Redimidos [saint Seiya]

Capítulo 3 | Arrasar

Cimopolia

Observé a la pequeña criatura de piernas regordetas correr con mucho cuidado sobre el pasto que predominaba en los Campos Elíseos, sus cabellos azules y ondulados revoloteaban con el viento rompiéndose a su paso mientras él reía.

Alcé la mano y, con un pequeño movimiento de mis dedos, una pequeña corriente de aire le levantó más el cabello que le llegaba poco más allá de los hombros, ocasionando que su risa se incrementara y sus ojos como el zafiro se desviaran a mí en una mirada cómplice.

Al principio nadie asimilaba que Macaria fuera a ser madre, sobre todo, sin saber quien era el padre de Lesath. Pero era lograr su nacimiento en el instante en que nos percatamos de ello—Su vientre estaba tan grande que parecía a punto de explotar— o matarlo junto a ella, obviamente, tanto Enio y yo, como el tío Hades elegimos la primera.

Y, al menos yo, no me arrepentía de ello.

Esa pequeña bola regordeta con la piel como el caramelo logró hacer que lo queramos, aunque eso sonara imposible.

Sobre todo, para un dios.

—¿Creen que Athena vaya, directamente, por Lesath? —Preguntó Macaria, con tintes de preocupación filtrando su voz.

Enio se encogió de hombros y, aunque usualmente el rostro de Macaria parecía carente de cualquier expresión, ese gesto por parte de la diosa de la guerra, logró hacer que sus cejas se hundieran ligeramente y que el temblor en su labio fuera casi imperceptible.

—No lo creo—Respondí, en un intento de calmarla, aun sabiendo que las probabilidades de que Athena vaya por el eslabón más débil fueran altas—. Athena no sabe de la existencia del semidios.

—Pero podría descubrirlo—Insistió Enio—, sobre todo, si logra consultar al Oráculo de Delfos y elegir correctamente sus preguntas.

Entonces, algo conectó en mi cabeza y, al parecer, en la de la diosa de la muerte también, pues, inmediatamente, desvió sus ojos oscuros a un costado, donde la pequeña bola jugaba, esta vez, con una mariposa amarilla.

—Podríamos consultarlo primero—Opinó, observando los ojos carmesíes de Enio—. Y ocultarlo después.

Negué con la cabeza, sabiendo de antemano que ocultarlo no servirá de nada.

—El oráculo no es un objeto, Macaria.

Enio asintió firmemente con la cabeza, sus ojos tornándose serios por un momento antes de recobrar su brillo habitual y decir:

—Es una persona—Confirmó, sabiendo que entenderíamos el rumbo que sus palabras siguientes tomarían—. Una chica custodia el Templo de Delfos junto a una Pitia.

La diosa de la muerte no lo dudó ni un segundo, su respuesta fue clara y concisa.

—Voy a encontrarla y matarla después—Aseguró—. Hablaré con Kurai para que el ejército esté listo en cualquier momento que Athena decida dar el primer paso.

La sonrisa de Enio surcó su rostro.

—Yo tendré listo a mi ejército—Certificó también, antes de desviar su mirada a mí, que la tenía enfocada en Lesath a lo lejos—. ¿Contamos contigo?

Algo me decía que esto era más grande de lo que aparentaba, así como que también nosotras no deberíamos luchar batallas ajenas.

Después de todo, era Enio quien había atacado la ciudad de Athena… y ella nos había declarado la guerra, cuando debió de hacerlo solo con ella.

Sin embargo, no dudé en asentir, confirmando lo que ellas ya sabían de antemano.

Que pelearía a su lado, como ellas lo harían al mío.

—Hablaré con Sorrento—Contesté con seguridad—. Le diré que esté atento en todo lo que requiramos junto a las demás marinas.

Macaria asintió junto a la otra diosa, antes de llamar al niño de tres años para que viniera a su lado.

Nunca se separaba de él, a menos que fuera indispensable.

Quizá, después de todo, yo no era la única que sentía que algo se estaba formando alrededor de nosotras y que muy pronto podría arrasarnos.

—¿A dónde vamos, mamá? —Le preguntó el peli-azul, tomando la mano de su madre después de saludarnos a todas.

Tan educado.

—Vamos a prepararnos para pelear, enano—Respondió inmediatamente la pelirroja—. Y te aseguro que muchas cabezas van a rodar. Y, si no cuidas la tuya, también lo hará.

Vi los ojos azul zafiro cristalizarse y me fue imposible no dirigirle una mirada cargada de advertencia a la diosa para que no dijera cosas que no debería.

—Debemos irnos—Fue lo único que dijo a cambio Macaria, tirando cuidadosamente de la mano de su hijo para no quemarlo en el proceso—. Planearemos una estrategia en otro momento, antes de que Athena haga su primer movimiento.

Sin más, se marcharon ambos de allí, dejándonos solamente con la presencia de la otra y un silencio de por medio.

—No debiste decirle que su cabeza podría rodar—Repliqué—. Es un niño y tan solo tiene tres años, no le es fácil lidiar con una tía que lo odia por el simple hecho de haber existido. Mucho menos con la sensación latente de que podría morir en cualquier momento.

Enio elevó una de sus comisuras en una pequeña sonrisa ladina.

—Tú y yo sabemos que ese niño, como tú le llamas—Aclaró—, podría derrocarnos incluso a nosotras si tan solo fuera consciente del alcance de sus poderes y dones.

Sacudí la cabeza, no creyendo las palabras que acababan de abandonar sus labios.

—Es un semidios—Recordé—. Aunque quisiera, no podría lograrlo. Mucho menos a su edad.

—¿Acaso has olvidado a Dionisio? —Inquirió, sus ojos carmesíes alargándose—. Un semidios que logró convertirse en uno de los doce olímpicos, nada mal ¿eh?

—Si eso fuera cierto—Comencé a decir— ¿Cómo es que lo sabes? Lesath ahora ni siquiera a mostrado indicios de tener un cosmo y, de no ser porque sabemos que su madre es la diosa de la muerte, no te creería si me dijeras que no es un simple humano.

—Consulté al oráculo—Confesó—. Y, a pesar que me brindaron información sobre el enano, no quisieron darme el resultado de la guerra que tendremos con Athena.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.