Una de las últimas conversaciones que mantuve que la reina, fue acerca de mi preparación y paciencia para lograr mis metas. Nunca la olvidaré sus palabras:
» Lucha hasta que te teman. Pelea, estudia y sé paciente para tu momento perfecto. No te dejes doblegar, ve con la vista en alto y jamás, nunca, jamás dejes que te vean como una rosa sin espinas. «
Y por lo visto, he llegado el momento perfecto y por algún motivo, siento pavor. No puedo permitir que vean mi pavor, pero lo siento genuinamente; paso mis dedos por el cuero que cubre todo mi cuaderno y respiro hondo.
Miro hacia el frente y me encuentro con un mar eterno; nunca había tenido la oportunidad de presenciar el mar. Jamás había visto el movimiento de sus olas, sentido el viento húmedo en mi rostro y oido las olas romper contra rocas. Puede sentirse relajante, pero para mí es un sonido ensordecedor; es mucha calma entre tanto bullicio. Demasiado movimiento, en un sitio tan quieto.
Llevo mi vista hacia mi lado, y detallo a Ethel ensimismada con el paisaje. Estamos sentadas sobre la arena, una al lado de la otra a unos pocos pasos de la entrada pequeña choza hecha de palmas; después de asearnos y comer unos frutas, nos proporcionaron unas vestiduras parecidas a abrigos pero de una tela ligera y fresca, más un vestido un poco entallado al cuerpo para usar abajo. La verdad es que ya me empezaba a asfixiar de tanto calor que hace en esta Costa.
—Con que tus tutorías, en realidad eran entrenamientos de combates. —tomo un puñado de arena entre mis manos y la dejo caer lentamente de nuevo.
—Si —observo a una Ethel sonrojada y la con vista en el mar—. Entre tantas turbulencias, me hizo feliz poder ser como mi padre y mi hermano.
—Eres mejor —digo sin esfuerzo—. Cuando fuistes a pedir ayuda al palacio...
—Nunca mentí. En serio estaba desesperada, no sabía que hacer —retuerce sus dedos—. Aunque mi padre trabajará para el duque, no teníamos ningún tipo de beneficio, habías más de perder que ganar. Pero por suerte, estuviste ahí.
—Más hizo Serkan por ti.
Serkan.
No había pensado en él desde hace días, ni siquiera me habia permitido cuestionarme que estaría siendo de su vida y si tal vez me tuviera en sus pensamientos o al igual que yo, por unos días ya no tenía importancia tenerme presente. Porque ahora sí pienso en él, y quiero saber todo eso.
—¿Pensando en tu prometido? —Ethel me da una sonrisa socarrona y luego ríe.
—Ya no es mi prometido —muerdo mi labio inferior y subo mis hombros—. ¿Hablaste con tu hermano? —cambio el tema.
—Lo hicimos mientras esperábamos la llegada del líder. Hay ciertas cosas aún no comprendo, pero sigo creyendo que eligió una justa correcta —hace incapié en lo último y entiendo eso—; de igual modo, te debo una disculpa por no creerte al principio.
—Yo también. Desconfíe de ti por unos minutos al ver aquella placa y sacar conjeturas apresuradas.
—Has pasado por mucho, entiendo que sea poca la gente en la que confíes.
—Solo confío en dos. —me sincero y ella entiende quienes son. Sonríe de manera afable y luego deja caer su mano sobre las mías mientras reposan en mis rodillas.
Ha sido poco convencional nuestro reencuentro y unión como amigas, pero es digno de nosotras. Extrañaba sentir está cercanía y complicidad; dudé de ella pero por primera vez, estoy feliz de haberme equivocado.
—Ahm, Kelsey... —rehuye y escrudiña mis manos—. Eso es...
—No es nada —quito mis manos y las escondo cruzandome de brazo. Ethel parece querer no pasar del tema, por lo que decido hacerlo yo—. Puede que Benjamin este haciendo las cosas de algún modo correctas, pero tengo una opinión respecto a él.
—¿Cuál?
—Es un cretino. —lo digo sin que me quede nada por dentro. Ella ríe.
—Lo sé, siempre lo ha sido —rueda sus ojos y sigue riendo—. Por eso de niñas se me hacía tan extraño que lo admiraras.
—Puedes estar sin cuidado ahora, cualquier sentimiento de admiración por él termino de desaparecer hoy.
—¿Por qué es un rebelde?
—No Ethel, porque mantiene un rencor inefable hacia mi, cuando no he hecho nada directamente en su contra. Ni a él ni a nadie. —ahora soy yo quien rueda los ojos.
—Ví como te tomaron, y claramente tuve mis grandes quejas por como fuistes tratada —hace una mueca—; aunque hayamos platicado y ahora tengo detalles de lo sucedido, no significa que esté completamente contenta con mi hermano. Estoy feliz, porque sé que está vivo y sabes más que nadie el suplicio que había sido encontrarlo.
—Lo entiendo.
—Por ahora, solo quiero ayudar en todo lo que pueda si eso significa recuperar a nuestra madre.
El silencio otra vez nos atrapa, y bajo mi vista hasta el cuaderno. Lo tomo y paso las páginas deliberadamente; puedo leer aquellos datos que escribía sobre papel como especie de diario de vida. Observo el pedazo roto de periódico con aquel titular del rey Osian. Él buscaba los derechos igualitarios para toda la nación y más allá, y saber que él que impuso tanta rudeza e ideales patriarcales, no era un hombre de linaje directo me da un tanto de alivio. Tras tantas generaciones, nació alguien con las mismas convicciones que el rey Osian. Tal vez sea más Greenwood de lo que creía; busco lo mismo desde que tengo uso de razón, que el rey Osian Greenwood de Athevaria.
Levanto la cabeza y veo hacia el monumental transporte que flota en el mar, y como varios de los rebeldes bajan grandes cajas de el por una madera inclinada a la arena.
—¿Te han informado...? —Ethel deja la oración en el aire y alzo una ceja—. Dafina está aquí, la recogieron en dónde la dejamos.
Coloco mi espalda derecha y tamborileo mis dedos sobre mi rodilla.
—Si. Me lo dijeron.
—Alguien la atendió, una curandera creo.
—La bruja. —murmuro muy bajo.
—¿Cómo? —niego con la cabeza para que lo olvide—. Ella está bien, y el bebé también.
No digo nada al respecto, preferiría pensar que está muerta.