Reescribiendo Nuestras Palabras

Capítulo 5

Kara

Empezaba a odiar las mañanas. 

Siempre fui una persona muy activa. Desde niña buscaba mantenerme ocupada en algo. El baile, mis estudios y talleres. Posterior a eso mi único enfoque fue mi carrera y eso significaba dedicarle todo el tiempo que pudiera tener y sino agregarle horas al día para poder lograrlo. 

Ahora que lo pienso es sorprendente que tuviera una relación tan larga con el poco tiempo disponible que tenía. Mayor aún, que estuviera comprometida.

El punto es que difícilmente en estos últimos años tuve algún tipo de descanso no mayor de una semana por lo que estar entre cuatro paredes por más de tres meses empezaba a desquiciarme un poco. 

Veo por décima vez como Rachel y Ross tienen la misma discusión sobre su "descanso" y no puedo evitar rodar los ojos. Escucho el sonido de la tetera así que tomo mi muleta y me levanto. Justo cuando llego y apago la cocina mi teléfono suena por la notificación de un mensaje. Lo saco de mi bolsillo. 

Es Han. 

LMH: Debo volar a Nueva York :( 

Yo: ¿Qué pasó? :o

LMH: Aparentemente un fotógrafo desea que sea su musa. 

No lo culpo. Soy perfecta siendo una musa >.<

Río ante su enorme ego. 

LMH: Regresó en dos días. Cuida de nuestros monstruos. Te amo, princesita. 

YO: Nadie puede controlar a los monstruos. También te amo, sexy. Ve a patear traseros con tu perfección. 

Suelto una carcajada cuando me envía una muy mala foto de ella que fue tomada hace unos meses por algún paparazzi y se convirtió en una especie de meme. Cabello desaliñado, ojos cansados, ropa algo arrugada. En definitiva esto fue tomado luego de una larga y “productiva” noche. 

Paso el resto de la mañana jugando con mi celular, leyendo, viendo otra serie y hablando con un par de amigas hasta que sea la hora de ir a mi terapia. Incluso me preparo un rico almuerzo que me doy el lujo de repetir.

Cuando llega el momento de ir a la clínica recibo un mensaje de papá, quién por cierto se ofreció a llevarme a la terapia de hoy aun cuando insistí en que podía ir sola. Me quedo observando el mensaje con el ceño fruncido y un nudo en mi estómago.

Tocan la puerta.

Me sobresalto, lo cual hace que mi móvil se resbale de mis manos y termine en el suelo. Hago una mueca y vuelven a tocar la puerta.

— Te voy a matar, papá.— murmuro mientras recojo mi celular y tomo mis cosas. Me detengo en el espejo y arreglo mi cabello lo cual al ser corto es mucho más fácil de manejar. Al menos para mí.

Me encamino hacia la puerta con el corazón algo acelerado, echo un vistazo por la mirilla antes de abrir la puerta y encontrar a la persona que esperaba poder evitar por un poco más de tiempo. 

Efectivamente, frente a mí se encuentra Axel.

Aparentemente a papá le había surgido una reunión de emergencia en la escuela y por eso no pudo venir por mí, lo cual entendía perfectamente, pero ¿por qué de todas las personas tenía que enviar a Axel?

De acuerdo, hace una semana le dije que estaba bien con la presencia del castaño en mi vida, pero creo que por nuestro último encuentro pudo deducir que ciertamente las cosas aún son raras entre nosotros. Es decir, a penas si nos dirigimos la palabra en toda la noche. Además, aún le estaba dando vueltas a las palabras de Han sobre hablar con él y verlo antes de decidir algo no era algo que ansiara.

— Hey. 

— Hola — mete las manos en los bolsillos de su chaqueta y me observa con intensidad lo que me hace ser muy consciente de mi misma. Asiente hacia el auto. —  ¿Estás lista?

— Sí, solo déjame cerrar la puerta de la casa. — Cuando termino me giro hacia él y lo encuentro mirándome fijamente. Desvía la vista y masajea su cuello. — Bueno, vamos.

— Sí, claro.

Caminamos en un incómodo silencio hasta su auto. En el trayecto no puedo evitar echarle un breve vistazo lo cual me gana una reprimenda interna porque es lo último que debería hacer, pero atribuiré mi accionar a la incomodidad que nos rodea.

— Vaya.— digo mirando el bello mustang negro que recuerdo muy bien.— Aún la conservas.

— Tengo buenos recuerdos con ella. — dice encogiéndose de hombros y mirandome por un segundo antes de desviar la vista. Abre la puerta y me tiende la mano. —¿Necesitas ayuda?

Quiero decir que no. De verdad que quiero, pero aún no logro acostumbrarme a las muletas y subir a los autos suele ser la peor parte. Mantener el equilibrio parece una tarea muy compleja estos días, así que ignorando la evidente rareza entre nosotros me acerco y coloco las dos muletas bajo mi brazo izquierdo y le tiendo mi mano libre para que me ayude a descender hasta el asiento del copiloto. 

De inmediato reacciona y toma mi mano entre las suyas. 

Trato de ignorar la pequeña chispa que siento cuando nuestras manos se conectan, pero es casi imposible. Su tacto evoca un par de recuerdos de nosotros en la misma situación a través de los años.

El primer viaje en su auto.

Todos las veces que me recogía de mis clases.

Nuestra primera cita.

Nuestra última cita.

Calmate, tonto corazón.

Retiro mi mano de la calidez de la suya apenas me siento. Le doy una pequeña e incómoda sonrisa que parece más una mueca.

— Gracias.

— De nada.

Me acomodo en el asiento y aliso mi maxi falda antes de cerrar la puerta y acomoda mis muletas en la parte de atrás. Entra al auto y  lo enciende, no pregunta por la dirección de la clínica así que supongo que papá ya se la dio. Nos mantenemos en silencio los primeros minutos del viaje y el ambiente entre nosotros es dolorosamente incómodo.




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