Mis doncellas van por toda mi habitación alistando mi baño, vestido y deberes para entregar en mi tutoría de hoy. Bostezo sonoramente debido al ensoñación que cargo aún conmigo; me parece innecesario tener que soportar todas estas preparaciones cada día de mi vida, solo para compartir el aire mi habitación a mis tutorías, y de nuevo de regreso a mi habitación.
Me quita la energía a montones, el tener que cargar con un pesado y extravagante vestido cada día de mi vida, y unos peinados tan ridículos solo por costumbre y órdenes del rey.
—Su alteza, vamos a darle su baño. —la doncella número tres aparece ante mí, con su gesto remilgado y una distancia prominente.
—¿Si saben que puedo perfectamente bañarme sola? —paso mi vista de la doncella número tres al número cuatro. Ah, se me olvida decir que no se sus nombres.
El rey dice que no hacen falta, y por ende debemos fijarlas por números según sus labores. Ellas son doncellas número tres y cuatro; las número uno y dos, son de la reina.
El rey siempre busca la manera de marcar una línea gruesa entre las clases sociales y géneros; las mujeres no valen nada para él y por ello, es una pérdida de tiempo e interés, saber el nombre de las doncellas. Sé que aceptan tal humillación, solo por la necesidad de llevar un par de monedas a sus hogares.
—Alteza, por favor. Los reyes esperan en el comedor. —intercede la doncella número cuatro con mirada al suelo y ruedo mis ojos con enorme fastidio.
Sin decir una palabra, procedo a qué las dos dulces doncellas que den un baño y luego me ayuden a vestirme; otra razón para afirmar las ridículas costumbres de este y muchos reinos. Me siento frente al espejo del peinador, y las doncellas comienzan a hacer un bulto incomodó en mi cabello; detesto esto con cada parte de mi ser.
—¿Algún accesorio en específico que quiera llevar consigo? —me cuestiona la doncella número tres y entre cierro mis ojos, viendo la excesiva e innecesaria joyería por todo el peinador.
—Uhm —hago una mueca y luego sonrío de medio lado—. ¿Una soga tal vez? —propongo con diversión y ambas se espantan inmediatamente.
—¿Disculpe? ¿Una soga, ha dicho? —repite lentamente la doncella número cuatro y asiento con la cabeza de manera muy convencida.
—Así es. Para colocarla alrededor de mi cuello y acabar con esto que se hace llamar vida. —no pierdo la sonrisa en mis labios y veo claramente a través del espejo, como ambas tragan grueso y se ven mutuamente con el gesto lleno de preocupación.
Para descolocarlas más, suelto una carcajada y cruzo mis brazos, divirtiendo con la inocencia de estas mujeres que probablemente no me llevarán más de seis u ocho años.
—Es broma. No quiero ningún accesorio.
—Oh.
Dicen ambas y siguen con lo suyo; mi mirada se pierde en un par de anillos que están sobre una caja de manera pintada con barniz rojo. Estiró mi mano para tomarlos y veo que ambas tienen una piedra de granate decorando el aro delgado y delicado, de oro. Deslizo uno por mi dedo anular y el otro por mi índice.
—Creí que no quería ningún accesorio. —comenta la doncella número cuatro y la otra la reprende por lo dicho.
—No te preocupes —le digo a la joven preocupada, y después paso mi vista por el reflejo del espejo para contestarle a la doncella número cuatro—; decidí que estos combinan con mis ojos. ¿Ustedes que dicen?
Ambas solo asienten con la cabeza y les devuelvo el gesto con una pequeña sonrisa; me levanto una vez estoy lista y me acompañan a la puerta. Estando en el pasillo y con guardias custodiándome, me consigo con Anton con que se une a mi caminar justo a mi lado.
—Buenos días, su alteza Kelsey.
—Buenos días, Anton. —sonrío para él.
—Hoy se le ve buen humor. —destaca en seguida y me encojo de hombros. La verdad es que, a pesar del aparatoso comienzo de día, me siento hoy con energías de mantener mis planes sobre la preparación física y mental, que le prometí a la reina Vita.
—¿Tú crees? —finjo una mirada pensativa.
—¿Acaso trae algo entre manos, su alteza? —me da una advertencia a detener mis locuras con los ojos. Río un poco.
—Solo es emoción por las tutorías de hoy.
—Por supuesto.