Mis últimas dos noches las he pasado en un oscuro y rústico calabozo, con grilletes en las manos y tobillos como cual prisionera. Aunque ese término no se aleja de la realidad; solo que soy una prisionera con título.
Mi castigo está vez se debe al hecho de que, y cito al rey Jannik: No debo llamar la atención, debo siempre estar callada y con la cabeza agachas. Y obviamente, en mi estadía en Nezadian, no cumplí aquellos requisitos y se me impuso está perfecta consecuencia. No protesté en lo absoluto, pero me dispuse en todo momento a darle miradas de advertencia a Dafina y los guardias; si ellos hablaban, yo igual.
He perdido la noción del tiempo estos días, y la oscuridad que yace en este lugar no me permite distinguir si es de mañana o noche. Pero lo que sé, es que mi estómago pide clemencia. No he ingerido nada desde aquella cena en Nezadian.
Escucho unos pasos por el amplio pasillo lleno de eco detrás de la celda, y luego veo la figura de Dafina colarse por mi vista. Mi cabeza descansa perezosamente en la pared detrás de mí y mis piernas están extendidas por el frío suelo de concreto. Le doy una mirada indiferente a la mujer frente a mí y espero que diga algo.
—¿Que tal está, su alteza? —formula con ironía.
No digo nada, solo la observo con enorme rencor.
—¿Te comieron la lengua las ratas? —se acerca a las rejas—. ¿Ah?
—¿A qué viniste? —digo con voz gruesa.
—Hablas —replica con sarcasmo y ruedo mis ojos—. Vengo a informarte que el rey ha levantado tu castigo.
—¿Y por qué no te veo abriendo la celda y quitándome esto? —alzo mis manos con los grilletes unidos a unas cadenas empotradas a la pared.
—Porque antes quiero hablar sobre la interesante amenaza que impusiste sobre mí.
Sonrío con altivez y puedo deducir, como no he sido la única que ha mantenido su mente con tormentos estos días.
—No me tendrás con el cuello entre tus manos.
—Eso me suena a qué has estado pensando arduamente en un trato favorable para ambas partes. —me pongo de pie y me acerco a la celda lo más que me dejan las cadenas en mis tobillos.
—No comentaré nada sobre tus agravios si tú, me ayudas a mantener una relación más estrecha con Lord Ulrik.
Inmediatamente la doy una mirada llena de desconfianza y retrocedo un paso. No entiendo el por qué me pide ayudarla con eso, cuando ni siquiera puedo salir del palacio sin la compañía del rey.
—¿Cómo pretendes que te ayudaré a conseguir aquello?
—Lord Ulrik es un amigo íntimo del príncipe Serkan, así que fácilmente puedes extender mi petición con una de esas ingeniosas excusas que se ocurren.
—¿Me has llamado ingeniosa? —comento con burla amarga y está resopla.
—Di si tenemos un trato o no, niña del demonio. —expulsa llevando ambas manos a las rejas de la celda.
—¿Y que ganaría yo?
—¿Es que no has escuchado? No le diré nada al rey...
—Eso no me sirve —la interrumpo con severidad—. Deberás ofrecerme otra cosa por ayudarte a formalizar un amorío con Lord Ulrik, porque honestamente no creo que lo busques por negocios de la monarquía.
—No me subestimes. —advierte colérica por no ceder.
—¿Subestimarte en qué? Si lo único que sabes sobre la monarquía es como meterte a la cama del rey. —ataco con rabia y disfruto ver cómo mis palabras alteran sus nervios.
—Eres una completa insolente.
—Y tú una cualquiera.
Suelta las rejas con brusquedad y gruñe con enorme molestia; me da una mirada llena de odio mientras su pecho sube y baja con rapidez. Yo en cambio, sonrío en satisfacción.
—Él rey se enterará de lo que sucedió en Nezadian. —amenaza.
—Hazlo. Yo le diré sobre Lord Ulrik; le diré sobre este chantaje. —subo mi mentón.
—¿En serio crees que les hará caso a tus palabras, niñita? —se acerca mientras grita.
—Solo hay una manera de averiguarlo. —respondo con total tranquilidad.