Reina Efímera

Escapé

Hallé el saco que contenía todas mis cosas. Segura que me reuniría con él, lo cargué en brazos dirigiéndome a la entrada de la casa.

La pequeña sala estaba vacía, dejé el saco sobre una de las sillas; me senté al lado esperándole. Pero, luego de un rato, claramente distinguí el galope de varios caballos acercándose. Me sacudió la misma sensación de horror que sentí en la plaza.

Sigilosamente, Jon se asomó desde el umbral de la habitación contigua. Al mirarme fijamente, acercó uno de sus dedos a sus labios en señal evidente de no hacer ruido. Me quedé paralizada y en estricto silencio, a hurtadillas llegó a mí.

— ¿Princesa, tiene todo lo necesario? —Susurró dulcemente, acercando sus labios a mi oreja.

Me estremecí. Los latidos de mi corazón se aceleraron.

—Sí, Jon.                                                                                                   Vi a Inés y a Joaquín dirigirse hacia donde estábamos. Jon apretó los labios, una vez a señas les indicó permanecer en silencio, pero no resultó, al menos con Inés.

— ¡Ya estamos listos, Jon!

La voz de Inés hizo eco en la estrecha habitación. Un golpe estrepitoso nos hizo a todos brincar, excepto a Jon quien avanzó con sagacidad dos o tres pasos delante de mí. Se me escapó un grito al darme cuenta que, en el siguiente porrazo, un hacha se dejó entrever al darle a la puerta y partirla casi por la mitad.

— ¡Salgan de aquí! Diríjanse a los caballos —Ordenó Jon.

— ¡Dios mío! —Expresé en un quejido.

— ¡Inés, vamos, vamos!

Joaquín movió a Inés a empujones hacia el corredor. Varios hombres ingresaron a la casa, unos con hachas, otros con espadas, unos más con arcos y flechas. 

— ¡Huya, reúnase con ellos! —Me pidió Jon.

Estaba una vez más contra la pared, impactada más tiesa que un garrote. Jon se había cubierto medio rostro. Con certera precisión se movía evitando los ataques de aquellos hombres que se habían abalanzado uno tras otro contra él. Aterrada veía cobrar ante mí una auténtica pesadilla. Irme me parecía más fatídico que quedarme a tener una muerte segura a su lado. Ensimismada y con la mente hecha un nudo, percibí la fuerza sólida de sus manos sujetarme. Casi a empujones me llevó a medio corredor.

—Ni se le ocurra discutir ahora conmigo. Salga de aquí, reúnase con ellos, obedezca —Ordenó con voz imponente, parándose frente a mí.

Lo vi desenvainar una gruesa espada, el brillo del filo me hizo sentir escalofríos. No pude reprimir el intenso afligimiento, mis ojos se llenaron de lágrimas; una vez más aparecían en el momento menos indicado.

Jon esgrimía la espada, defendiéndose admirablemente con movimientos ágiles y precisos.

Me alzó la vista una vez más y con el ceño arrugado, me hizo señas de que me fuera. Con un nudo en la garganta y apretando la mandíbula, tomé valor para huir y dejarlo a manos de la muerte.

Completamente abatida, recorrí el pasillo lo más a prisa que pude. Llegando a la cocina, uno de esos hombres asesinos se apareció sosteniendo una espada. Sin misericordia se abalanzó contra mí. Me di la vuelta yendo hacia las habitaciones como método de supervivencia.

El instinto de querer vivir me dio el aliento necesario para correr. Llegué a trompicones a la habitación donde solía dormir. Sofocada y asustada lo único que se me ocurrió fue buscar el rincón de la habitación.

Al darme cuenta que estaba acorralada, me volví al frente dando de pasos cortos hacia atrás. Mi espalda dio contra la mesa; pude todavía dar un giro torpe y con un salto llegar al pie de la cama. No sostuve mi propio peso, caí sentada. Gateando llegué a la esquina, me arrinconé al no poder esconderme.

Horrorizada lo vi alzar su espada. De pronto cayó desvanecido a mis pies. Detrás del grotesco cuerpo sin vida estaba Joaquín; tan asustado como yo, tenía una pesada roca en sus manos, aun con sus brazos levantados sobre su cabeza. Respirábamos casi al mismo compás.

Me puse de pie sin creer que ese tipo hubiera muerto antes que yo. Un hombre cubierto por medio rostro, en quien se resaltaba en su mirada un tono añil, me hizo señas con la cabeza de salir. Veía su espada alzada cubierta de sangre, todavía inclinado al lado del cadáver. Comprendí que Jon había llegado justo en el momento conveniente antes de que Joaquín ingresara.

—¡Ana, vámonos de aquí! —Indicó Joaquín en un grito que detallaba angustia.

Dejó la roca caer, se estiró hasta tomarme de la mano. Ambos nos inclinamos al ver más hombres ir hacia nosotros. Jon los atrajo hacia a él para batallar mientras nosotros intentábamos seguir en la huida.

Nos detuvimos al llegar a la salida de la cocina. Muchos fueron los cadáveres que habíamos esquivado en nuestro camino para poder salir.

No pudimos ser tan cuidadosos, al escuchar más pasos tras nosotros. Joaquín me llevaba halando con fuerza una de mis manos, guiándome. Mi atención estaba fijada hacia atrás, torcía el cuello para poder ver a Jon.

Quienes nos perseguían se quedaron de pie uno al lado del otro tensando grandes arcos.

— ¡Joaquín, nos apuntan! 




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