Reina de sangre

Capitulo IV: Castigos

La brisa fresca entra por la ventana y cierro mis ojos al sentirla en mi rostro. Busco calmar mi ansiedad de estos días, viendo el paisaje que brinda el único punto de mi habitación hacia el exterior del castillo. Una semana, eso es lo que llevo encerrada y lo siento como si fueran pasado mil vidas. El augurio en mi pecho ha crecido cada día más, al no saber nada de mi madre.

 

Nadie me dice nada, y tampoco sobre el paradero de mi amiga, Ethel. Estoy presa en este lugar por defender lo que me pertenece y en lo que creo; esto no es una monarquía, es una tiranía del peor grado. Es aquí cuando le pregunto, al ser divino, que fue lo que hice para merecer tal castigo. Para ser una Greenwood.

 

Para tener que vivir en una sociedad en dónde se aplastan los derechos de la mujer, solo por ser eso, mujeres.

 

La puerta se abre, y no me molesto en girarme. Sigo sentada frente a la ventana y veo el lejano bosque que rodea nuestros terrenos. La puerta es cerrada, y siento la presencia de alguien detrás de mí.

 

—El rey exige tu presencia ahora misma en su oficina.

 

Dafina llega con su irritable voz, para desgraciarme mucho más el día. Me coloco de pie en un movimiento y busco pasar por su lado, pero ella me detiene con su mano en mi brazo y la veo.

 

—Que bien te sienta ese color en la piel.

 

Se burla en mi cara sobre los moretones en mi brazo y rostro. Entre cierro mis ojos y halo con la mayor fuerza mi brazo, para liberarme y luego mirarla de arriba a abajo.

 

—Apuesto que a ti también, Dafina.

 

Digo y su cara cambia a un gesto iracundo. De nuevo me toma del brazo, y me empuja con la mayor brusquedad hacia la puerta, yo me trató de zafar, pero luego soy tomada de la misma manera por dos guardias. Soy llevada prácticamente arrastras y noto la mirada llena de lástima de varias sirvientas que pasan. Estoy siendo tratada peor que un saco de papa.

 

Al momento de estar al frente de la puerta de la oficina del rey, me dejan libre y se me da paso. Entro con hasta los talones temblando y con miles de suposiciones en la mente. Una parte muy ingenua de mí, quiere creer que el rey me informará acerca del estado de salud de mi madre. Pero a quien engaño, a este hombre le importa más su colección de puros, que su esposa.

 

Y con ese pensamiento, veo como el rey saca un puro de una caja plana de madera y lo enciende, para después darle una calada y expulsar una gran cantidad de humo, que llega hasta mis cosas nasales. Que asco.

 

—En dos días vendrán los Fremault —habla al aire sin ningún tipo de preámbulo desde su escritorio—. El príncipe Serkan por obviedad asistirá, así que ve practicando tus buenos modales e indícales a tus doncellas, que te apliquen cualquier afeite sobre esas manchas.

 

Esas manchas que el mismo hizo, quisiera decir. Llevo mis manos a mi espalda y muevo mi mandíbula tensa, con enorme molestia. He pasado todos estos días encerrada en una insípida habitación sin saber nada de lo que ocurre en el palacio o a los rededores, y ahora se supone que debo participar en una cena en dónde tengo que ocultar los moretones que este animal me ha dejado, luego de exponer mi derecho. Que procacidad.

 

—¿Lo has entendido? —inquiere con voz severa y lo miro. Presiono mis labios con fuerza y luego dejo salir el aire de mis pulmones.

 

—No asistiré.

 

Tiemblo de miedo, por supuesto que lo hago. Pero el temor que está basado en la violencia brutal de este hombre, y más no por respeto, no me hará callar lo que verdaderamente quiero. E ir a esa cena, o cualquier cosa relacionada con quitarme mi título, no lo quiero. Ni lo querré.

 

Su clara frivolidad se hace ver a través de sus orbes, y un silencio expectante hacia el terror, de lo que dirá se hace el protagonista en todo el lugar. Juega con el puro entre sus dedos y a mí me carcome la ansiedad. El rey finalmente abre su boca y me indica en un solo movimiento de mano, que acerque hasta el escritorio. Con enorme sigilo, voy dándome mis pasos hasta quedar a dos pasos de distancia. El rey, de manera imponente se coloca de pie y no deja de mirarme. Yo en cambio, miro cualquier objeto sobre su escritorio.

 

—Si lo harás.

 

Mi mentón tiembla y lucho con ponerlo en alto, y en ese intento de hacerlo y buscar replicar su orden, toma de mi muñeca con fuerza. Mi cuerpo se va hacia adelante y choca con el orillo de madera del escritorio. El dolor me comienza a embargar, pero más es el pánico que ahora siento; el rey estampa mi mano a la superficie con la palma abierta, y hacia arriba. Mi pecho sube y baja en desesperación al no entender que hace.

 

—Irás. Quiero oír, que irás. —su voz retumba con fervor mis oídos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.