Reflejos De Amor

VII

Gabriel, impulsado por el anhelo de encontrar a Luna y alejarla de un matrimonio no deseado, marchó rumbo al pueblo vecino. El camino empinado al borde del río se presentaba desafiante, pero él no detuvo su paso. La prisa y la inexperiencia en aquel terreno jugaron en su contra, y una piedra suelta lo hizo caer al río. Intentó aferrarse a las ramas, pero solo logró arrancarlas, y así se escribió el trágico destino de Gabriel.

Sus manos se aferraron a la superficie del agua en un intento desesperado de salvarse, pero la corriente era implacable. Sus ojos buscaron el cielo mientras sus últimos suspiros se perdían en el aire. La vida escapaba de su cuerpo y sus pensamientos se entrelazaban con las dulces imágenes de Luna, aquella joven que había llegado a amar con toda su alma.

Luna, ignorante de lo que ocurría, esperaba en la casa de Gabriel, anhelando verlo una vez más y despejar cualquier duda entre ellos. Pero la madre de Gabriel había salido en busca de ella para conversar, sin imaginar que ambos jóvenes habían sido arrastrados a un destino inesperado.

Horas después, cuando la madre de Gabriel regresó a casa, encontró a Luna esperándola con ansias. Pero antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, los pobladores llegaron conmocionados anunciando la trágica noticia. El cuerpo inerte de Gabriel había sido encontrado en el río.

La madre de Gabriel se derrumbó al escucharlo. Los lamentos y el dolor llenaron el hogar que ahora se sentía vacío. Luna, al verla así, sintió que el mundo se detenía ante sus ojos. No podía creer que aquel cuerpo inerte fuera el del joven poeta que había llegado a amar.

Ambas mujeres lloraron desconsoladamente, compartiendo un dolor profundo que los unía en el destino trágico del joven poeta. El adiós había sido abrupto y desgarrador, dejándolas sin la oportunidad de despedirse adecuadamente.

La madre de Gabriel, sumida en su propio dolor, había decidido guardar la hoja con el poema en un sobre para Luna. Sabía que el mensaje de su hijo debía llegar a su destinataria, aunque él ya no estuviera para hacerlo. 
Aquella tarde antes de marchar del pueblo fue hacia el lago para entregar el último poema a su dueña, la vio sentada mirando el horizonte atrapada en sus propios pensamientos, -Ahora entiendo porque ambos siempre estaban en este lugar, traigo algo para ti antes de marcharme- dijo entregando el sobre.

Esa tarde, Luna había decidido acudir al lago, el lugar donde su historia con Gabriel había comenzado y terminado. Con el corazón en un puño, recordó aquellos momentos especiales y el poema que la madre de Gabriel le había entregado. Se aferró a la hoja que contenía sus palabras y, entre lágrimas, leyó el poema en voz alta:

 

“En el susurro del viento y el río que fluye, 
en el rincón del lago donde nuestros sueños se tejieron, 
encontré en ti la musa que en mi corazón resuena, 
la pasión y el anhelo que nunca se desvanecen. 

 

En cada verso que brota de mis labios hacia ti, 
se esconde un latido que por ti palpita sin fin. 
Un amor silencioso, desafiando el tiempo, 
que en la eternidad de nuestros sueños encuentre su destino. 
 

Luna, eres mi musa y mi razón de ser, 
y aunque las olas del destino nos separen, 
nuestros corazones, unidos en un mismo latir, 
seguirán amándose, sin importar el lugar donde estemos. 
 

Luna, mi amada, te amo sin medida, 
y aunque el destino nos separe, esta verdad prevalece, 
pues en tus ojos encontré la belleza que me inspira, 
y en tu corazón, un amor que me enaltece”. 

El poema resonó en el lago, llevando consigo el dolor y la tristeza de un amor que nunca pudo alcanzar su plenitud. Luna sollozó al leer cada palabra, sintiendo un profundo arrepentimiento por no haberle dicho sus sentimientos cuando aún podía.




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