El viaje a la ducha
Medité un rato entre sí era necesario responderle o no. Su cambio de humor me dio a entender que estaba fastidiado con el asunto, como si de alguna manera el hecho de esbozar una sonrisa fuera un crimen.
Y posiblemente, para él, lo era.
— ¿Qué se supone que haremos aquí?—pregunté, confusa.
Me desconcertaba todo.
Siempre había intentado ser segura a la hora de tomar decisiones pero, en ese instante, dudé. No podía decir que conocía a Aník de toda una vida, tampoco asegurar nada sobre él, siendo tan respetuoso y cerrado. Pero la conexión extraña que nacía en él, era una de las sensaciones más agradables del mundo.
Él no dejaba que una sola pizca de inseguridad llegara a él, ni siquiera de cuestionamiento. Parecía que para todo tenía un propósito, una respuesta y un fin. Y más esto, le sumaba la comodidad y paz que se encontraba con su persona.
— ¿Sabes la tranquilidad que da esto?—Me posicioné a su lado, notando como él respiraba lentamente, dejando que su pecho se elevara solo por unos segundos, en tanto admiraba su alrededor—. Sé que necesitas esto, más que yo. Cuando todo tu interior está enloquecido entre olas de mar y confusión, Eila, debes concentrarte en esto.
Observé cómo el sol abrazó a las montañas entre sus brasas cálidas a punto de despedirse, pero dejando su marca del día.
Aník cerró sus ojos, suspirando profundamente.
Nuevamente su rostro era un emblema, un acertijo que no entendía por más vueltas que le daba. Las luces dieron en los puntos indicados, logrando que su figura alta y silueta atlética embelesara la vista. Porque sí algo sabía hacer Aník, era posicionarse y tener presencia donde quiera que fuera. Ya fuera por su aspecto físico, las palabras que daba, o simplemente la mirada escrupulosa y segura.
—La naturaleza es una de las bases de energía más fuertes...—Negando con la cabeza, apretó los labios. Su pecho en un juego de sube y baja mostraba cómo su respiración parecía enloquecer ante el simple hecho de estar respirando –. Nada más fuerte que las emociones que proyecta la tierra. No lo hace de manera directa, no como los humanos, pero..., lo demuestra de otras maneras—abrió los ojos, mostrando la tormenta en ellos; el destello, los rayos y relámpagos yendo de un lado a otro—. Nos muestra qué tan insensible se ha convertido el ser humano. Cómo nos destruimos entre nosotros y hacemos lo mismo con esto—tocó el pasto bajo de sí—, sin pensar siquiera en las consecuencias.
Tragué en seco, porque esperaba cualquier conversación banal, común, no algo como eso. No mientras sus palabras se repetían una y otra vez en mi mente. "Un lugar donde puedes sentir sin que yo te lastime" ¿A qué se había referido? ¿Dónde podía sentir? ¿Qué acaso no hacia eso ya?
— Insensibles. Nos hemos vuelto inhumanos... —No supe de qué parte salieron mis palabras, pero en cuanto hablé, él soltó una pequeña sonrisa, apenas perceptible, pero lo suficiente como para fijarme de nuevo en el hoyuelo en su mejilla y de su mirada indescifrable.
—Inhumanos...—asintió, como si detallara mis palabras–. Veo que entiendes—pronunció, aparentemente extrañado de que dijese eso—. En este siglo ha habido tanto dolor, tanto caos, desatados por guerras en el mundo, entre todos que, devasta el interior, acaba con los humanos, con la tierra.
»Solo quise venir aquí, Eila—suspiró—, porque es el lugar de paz, entre tanto caos en el mundo.
— ¿El ver montañas te tranquiliza, te alivia ver la naturaleza?
Mis palabras salieron por sí solas, queriendo saber más de él, aunque fuese una pequeña parte de una respuesta que pudiera proporcionarme para conocerlo. Pero Aník no era del tipo de dar información. La solución estaba en encontrar aquella llave del cofre donde liberaba su ser, que lastimosamente, estaba muy bien escondida.
Sin embargo, lo que yo había preguntado, no era del todo lógico hacia lo que él percibía o siquiera, sabía.
—Para el alivio...—repitió mis palabras. Se giró de nuevo, con la vista perdida, lamió sus labios y se incorporó—, para eso hay que sentir..., y eso no existe.
¿No existía qué? ¿El sentir, para él? ¿Las emociones? No lo supe. Su respuesta, que aunque no había sido un monosílabo u otra pregunta, no me indicó ni dejó nada claro. Quizá era mucho para él, posiblemente me estaba dando la información necesaria. Pero el caso era que no entendía ni mierda.
Pero, ¿Quién sí?
Quise preguntar, intenté tomar su hombro, encararlo y que el vacío que justamente representaban sus ojos en ese instante me dictara una pista, me guiara a la respuesta que tanto deseaba. Pero no ocurrió. Masculló palabras inentendibles, que eran completamente nuevas para mí y me dejó peor que antes:
—Razocharovaniye
Posiblemente sí solo intentaba decir eso, un demonio o algún espíritu acecharía mi vida. Solo fruncí el ceño, esperando que ningún espíritu del más allá apareciese, pero volvió a hablar.
—Estás llena de...—Su rostro era todo un poema, entre pensamientos misteriosos que buscaron expresarse—, sentimientos y emociones. Eila, eres sorprendente—soltó, asintiendo.
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Editado: 11.07.2020