El pueblo se extendía como un oasis de tranquilidad en medio del bullicio del mundo, rodeado de frondosos bosques y acariciado por el murmullo de un sereno lago. Gabriel, un poeta atormentado por la sequía creativa, había llegado a aquel rincón lejano en busca de inspiración. Junto a su querida madre, María, esperaba encontrar algo de inspiración y la paz necesaria para que las palabras volvieran a fluir en su pluma. Él y su madre se instalaron en una pequeña casa cerca del pueblo.
La vida en el pueblo era apacible y regida por las tradiciones arraigadas en el tiempo. Las calles adoquinadas estaban impregnadas de historias que susurraban al viento, y los rostros de sus habitantes reflejaban la añoranza de aquellos que anhelaban algo más allá de los límites del pueblo.
En medio de aquella quietud vivía una joven llamada Luna, quien se sentía atrapada entre los muros de aquel pueblo. Siempre soñadora, anhelaba con desesperación explorar el mundo más allá de las fronteras que la aprisionaban. Sin embargo, las expectativas y deseos de sus padres la mantenían atada a un destino que no había elegido.
Una tarde, mientras Luna buscaba consuelo en el lago cercano, sus ojos se encontraron con los de Gabriel. Un tímido rubor tiñó sus mejillas mientras se saludaban con una mirada furtiva. El poeta, cautivado por la fragilidad y la belleza de aquel encuentro casual, se acercó lentamente a ella.
-Perdona si interrumpo tu soledad-susurró Gabriel con voz suave y delicada.
Luna levantó la vista, sorprendida por la presencia aquel joven. -No te preocupes, no estás interrumpiendo nada. Este lago es como un refugio, un lugar donde puedo escapar de mis pensamientos-.
-Soy Gabriel-, se presentó él con dulzura, extendiendo una mano amigable hacia ella.
-Luna-, respondió ella, aceptando su saludo con un gesto suave.
Gabriel sonrió, y en ese instante supo que había encontrado en Luna algo especial, algo que despertaba una inspiración dormida en su interior. Sin embargo, no reveló sus pensamientos y, en cambio, decidió recitar un pequeño poema que había escrito hacía algún tiempo, un poema incompleto que reflejaba su desolación.
"En un lago solitario, mi alma yace,
anhelo una melodía que no se puede encontrar.
Un verso fluye, una estrofa se desvanece,
mi pluma se detiene, sin poder culminar."
Luna escuchó atentamente, sin darse cuenta de que aquellas palabras resonaban profundamente en Gabriel. Pensó que aquel poema hablaba sobre el tormento del poeta.
Ambos compartieron miradas tímidas y sonrisas tímidas, mientras el viento acariciaba sus cabellos. Gabriel sintió un suspiro de esperanza en su interior, como si la musa de la poesía hubiera despertado de su letargo en el momento en que sus ojos se encontraron con los de Luna.
El primer encuentro en el lago fue breve pero suficiente para plantar la semilla de una conexión especial.