Un mes después, Eric estaba recuperado y Carlos ya había comenzado a gatear, es decir, a dar más guerra.
Recuerdo hace dos semanas cuando mi padre me preguntó si al final nos marchabamos y Eric lo escuchó.
-Tenías pensado abandonarme?
-Eric, lo pensé cuando me dijiste que me buscase un amantes, pero recapacité - contesté nerviosa.
-Judith, ven - me acerqué - nos puede dejar solos - le pidió a mi padre que accedió - si cada vez que decimos o hacemos algo que al otro no le gusta abandonamos, que pasará con nosotros?
-No lo sé - dije llorando una vez más a causa de las hormonas
-Cariño - me limpio las lágrimas - nos queremos y abandonarnos nos haría tanto daño, no solo a nosotros si no a nuestros hijos también.
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Hoy me encontraba muy débil y debido a este recuerdo volví a llorar. Aparte le sumaba el hambre que tenía a todas horas.
Aprovechando que nadie estaba pendiente de mi fui corriendo a la cocina del castillo y cogí un dulce de frutos rojos y queso en cada mano. Para el asombro de los sirvientes, iba comiendo bocado a bocado de cada uno de los dulces.
-Tienes hambre cariño? - dijo un Eric sonriente mientras miraba como no dejaba de mordisquear los panecillos.
-Me voy a poner muy gorda - un sentimiento de culpa despertó en mi y me hizo llorar, otra vez.
-Judith, nunca te has visto tan hermosa como las dos veces que llevas en tu vientre un hijo mío - me acaricio el vientre y el bebé respondió moviéndose - vez, nuestra niña esta de acuerdo conmigo amor.
-Como sabes que es una niña? - pregunte limpiando mis lágrimas ya de mejor humor.
-Por qué desearía una niña con tu cara, tus ojos, como tú.
Sonreí. Este mes me ha engordado hasta el aire y debido a las hormonas estaba más tiempo llorando. Pobre Eric, ahora me llevaba otra vez a la sala a comer.
Hoy debía ir a inaugurar un orfanato, no uno cualquiera si no uno en el cual las meretrices dejarían a sus hijos no deseados, y no estaba bien visto que yo acudiera
Quería haberme llevado a Carlos pero Eric fue lo único que me prohibió, así que después de comer más dulces y un camino un poco largo, me estaba bajando del carruaje.
Había tres personas cuidando de 25 niños entre 3 meses y 5 años.
-Majestad, no debe tocar a esas niños mugrientos, no se puede manchar las manos - mi sangre se heló al escuchar a aquella monja
-Al ser la Reina, tomó decisiones respecto a mi vida y la de ustedes y hoy les informo de que volverán al convento. De este orfanato se encargarán las Mujeres del pueblo.
-No puede hacer eso - dijo la misma monja
-Todas vosotras elegisteis un camino encomendado a Dios. Como podéis hablar con tanto asco de unos niños que no tienen culpa de los pecados de sus padres. Por que no habláis así de las madres que los abandonan o de aquellos hombres que abandonan el lecho de su esposa para meterse en el de otra.
Cada vez me sentía peor, más nerviosa, más pesada
-Vosotros os quedáis con las monjas aquí hasta que encuentre gente para cuidar a los niños. También bautizarlos.
Antes de subir al carruaje, un dolor en el vientre me dobló. Tuve suerte y los guardias llegaron a mi antes de caerme. Estaba muy mojada, la bolsa se había roto y yo me había puesto de parto.
-Estoy de parto - Le dije a un guardia
-Voy a llevarla en caballo, en carroza llegaríamos más tarde
-Vamos varios contigo - le contestó otro.
Me subieron al caballo del guardia al que le dije lo que me sucedía, me sujetaba de la cintura mientras con la otra mano llevaba las riendas del caballo. Yo acariciaba mi tripa, no podía estar dando a luz. Me quedaban tres meses para salír de cuentas.
-Traemos a la Reina - grito el guardia para que nos abrieran las puertas.
Yo del viaje no recuerdo nada, mi cabeza estaba en mi bebé y en los dolores que aumentaban por momentos.
-que sucede? - preguntó Eric que se acercaba corriendo
-Estoy de parto - Le contesté
Me cogió en brazos y me llevó por las escaleras y los pasillos corriendo. El médico ya estaba avisado.