Ningún orco había llegado tan lejos.
Y ningún soldado lo había logrado hacerle daño, ni siquiera un rasguño.
Todos morían de manera instantánea. La putrefacción de los cuerpos se hacía presente en los pasillos mientras los reyes trataban de encontrar el cuarto.
Un enorme cuarto lleno de estalactitas color zafiro en el techo y un piso de cristal color blanco perla en el cual sólo accedían los Reyes.
El Reino de Elementalia no pertenecía al mundo humano. Pertenece a otro de 4 mundos existentes.
Arecx el Indomable, caminaba en busca de la llave. Buscando la llave al dominio total de los tres mundos existentes.
Una vez dentro, la Reina Camren sacaba de un gran cofre café de madera oscura, una brillante y única llave con forma de reloj de arena platinado y lo apretó hacia su pecho como si así fueran a fundirse y este no ser robado. Como si el miedo que sentía en ese momento fuera a salir para esconderlo en su corazón.
Miro su sencillo vestido color rubí y en seguida, a su marido. Este sudaba.
Aún cuando tenía unos sencillos pantalones de algodón café y camisa blanca lucía abatido. Sus ojos azules transmitían miedo. Transmitían el mismo miedo, uno que engrandecía a cada segundo como una gotera.
Le era gracioso ver la forma en que actuaban los humanos ante ciertas situaciones bajo presión en los Juegos de la Rosa Blanca. En este momento las risas eran tontas y fuera de lugar.
Dirigió unas palabras a la llave, la beso y desapareció de sus pequeñas manos blancas como la perla de su anillo de bodas. El momento más feliz de su vida, uno que olvidaría en cuanto Arecx entrara a la habitación.
Los pasos del orco se escuchaban más cerca y el Rey Aníbal enfundaba su espada, como le habían enseñado en la arena real cuando apenas era un chiquillo. Que obsoleta quedó cuando el orco entro.
El monstruo media más de los dos metros y medio, mientras que Aníbal sólo alcanzaba el 1.90, pero no dudo ni un segundo para clavarla en su horrible barriga arrugada y llena de cicatrices de guerras pasadas.
Sin embargo, este no pereció, le parecía más un insecto picando la pálida y abultada barriga del orco. Su sangre verdosa burbujeaba pero eso no le afectaba, ni siquiera le tomo tanta importancia. Más bien le divertía el intento del insignificante hombre, sin dudar lo lanzo como muñeca de trapo sin ningún valor. Había ido a ese castillo por algo más importante que luchar con un insignificante humano nacido en Elementalia.
La reina miraba desde el fondo de la habitación, sentía un desasosiego que no le permitía respirar de manera tranquila, el ver como su esposo era lanzado como un trapo a su lado, fue demasiado. Si el horrible orco se atrevía a hacerle algo más mortífero, ella sufriría. Al igual que su pueblo si los orcos se adueñan de los Cuatro Mundos.
Conocía una forma para que la ubicación de la llave se mantuviera en secreto.
Y era un costo muy caro que debía pagar.
No tenía tiempo, cada minuto era desafiante, abalanzándose contra el monstruo.
Hubo un tiempo, cuando apenas comenzaba su reinado junto con Aníbal, que creía que los Orcos podían formar parte de la Colonia de las Especies manteniendo por completo la unión entre los Cuatro Mundos Esenciales. Era un sueño que algunos de sus consejeros no creían que se pudiera realizar.
Al ver como Arecx le atravesó el corazón con una irá, ignorando los aullidos de Aníbal, sabía que debió escuchar.
La Reina Camren, dueña y protectora de la llave de los mundos, esposa, amiga, protectora, pero nunca madre.
Camren incrustó una estalactita en un ojo del orco y este, un cuchillo deforme con veneno a su corazón.
Una lágrima salió de sus ojos color sol. Lagrimas de color sangre brotaban de los ojos de la hermosa reina salían, la tristeza fue demasiado que solo lloraba sangre y cobardía.
El orco la lanzó hacia el rey. Unas gotas de sangre mancharon el piso y Aníbal se levantó para atrapar el cuerpo inerte de su esposa. El cabello negro y trenzado se veía descuidado, sus labios pálidos al igual que su piel, perdían ese color rosado que tenían.
Un grito.
Otro grito acompañado de lamentos.
El Rey Aníbal estaba herido y sus gritos eran el dolor puro.
El orco, cubriendo su ojo, sabía que con la muerte de la protectora la ubicación de la llave era un caso perdido si ellos la buscaban, debía esperar a que la nueva elegida naciera y el tiempo era algo que él tenía de sobra.
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Editado: 22.09.2018