Reflet

0.15

Muertos vivientes, ¿traen la verdad o un misterio más?

La pregunta del millón era: ¿Qué mierda era un reflejo?

Para toda persona, pues simplemente sería cómo nos veríamos frente a un espejo, que es la forma en la que somos, nuestro físico, el semblante, aquello que todos logran ver, aparentemente.

Había tantas maneras de describir un reflejo, pero en ese momento las miles de descripciones que salieron de mi mente fueron muy diferentes a lo que se refería Avén.

Porque él se refería simplemente a lo que él era. Un reflejo.

—Yo realmente no entiendo–admití girando nuevamente mi cabeza al verlo que daba unos cuantos pasos más.

Y ahí estaba, esta vez sí estaba frente a mí. Los espejos a su alrededor reflejando su ancha espalda y las manos a cada lado de su cadera. Sus ojos brillaban, de nuevo con esa pizca de intriga y locura que podía volver loca a cualquiera. Te llevaba a la perdición, y una que podía tener dos caminos: el bueno y el malo. La muerte o la vida. La diversión o el sufrimiento.

De alguna manera sabía que esa mirada llena de gracia, ironía y sin duda, una sonrisa falsa, expresaba nada más ni nada menos que un alma vacía, arrogante y egoísta.

Porque ese era Avén.

Él se había acercado, había tenido una conversación de lo más común el día de la fogata. Avén realmente no guardaba solo un secreto, sino miles de ellos, posiblemente ocultaba mentiras oscuras que había soltado más de una vez al aire como si fuera una frase más, cosas que crearían descontrol, locura y perdición.

Y lo peor de todo eso, era que él no era el principal cajón de secretos, porque era un reflejo de ellos, solo que lo demostraba; la sonrisa, las cejas alzadas pronunciando cada parte de su perfilado rostro y labios carnosos, eran la simple demostración de un demonio dispuesto a cazar por el festín más deleitoso que ocultaba a una bestia en su interior y que él, sin dudarlo, lo reflejaba en cada aspecto, y cuando quería, terminaba con todo, en segundos.

—Claramente no lo haces, lindura, Porque los reflejos tienen muchas definiciones. Pero en muy pocas sale que es como…, una especie de personas, como yo—se señaló a sí mismo.

Intenté captar su mensaje. Intenté comprender de mil maneras lo que decía. Y eso hice. Pero el hecho de tener que unir tantos puntos que había dejado en la nada era completamente una locura, un dolor de cabeza. Aquello que había descartado estaba saliendo a la luz. Aquello que no había querido entender siempre estuvo frente a mis ojos y no estuve dispuesta a entenderlo en su momento.

Era un grano de arena en una inmensa playa.

No servía de nada pensar tanto, quizá era porque estaba agotada de encontrarme siempre en la inoportuna situación de tener que atar cabos, de pensar más allá. Aunque, lo que hizo fue la señal más grande que había. La respuesta más evidente, peligrosa y agobiante que pudo existir esa noche para mí.

Terminó de desabotonar algunos de los botones superiores de su camisa, dejó a la vista su piel y, mi mundo se paralizó. No por lo atractivo que se veía, sino por lo que estaba en su piel y lo que empezó a brotar de él. Algo que no había visto el día de la fogata, algo importante que me había atormentado más de una vez, que no me había dejado vivir tranquila, que me impedía respirar, pensar y moverme en ese momento.

Tatuajes.

Y el humo.

Los tatuajes eran diferentes a los que se veían comúnmente. De alguna manera intrigantes, como si hubiesen sido hechos a mano con una pluma. Tenía dibujadas marcas, apenas visibles, letras de alguna lengua extraña, antigua y figuras marcadas en las muñecas de sus manos. Sin dejar alguna parte de su piel libre, subiendo no sé hasta dónde. Se lograba ver un regreso de la tinta en su cuello.

El humo me rodeó mientras él apretó los labios. Pero nada más ocurrió. Lo único que pude notar fue cómo su actitud juguetona cambió por una más seria, mientras endurecía su mirada. Así que divisé la tinta negra que marcaba territorio, como un mapa de diversos dibujos que le dieron un aire más profundo, atractivo y macabro. En la parte baja de su cuello se lograba apreciar una rosa roja—la única parte de color—envuelta en una clase de piedra de tinta negra. Era, de alguna forma, lo más llamativo, hermoso, y especial de todo el mapa de tatuajes que tenía en sus brazos y cuello.

Sin percatarme y ensimismada en mis pensamientos, él ya estaba demasiado cerca, desestabilizándome, sus labios elevados lo suficiente como para ser el mismo demonio disfrazado de ángel, dispuesto a destruir, a alocar todo a su paso. Sus pasos se detuvieron, quedando a centímetros de mí, y acercó su boca a mi oído, susurrando las palabras que me descolocaron y debilitaron por completo.

—Creo que sabes que tú padre y hermana no murieron naturalmente, ¿no?—murmuró, dejando que el escalofrío se apoderara de mi cuerpo y que un nudo se formara en mi garganta –. Bueno…, tampoco sabes quién fue el responsable, ¿o quizá sí? 

Mis piernas empezaron a temblar, un escalofrío desde la cabeza hasta los pies. La sensación del agua en mis zapatos mojados se hizo presente de nuevo, el frío de esa noche levantando cada vello de mi piel, mi cabello con sangre seca que bajó por mi pecho hasta llegar a mi abdomen, cohibida, asustada e inmóvil. Mi ropa desgarrada, sucia, mojada. El ardor en mi espalda, manos, pecho, el dolor en mi cabeza, el adormecimiento en mis piernas y rostro.




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