Reencuentro (edición y actualización)

CAPITULO XIV

Siete semanas antes del compromiso

- ¡Dios! ¡¿Cómo puede ser posible que ella esté aquí?!

Marcus soltó un gruñido, se paseó por su habitación, apretó sus puños con fuerza y se recostó de espalda a la pared. Sentía su corazón apretujado, la desesperación corría por sus venas y las ansias dentro de su ser.

Cerró los ojos, respiró profundo y se dejó caer de rodillas. El rejoj marcó las 7, lo miró como quien quiere detener el tiempo, de nuevo cerró los ojos, esperaba abrirlos y ver que en realidad estaba en su cama, que todo fuera un sueño, pero no fue así, allí de frente seguía estando el reloj, ya habían pasado ocho minutos, ya estaba retrasado de su cita, pero ¿qué podía hacer él? si justo encuentra que su estabilidad mental está a punto de abandonarle. Intenta controlarse, porque está seguro que si no lo hace, saldrá corriendo hacia ella en cuanto la vea.

La puerta del cuarto se abrió y entró un hombre de unos cuarenta años.

-Señor, todos están esperándole afuera, ¿se siente bien?

-Estoy bien, dígales que ya salgo -dijo guardando la calma mientras se ponía en pie -bajaré en un minuto.

En cuanto el secretario salió, buscó en su saco una llave, abrió con ella un cajón de su escritorio y sacó de allí un pequeño tarro de pastillas, se tomó dos, agarró un bolígrafo y un pequeño pedazo de papel, escribió algo en él, lo puso en el bolsillo interior de su saco junto con la llave, para luego salir de la habitación.

Al llegar al gran salón, se escuchaba una espectacular melodía de tango, 5 parejas sobre el escenario bailaban tan grácilmente, alrededor de 300 personas en la sala miraban con gusto la función.

Desde la entrada que estaba junto al escenario Marcus contemplaba a la mujer que bailaba en medio, con su vestido rojo y su cabello recogido.

Media hora más tarde, todos los bailarines invitados estaban en sus camerinos, ese apenas había sido el primer día. Marcus se paseó por el lobby en busca de que podía hacer en ese momento, pensó varias veces en hablarle de frente, incluso pidió verla pero era demasiado para una noche, así que se retracto y le pidió al guardia que no la dejara salir hasta que él se fuera, más tarde vio a uno de los camareros llevando arreglos florales pensó en hacerlo de ese modo, mandó a pedir un bello ramo de rosas rojas y antes de que las llevaran a entregar sacó la nota que guardó junto a la llave y la escondió entre el arreglo.

Como último acto, él mismo empujó la mesa hasta la puerta del camerino, dio tres golpecitos y se escondió detrás de una pared al final del pasillo. Marcus pudo presenciar por completo lo que acababa de provocar, la chica miraba a todos lados con sus ojos llenos de lágrimas, lo que casi le hace salir de su escondite para ir corriendo a su lado y consolarla, pero se mantuvo firme aunque casi sin fuerzas, se sintió débil, cobarde, así es, cobarde.

 

Si bien el hotel era de su familia, y él tenía la mejor habitación solo para él, esa noche Marcus decidió ir a pasarla lejos de todos sus conocidos, había estado ya muchas veces en Berlín por lo que conocía muchos otros lugares donde quedarse, estaba evitando quedarse en los sitios que le habían asignado porque no era la primera vez que le obligaban a hacerlo.

A la mañana siguiente, Rachel llamó desesperadamente a Marcus, él en su mente pensaba en que quizá era la primera vez que ignoraba tantas llamadas, miró una vez más con repulsión la pantalla de su celular y lo introdujo en el vaso con agua que tenía en frente, miró por la ventana y minutos después se escuchó la voz del piloto, indicando que el avión estaba a punto de despegar rumbo a Londres.

Por mucho tiempo ha escuchado a los demás decirle lo impulsivo que podría llegar a ser, y si bien había mejorado bastante en ese aspecto, las últimas semanas se había sentido con la necesidad de querer huír a la más mínima sofocación.

El sr. Damián Navarra, un hombre de cincuenta y tantos años, delgado, ligeramente alto, piel blanca mayormente cubierta de pecas y cabello rojizo, leía tranquilamente en su oficina cuando fue interrumpido de golpe por su sobrino Marcus.

-¡¿Qué crees que haces manipulando mi vida?!

El hombre lo miró por encima de sus lentes mientras cerraba el libro y se ponía en pie, se dirigió hasta quedar a un par de metros de su interlocutor, podía notar el temblor de sus manos a causa de la ira.

-Mira muchacho, en estos momentos deberías estar en Berlín persiguiendo al amor de tu vida y terminando con Rachel, no aquí intentando descifrar mis acciones.

-¡No! No voy a dejar que sigas entrometiéndote en mis asustos, sé muy bien que tú tuviste la idea de este viaje ¡Y por más que lo intentes no voy a casarme con nadie que no sea Rachel!

-Excelente, -dijo el viejo y se acercó un poco más a Marcus con los brazos cruzados.- pero dime, ¿por qué entonces le diste una nota a la chica?¿No te contradice eso, acaso? Tanto que te la pasas diciendo lo mucho que quieres que ella sea feliz, que volver a estar juntos le haría más daño a ella que a ti y luego vas y le das una señal para que sepa que estás de nuevo en su vida.

-Es diferente, al principio pensé que realmente fue una casualidad y quise hablarle, estuve despierto toda la noche pensando lo que pasó anoche, ahí supe que lo planeaste, por eso me mandaste hasta allá con la excusa de ir a unas vacaciones, ¿por qué lo hiciste? Ahora siento que todo se me sale de las manos.

-Es un buen plan, lo admito, pero se tenía que pegar tu noviecita. -dijo el hombre poniendo los ojos en blanco- No quiero que te arrepientas de dejar ir a quien puede hacerte feliz, por eso lo hice.

Hubo un pequeño silencio.

-Acepto la idea que tuviste, pero sabes como me siento. -dijo Marcus un poco más calmado- No puedo ni imaginar que pensaría ella de mi si lo supiera todo.

-Todo esto es por la culpa que sientes, ¿no es así? por más que te lamentes nada va a cambiar, tú no lo hiciste con la intención, estoy seguro de que nunca harías nada que la dañara por voluntad.




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