian comenzó a caminar de un lado a otro murmurando palabras para sí mismo.
—El Trikel —mencionaba una y otra vez—. Demasiado fuerte... La Sefirat... Tiene sentido.
—¿Qué tiene sentido? —inquirí enojada levantándome de la cama.
Una leve corriente eléctrica atravesó mi cuerpo y todas las luces de la habitación comenzaron a titilar descontroladas. Cristian se detuvo en seco asustado.
—Relájate—pidió tensamente— Intenta no enojarte.
—¿Cómo no voy a enojarme si no quieres explicarme nada? —espeté con furia, podía sentir la rabia bullendo dentro de mí; una de las lámparas a mi derecha titiló con aún más fuerza y estalló en mil pedazos.
—¡Te lo explicaré, solo relájate! —exclamó Cristian nervioso— Por favor.
La explosión me había desconcertado lo suficiente como para olvidar momentáneamente lo enojada que estaba. Las luces se encendieron fijamente con su tenue luz.
—Así está mejor —resopló Cristian más calmado—. Justo lo que estaba pensando.
—¿Podrías explicarme lo que está sucediendo?
—Es la Sefirat —respondió—. Cada vez que te enojas o te asustas sobremanera, la Sefirat dentro de ti toma el control. No sé exactamente cómo funciona, nunca había estado en presencia de una, pero es lo único que tiene sentido.
—¿La Sefirat? —repetí confundida— Pero se supone que no debería ocurrir esto.
—Es solo una suposición —dijo en tono de aviso—, pero creo que cada vez que tú misma pierdes el control de tus acciones, cuando estás demasiado asustada o enojada, permites que el Trono dentro de ti tome el control de tu cuerpo. Ningún arcángel sería capaz de ejercer ese tipo de poderes, ni siquiera tú. Pero ahora que tienes el Trikel, que has sido marcada, creo que el Trono quiere tomar posesión completa, no debes permitírselo— nunca había visto a Cristian tan asustado—. Debes volver con Mikael, él puede ayudarte, ahora eres un peligro para todos, Ana.
—No puedo—objeté tajante—. Debo encontrar a Edrian primero.
—¿Edrian? —espetó furioso— No entiendes el peligro que representas ahora, no puedes estar a tus anchas sin protección, sin alguien que te controle.
—Entonces hazlo tú —repliqué ansiosa—. Ayúdame a Encontrar a Edrian y te prometo que buscaré a Mikael. Por favor...
Cristian resopló furioso una última vez antes de asentir y aceptar acompañarme.
—Si lo vamos a hacer, hagámoslo de una vez por todas.
Sonreí feliz, estaba a solo segundos de volver a ver a Edrian.
—Toma mi mano—pedí alzándola frente a él.