Reina de sangre

Capítulo VII: Arco y flechas

Lanzo desde la valla que nos separa del puesto, mi último aro hacia la botella y calza perfectamente.

 

—Gané. —celebro viendo a Serkan rodar sus ojos, y luego ríe.

 

—Felicidades, su alteza.

 

Subo mis hombros en un signo de presumir mi victoria y luego seguimos por el recorrido de los juegos de la feria. Digamos que ahora mismo, estamos en igual de condiciones y nos faltaría un solo puesto en el que participar para decidir quién ha ganado.

 

Admitiré que durante toda la tarde me he divertido en este plan de demostrar quién es mejor de los dos, y puedo resaltar que me he mostrado más relajada. Hasta me he olvidado que durante todas estas horas los guardias me han mantenido estrictamente vigilada pero no me importa, ganarle a Serkan compensa todo.

 

—Bien, ya te gané en los aros y la botella.

 

—Y yo te gané en los sacos en los hoyos. —resalta Serkan a mi lado.

 

—Y yo te gané en el martillo —alza sus cejas—. Tus palabras, no mías.  

 

—Bien, pero yo te gané en el pozo con trampa.

 

—Estamos empatados.

 

—Entonces, su alteza —hace una pausa y se detiene justo al frente del último puesto— nuestra competición se decidirá en una sandía.

 

Eso me hace gracia, pero no río con mucho alarde. En el puesto que señala, hay una gran sandía la cual se le desconoce su peso. Esto es sencillo, el que adivine su peso, gana. O por lo menos, el que se acerca más.

 

—¿Si estás consciente de que, si te gano, será más que obvio que eres pésimo para este juego?

 

—No me ganarás. —afirma con arrogancia.

 

—Claro, alteza. —digo en sarcasmo.

 

La mujer que lleva el puesto, nos da su atención y cada quien se toma su tiempo para pensar en cuanto podrá pesar la sandía frente a nosotros. Luego de un rato, finalmente decimos nuestra adivinanza en voz alta.

 

—Dieciocho kilos. —él príncipe a mi lado dice muy convencido.

 

Lo veo por sobre mi hombro con un gesto de suficiencia en mi rostro. Antes de hablar, veo a lo lejos, específicamente en el centro de la plaza un grupo niños con coronas de flores danzando alrededor de una mujer, luego ella sale del círculo y un grupo de personas obligan a un joven ocupar el lugar de la otra mujer. Inmediatamente una idea cruza por mi cabeza y termino sonriendo con malicia.

 

—Te propongo algo —sus ojos oscuros caen mi—; el que pierda danzará una canción entera en el centro de los niños de allá.

 

Señalo con la mirada y él sigue el camino, luego de nuevo me observa y dibuja el mismo gesto que yo.

 

—Acepto.

 

—Excelente —ahora miro a la señora del puesto—. Quince kilos.

 

—¿Repuesta definitivamente de ambos, altezas? —corrobora la señora y ambos asentimos con la cabeza.

 

Ella nos sonríe con educación y luego saca detrás de la sandía un papel donde está escrito el peso. Lo voltea y luego nos lo muestra.

 

—Quince kilos seiscientos.

 

—¡Si! —grito sin poder contenerme y después recupero mi postura erguida. Serkan por su lado, se lamenta consigo mismo.

 

—La balanza lo confirma. —dice la mujer colocando la sandía sobre el instrumento de dos brazos y esta marca en unas pequeñas manecillas, dicho peso. Gané.

 

—¿Preparado para su danza, alteza?

 

—Soy un excelente bailarín. —me recuerda y luego se va a cumplir su parte del trato, como un buen perdedor.

 

Lo veo desde mi posición como se une a los niños, y ocupa el lugar de un burlesco danzante en medio de la plaza. Río y después recuerdo que la señora me sigue viendo.

 

—Su alteza, su premio es la sandía. —declara con una tímida voz.

 

—¿Puede usted cortarla y regalársela a los niños? —pido y ella asiente—. Gracias, y excelente cosecha.

 

—Gracias, alteza. —hace una reverencia y me retiro en dirección al bullicio alegre que se ha formado.

 




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